Ilustración: Silvia Ruiz

Queremos tiempo

Si, hace unos años, el debate público logró darle un nuevo significado a la sociedad de los cuidados, la próxima ola apunta con claridad al horizonte del tiempo. Ya sea bajo el nombre de la conciliación, el teletrabajo o la jornada laboral de cuatro días, las empresas tienen hoy que surfear un contexto en el que sus plantillas tienen claro que tan importante es ganar un buen sueldo como tener tiempo de calidad para disfrutarlo.


En el libro Timefulness: how thinking like a geologist can help save the world, un título a caballo entre las palabras time (tiempo) y mindfulness (prestar atención al momento presente), la geóloga Marcia Bjornerud desvela los ritmos del pasado profundo de la Tierra, esos ritmos que pocos conocemos o ni siquiera entendemos, ya que se acercan a los límites de nuestra comprensión. Las explicaciones de sus páginas, aún sin traducción en castellano, nos sirven para ubicarnos mejor en nuestro contexto y comprender lo descolocados que andamos; para ponernos en perspectiva dentro de la larga línea de tiempo que, después de millones de años, nos ha traído hasta aquí. También para que, gracias a esa nueva visión, podamos y vivir mejor.

El punto de vista de Bjornerud es más que necesario en una era acelerada en la que tener tiempo para uno mismo es considerado un privilegio. Pero ¿no lo tenemos o, en cierta medida, nos lo están arrebatando? Cuántas veces hemos oído o hemos pronunciado palabras como «no me da la vida» o «necesito vacaciones ya»; cuántos planes cancelados y cuántos cafés pendientes que siempre se posponen para una próxima semana que nunca llega. El motivo esgrimido suele ser, a menudo, el mismo: el trabajo.

El problema de vivir tan apresuradamente es que, aunque le hayamos otorgado el título de bien de lujo por su escasez, el tiempo es en realidad un bien de primera necesidad. Algo que todas las personas necesitamos y disfrutamos, lo dediquemos a lo que lo dediquemos. Por eso, reivindicar no solo el tener tiempo sino el querer tener tiempo se ha vuelto una cuestión central en el discurso político y en la conversación social. De fondo, un debate profundo tiznado de cuestiones sobre el ocio, los cuidados, el derecho a la desconexión, el bienestar, el ritmo más lento de las cosas. Y, por supuesto, el tema central: el tiempo y el peso que el trabajo ocupa en nuestra vida.

Aunque los cambios de paradigma no suceden de un día para otro, en los últimos años la conquista del tiempo ha tenido en los más jóvenes sus principales abanderados: para las nuevas generaciones, habituadas a las crisis múltiples, triunfar no equivale necesariamente a alcanzar un puesto con un salario astronómico. Para gran parte de ellos, el éxito reside en encontrar una ocupación que les permita vivir, les llene, les guste y, también, que no les robe mucho tiempo, como sostiene el estudio Valuing time over money predicts happiness after a major life transition: a pre-registered longitudinal study of graduating students, realizado por la universidad de Harvard hace unos años.

En él, se catalogaron las prioridades de un millar de alumnos de la Universidad British Columbia de Canadá, que tenían que escoger entre tener más tiempo libre o ganar más dinero y, después de dos años, decir cuánto de felices eran tras su decisión. Los resultados fueron sorprendentes –o no–: aquellos que dieron más importancia al tiempo frente al dinero mostraban niveles más altos de felicidad.

Lo imposible solo tarda un poco más

El contexto social favorable a esa reconquista del tiempo ha hecho que la cuestión se ponga en firme sobre la mesa de políticos, empresas y sindicatos. Hay voces que manifiestan que estos son objetivos poco realistas o inalcanzables, pero sus defensores tienen claro el contraargumento: también lo eran hace poco más de un siglo las vacaciones pagadas, la jornada de ocho horas o el descanso en los días festivos. Derechos laborales que ahora están completamente asumidos por (casi) todos.

Quizá la iniciativa que más fuerza ha cogido en los últimos años es la jornada laboral de cuatro días. Aunque en el planteamiento de algunas propuestas consiste únicamente redistribuir el tiempo de trabajo –en España, la jornada ordinaria recogida en el Estatuto de los Trabajadores es de ocho horas repartidas en cinco días, es decir, 40 horas; concentrando el tiempo laboral resultarían diez horas diarias a cambio de añadir un día más al fin de semana–, las corrientes mayoritarias optan por reducirlo. En concreto, en una horquilla que oscila entre las 32 y las 36 horas semanales.

Aunque pareciera que en España estamos aún muy lejos de asentarla, hay ciertos avances. En abril se aprobaron una serie de incentivos para pymes industriales de hasta 250 trabajadores que quisieran sumarse a esta experiencia piloto: las empresas solicitantes podrían optar a ayudas de hasta 200.000 euros si se comprometían a reducir las jornadas laborales de su plantilla en un 10% sin bajar el salario durante un mínimo de dos años. En total, el Gobierno contemplaba una inversión estatal de casi diez millones de euros de los que se ejecutará poco más de una cuarta parte del presupuesto: apenas 41 empresas se han acogido a esta medida.

Apenas 40 empresas se han acogido al programa piloto para implantar la semana laboral de cuatro días, que contemplaba casi diez millones de euros en ayudas para pymes del sector industrial

Con esas cifras en la mano, es cierto que el primer gran empujón para la adopción de la jornada laboral de cuatro días no ha tenido el éxito esperado, pero, si miramos fuera de nuestras fronteras, la tendencia parece inevitable a tenor de lo sucedido en países como Islandia o Reino Unido. Este último caso es uno de los más citados y estudiados en cuanto a factores de incremento de la productividad, los beneficios económicos para las empresas y, por supuesto, el bienestar de los trabajadores. Según un estudio realizado por la Universidad de Cambridge a setenta y una empresas de Reino Unido que implantaron la jornada laboral de 32 horas semanales, uno de los datos más relevantes fue la reducción drástica de las bajas por enfermedad. Más concretamente, el 39% de los trabajadores manifestaron estar menos estresados y el 71%, menos agotados. En paralelo, el estudio también demostró una subida en torno al 1,4% de los ingresos de las empresas.

Pero antes…

A pesar de su presencia en las conversaciones –y en los rifirrafes verbales de las campañas electorales–, siendo pragmáticos, la jornada de cuatro días aún está lejos de ser la realidad mayoritaria dentro del corpus empresarial español. Sin embargo, hasta alcanzarla, sí se están dando pasos firmes para adaptarse a los nuevos vientos que soplan en materia laboral y que no solo pasan por trabajar menos, sino también por trabajar mejor.

Estas nuevas tendencias tienen en común, en su mayoría, una ruptura con la dinámica más tradicional del trabajo en la que impera una presencialidad obligatoria y unos horarios marcados que, si se saltan, son siempre para añadir horas extra. Frente a eso, hoy la palabra clave es la flexibilidad, aplicada tanto al tiempo como al espacio de trabajo. Bajo su paraguas se esconden medidas que buscan una relación más fluida entre el trabajador y la empresa: acuerdos sobre el horario de entrada y salida, sobre los límites en cuanto a la disponibilidad o sobre la cantidad de días que se permite el teletrabajo.

Es indudable que la pandemia ha marcado un antes y un después. Si antes de la llegada de la covid trabajar en remoto era un escenario de ciencia ficción, hoy sucede lo contrario: muchas empresas han adoptado oficialmente uno o dos días de trabajo para ahorrar costes, por compromiso ambiental o por gobernanza interna; muchas otras, porque no han tenido otro remedio frente a la presión de sus propios trabajadores. Un estudio realizado por Prosperity Digital referido a trabajadores en el ámbito de la digitalización, recoge que ocho de cada diez profesionales se plantearían dejar su puesto si tuvieran que volver a la oficina a tiempo completo. Más de la mitad de ellos considera que son más productivos en casa.

Una vez conquistado ese punto, el horizonte laboral del futuro aún no está claro. Cuestiones como el trabajo por objetivos –que deja libertad a los empleados para que sean ellos los que se organicen y cumplan con las metas marcadas, no con lo que dicta un horario fijo– o el trabajo asíncrono –con equipos que escalan sus tareas en distintos momentos del día, sin la necesidad de trabajar todos al mismo tiempo– son algunas de las vías. Todas ellas requieren, eso sí, de una condición sine qua non: una relación entre jefe y trabajador basada en la confianza. Si se produce, se puede generar un entorno en el que las personas están más motivadas, son más productivas, eficientes y creativas, lo que redunda en el desarrollo de su talento y en su bienestar general.

Ver más a tus hijos que a tu jefe

La conciliación familiar –mejor dicho, su ausencia– es el tema central en la intersección entre los cuidados y el trabajo. Ha sido el protagonista de infinidad de coloquios, medidas internas en las compañías, decisiones personales, noticias en prensa y el origen de movimientos tan icónicos como el de Malasmadres, con Laura Baena a la cabeza. De él nació la asociación Yo no renuncio, enfocada en elaborar estudios y organizar campañas y jornadas de visibilización sobre la complicada situación que enfrentan las mujeres que tienen que elegir entre su familia y su carrera profesional.

El 80% de los profesionales se plantearían dejar su puesto si tuvieran que volver a la oficina a tiempo completo, según un estudio de la agencia Prosperity Digital

Sin embargo, hoy la cuestión ha entrado en una nueva fase en la conversación social: conciliar no es solo reivindicar tiempo para poder cuidar de tu familia, sino reclamarlo para invertirlo en lo que tú quieras. Sea lo que sea. Porque luchando por nuestro tiempo abrimos otras muchas ventanas. En el propio libro de Timefulness, Marcia Bjornerud cuenta que, gracias a enten der el tiempo profundo de la Tierra, además de a apreciar más el nuestro, adquirimos una herramienta fundamental para salvar el planeta: la perspectiva del tiempo necesaria para crear un futuro más ecológico que nos ayude a salir de la crisis climática que atravesamos.

Para conseguirlo, es necesario un análisis profundo que aborde qué lugar ocupamos en la historia y por qué hoy vivimos acelerados, pero también a qué dedicamos nuestras horas, qué nos hace felices, cuáles son nuestros objetivos vitales y a qué precio. Preguntas individuales que hoy han alcanzado un nuevo debate colectivo con el objetivo de poner el tiempo por encima del empleo. De pasar a hablar de las ventajas en materia de productividad y beneficios a hacerlo en términos de bienestar.

Porque priorizar el tiempo también es sinónimo de cuidarnos a nosotros mismos y a los que tenemos al lado. De reflexionar más, dedicar más espacio a nuestros intereses, dormir lo que necesitemos, no vivir corriendo. También, claro, nos da la oportunidad de ser más felices. O, al menos, nos cede las horas para intentarlo.

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