El miedo es una sensación universal y, quizá, el miedo más universal de todos es el de que la vida se acabe. Creas o no que hay algo más, el temor a morir también ha sido un elemento que, paradójicamente, ha ayudado a nuestra supervivencia… porque nos ha hecho poner en la balanza lo que nos gusta este mundo y no asumir ciertos comportamientos que pongan en riesgo nuestra presencia en él. Sin embargo, eso ha traído otro problema asociado: dejar de vivir por miedo a morir.
Las noticias nos ponen en alerta con constantes riesgos –accidentes, incendios, atracos, asesinatos–, pero nuestra realidad es más segura que antes. Y, además, como especie, vamos siendo cada vez más longevos. Hoy, lo más probable es que nuestro pecho se apague después de que nuestro corazón haya latido 2.800 millones de veces (75 veces por minuto, 4.500 veces por hora, 108.000 veces al día). El triple de lo que ha latido para nuestros antepasados. Y seguimos añadiendo años y años a una esperanza de vida cada vez mayor. Algunos dicen que podríamos llegar, relativamente pronto, a superar la barrera de los 150 años.
Aunque el mundo nunca ha sido más seguro que ahora, los riesgos existen, aunque no les dedicamos a todos el mismo tiempo y atención. Si hay alrededor de 8.000 causas de muerte en el mundo, las prioridades para atenderlas no siempre van en función de las víctimas que causan. Por ejemplo, en España es entre 10 y 13 veces más probable suicidarse que ser asesinado. O, dicho de otra manera, anualmente en nuestro país, hay 350 homicidios, 1.800 accidentes de tráfico, 3.500 suicidios. ¿Le dedicamos atención y preocupación social en la misma proporción a la salud mental que a la criminalidad? No.
El periodista Sergio Parra lo analiza en el libro De qué (no) te vas a morir: probabilidades e improbabilidades del riesgo en la vida cotidiana, en el que, en quince capítulos, analiza causas que parecen muy probables a juzgar por la alarma social y otras que, aunque no son tan mediáticas, sí son mucho más frecuentes, como las caídas en la bañera o el consumo de alcohol. Aunque su conclusión es clara: «Lo peor que puede pasarte es que te mueras. Pero eso es incluso mejor que no vivir la vida por miedo a morir». Él mismo te lo cuenta en este artículo en Yorokobu.