El mito que pinta a los jóvenes como consumidores de alcohol en grandes cantidades empieza a desmontarse: con los z a la cabeza, las nuevas generaciones cada vez beben menos. La preocupación por la vida sana o las ganas de adoptar un estilo de vida más consciente en todos los aspectos son algunos de los argumentos esgrimidos por una oleada de neoabstemios que responden a tendencias lifestyle como los movimientos ‘sober curious’ o ‘mindful drinking’.
Como si estuviéramos en el rosco de Pasapalabra. Empieza por B: «reunión masiva de jóvenes de entre 12 y 26 años para consumir grandes cantidades de bebida alcohólica que han adquirido previamente en comercios, escuchar música y hablar». En efecto, seguro que has acertado. El origen de la palabra botellón se remonta a los años ochenta, aunque tardó un poco más en popularizarse de forma masiva. A mediados de los dos mil, con diferentes nombres y peculiaridades, era un fenómeno extendido por toda España. Hoy, los macrobotellones casi han desaparecido. ¿Cambio cultural? Puede ser. O quizá también porque los jóvenes beben menos.
El prejuicio que relaciona de forma invariable la juventud con el consumo de alcohol está empezando a ser cada vez más eso, un prejuicio, una historia no basada en hechos reales. En los últimos años, diferentes estudios han ido apuntando que los miembros de la generación z –nacidos entre mediados de los noventa y en la primera década de los dos mil– estaban dejando de beber alcohol, y que lo hacían mucho menos que sus antepasados millenials. Uno de los últimos, lanzado por HBSC con el visto bueno de la OMS, apuntala esa tendencia: solo el 8% bebe alcohol cada semana. En 2006, en pleno boom del botellón, el porcentaje era tres veces mayor.
Si entonces los que no bebían eran socialmente señalados por sus semejantes y salir un fin de semana era sinónimo de discoteca –light para los más jóvenes– y alcohol en cantidades ingentes, hoy las tendencias parecen estar cambiando. Aunque eso no quiere decir que el alcohol haya desaparecido, ni mucho menos: la Monografía de Alcohol del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones, un estudio elaborado para el Plan Nacional sobre Drogas hace algo más de un año, sitúa la primera ingesta de alcohol en España a los catorce años. Además, un 32% de los menores entre 14 y 18 años reconoce haber tenido alguna ingesta abusiva (cuatro o más copas seguidas) en el último mes, y más del 75% reconoce haber bebido en el último año.
La salud y el bienestar en el centro
El cambio está siendo paulatino, pero sí puede percibirse una nueva forma de mirar a quien decide, por unos motivos u otros, no beber alcohol o reducir drásticamente su consumo. Así, los estudios a nivel internacional apuntan a una generación más abstemia que alega, en su mayoría, razones de salud y bienestar para optar por la moderación. Por ejemplo, el mencionado estudio de HSBC apunta a que casi tres de cada cuatro jóvenes creen que beber copas los fines de semana puede ser problemático a largo plazo. Andrés, dueño de un local de hostelería desde hace años, lo ejemplifica con el alza de un producto que era residual en España… hasta ahora. «Hasta este verano, nadie pedía agua con gas. Tenía un par de botellas para hacer algún cóctel y era suficiente. Ahora, tengo que pedir casi todas las semanas», explica.
Al final, el autocuidado que se encuentra detrás de cuestiones que atraviesan las tendencias seguidas por los z –y que van desde la priorización de la salud mental a las rutinas de skincare– también influye en sus hábitos de consumo de alcohol y en su alimentación. «No tiene sentido que durante la semana intente comer mejor y más sano si me tomo dos cervezas todos los días o cuatro copas por sistema todos los findes», explica Natalia, estudiante. A sus veinte años, reconoce que tanto ella como sus amigos han ido reduciendo poco a poco el consumo y que ya no hay tanta presión de grupo como antes cuando alguien dice que no quiere beber. «Ya no pensamos que pueda ser por un problema o que es un aburrido. Simplemente puede no apetecerle y ya está», cuenta.
Las campañas alertando acerca de los problemas derivados del consumo excesivo de alcohol parecen haber calado entre una generación que ha hecho del modo de vida healthy un objetivo vital. Según el Z Shot Sostenibilidad elaborado por Mazinn, consultora especializada en generación Z, junto a Marcas con Valores, estar bien consigo mismos es una de las características de estos jóvenes que buscan redefinir precisamente el bienestar individual con las prácticas diarias que les hacen sentirse mejor, incluyendo el cuidado propio a nivel físico y mental y el del planeta en cuestiones referentes a un consumo más slow, por ejemplo.
Sin embargo, en este punto los expertos señalan que, mientras dejan de beber, los z –que son «nativos dilemáticos», como los definen desde Mazinn– han abrazado el consumo de otras sustancias que no son tampoco inocuas para la salud. Por ejemplo, un estudio de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición un estudio (AESAN) calculaba que más del 40% de los jóvenes entre 14 y 18 toman bebidas energéticas al menos una vez a la semana, en un 16% de los casos mezclándolas además con alcohol. Como alertan desde este colectivo, el consumo prolongado de este tipo de refrescos puede causar problemas de sueño, renales y cardiovasculares debido a la alta concentración de azúcar y, sobre todo, de cafeína: cada lata de 250 mililitros suele superar los 80 gramos de cafeína, el doble de lo recomendado para una persona adulta.
Un consumo más consciente… también en cuanto al alcohol
En esa redefinición del bienestar de la que hablamos adquiere especial relevancia una palabra clave para la nueva generación: consciencia. Los jóvenes quieren poner en práctica hábitos más conscientes de consumo respecto a cuestiones como la moda –por ejemplo, comprando ropa de segunda mano–, la tecnología o los libros, pero también de todo aquello que tiene que ver con su salud y con la sostenibilidad. Basta con ver las estadísticas respecto al incremento de dietas veganas o vegetarianas entre los jóvenes: por ejemplo, en Suecia el porcentaje de población que se definía como tal ha pasado de ser del 3 al 10% en menos de una década.
Al igual que en ese aspecto han surgido movimientos en torno a la comida real o los hábitos más saludables, también lo han hecho las tendencias que acogen a quienes están abrazando los movimientos sin alcohol. A etiquetas como #nonalcohol que acumulan miles de publicaciones en redes como Instagram se le suman otro tipo de movimientos que hacen de la abstemia una filosofía vital.
Así, hace ya unos seis años que nació el movimiento mindful drinking, que precisamente podría traducirse como beber conscientemente. El término, atribuido a la periodista británica Rosamund Dean, se refiere a la presión social para consumir bebidas alcohólicas y la urgencia de dejar de convertirlo en una obligación. Además, también habla de reflexionar sobre cómo y cuánto bebemos desde el punto económico –¿has calculado alguna vez cuánto te gastas en cañas o en vinos al mes?– y emocional.
Otra palabra para añadir al diccionario del neoabstemio es sober curious, un término acuñado en 2018 por Ruby Warrington en su libro homónimo en el que ahonda en el perfil de las personas que no han dejado totalmente el consumo de alcohol, pero sí cuestionan el impacto que tiene el alcohol en su salud física y mental, así como en el papel que juega en sus decisiones. Así, los mindful drinkers serían primos hermanos, al fin y al cabo, de los sober curious, con quienes comparten preocupaciones y aspiraciones en cuanto a un consumo responsable.
En ese aspecto, en la era de la desestigmatización de la salud mental, también Dean también habla de la forma social de acercarnos al alcohol y de cómo nos hace sentir no ya en el momento de su consumo, sino el de después. Es lo que se conoce como culpabilidad por la resaca, esa sensación que te acecha a la mañana siguiente de haber bebido demasiado que suele mezclar arrepentimiento, recuerdos borrosos y miedo preventivo por haber hecho algo inadecuado. Si lo has sentido alguna vez, tranquilo, a mucha gente le pasa: se llama hangxiety, el término anglosajón para esa sensación de desasosiego por haber podido liarla que se une al malestar físico de la resaca. Si es algo repetido, puede ser señal de alerta y de que debes echar el freno.
No es casualidad que, en este contexto, las marcas de bebidas se hayan puesto las pilas para ofrecer nuevas alternativas #alcoholfree. A la cada vez más amplia variedad de productos nativamente sin alcohol –refrescos sin azúcar ni cafeína, diferentes tipologías de agua con gas, tés de sabores o nuevas tendencias como la kombucha– se unen reformulaciones de bebidas alcohólicas que eliminan esto último de la ecuación. Si hay cada vez más opciones de cervezas sin alcohol o 0,0 que incluyen diferentes matices como variedades más tostadas o con limón, también hay opciones de alcoholes destilados que se apuntan al light en cuanto a calorías y también a graduación: hace ya tiempo que marcas como Beefeeter o Ballantine’s lanzaron productos con la mitad de grados para quien quiere tomarse una copa sin ingerir grandes cantidades de alcohol. De hecho, el año pasado el Light January fue considerado tendencia dentro del mundo de bebidas haciendo alusión a la necesidad de cuidarse tras los excesos de las fiestas, pero algo menos que en el dry January que apuntaba por un enero de ley seca.
Ante esta nueva era, ahora queda el relato de la cultura popular. Al igual que los cigarrillos desaparecieron paulatinamente de las calles y de las pantallas, quizá pronto esa juventud que no considera el alcohol como el ingrediente indispensable para una noche de diversión sea la protagonista de las historias. ¿Veremos pronto a los protagonistas de las series juveniles como Élite o Euphoria quedando para tomarse un agua con gas?