Cocinar para vivir con (c)alma

La relación con la comida ha definido la historia del ser humano por muchos más motivos que los puramente nutricionales: qué diferente tener la barriga llena y el corazón contento a estar a pan y agua. Con su proyecto Soul in the Kitchen, Claudia Polo reivindica la comida como un placer que nos une a los demás y nos ayuda a entender mejor el mundo. 


El científico del comportamiento Daniel Nettle ha centrado sus investigaciones en un aspecto en el que, con toda probabilidad, el resto de los mortales, apenas hayamos reparado: la abrumadora diversidad y densidad de lenguas que existen en los trópicos, especialmente si las comparamos con otras zonas más frías o templadas. Como aborda en su libro Linguistic diversity –aún sin traducción al castellano–, solo en Papúa Nueva Guinea se hablan el 10% de las lenguas del mundo, mientras que en zonas más alejadas del Ecuador existe una tendencia más unificadora. 

Para Nettle, el secreto está en la mesa. En concreto, en cómo llenarla: en las zonas tropicales, la abundancia de alimentos durante todas las estaciones ha favorecido la propagación de pequeñas comunidades lingüísticas, ya que la población era autosuficiente para obtener recursos. Por el contrario, en las zonas con climas más adversos o en las que hay escasez estacional, la propia naturaleza ha obligado a sus habitantes a entenderse y a crear un idioma común por pura supervivencia. Lo que el hambre ha unido, que no lo separen las palabras.  

Llegar a esa conclusión no es fácil y pasa por echar la vista milenios atrás. Al fin y al cabo, comer es algo tan antiguo como nuestra propia especie, aunque no siempre lo pensemos. «Comer implica muchas cosas de las que, por la manera en que vivimos actualmente, no somos conscientes. Es algo que hacemos, como mínimo, tres veces al día, y que puede tener mucho más impacto que compartir un post en Instagram», sostiene Claudia Polo. De esa reflexión sobre la manera en la que nos acercamos a los alimentos nació Soul in the kitchen, su proyecto de comida consciente que abarca desde redes sociales hasta playlist para bailar en la cocina, pasando por una revista –Hambre magazine–, ponencias, libros, retiros o un calendario de frutas y verduras de temporada.

Ni saludable ni saludablo

Más que contenido, Polo comparte una filosofía de vida que, en ocasiones, la lleva contracorriente. Desde que la alimentación está en el foco –debido en parte a la irrupción masiva de la comida saludable en los lineales–, la consciencia en la alimentación también se ha puesto sobre la mesa, valga la redundancia. Sin embargo, ahora que podemos alimentarnos a golpe de clic, muchas veces se nos olvida de dónde viene y a dónde va lo que nos llevamos a la boca, sin tener en cuenta el impacto que tiene comer y su relación con todo lo que nos rodea. 

«La comida puede tener mucho más impacto que compartir un post en Instagram»

Para desandar ese camino, además de su divulgación en redes –solo en Instagram, pasa de los 100.000 seguidores– puso en marcha Orchestra Kitchen, un delivery en el centro de Madrid que se define como «una cocina para compartir experiencias gastronómicas del mundo». En él, elaboran cuatro tipos de productos bajo el sugerente nombre de estas melodías principales: burger jazz, pan soul, ramen pop y coquelet chanson. 

Durante estos últimos años, ha constatado que existe «una tendencia y una vuelta hacia lo local y lo propio, que al final es comunitario». Como cuenta, la percepción de la relación del individuo con la comida ha cambiado radicalmente en los últimos años. Ella lo comprueba en sus retiros, en los que los participantes realizan talleres de cocina, pasean por la naturaleza y recolectan plantas locales para cocinar con producto local y de temporada. «La mayoría nunca habían pensado, en el momento de la compra, si un producto viene de un sitio o de otro», explica. 

A pesar de vivir en un mundo hiperinformado, es difícil conocer la procedencia o el destino de los alimentos, así como las implicaciones medioambientales y sociales de su producción o desperdicio. Por eso, uno de los objetivos de su cuenta de Instagram (@soulinthekitchen) es crear un espacio de diálogo para conectar con un consumidor consciente que entienda la alimentación como una cadena y no como un acto individualizado, sin culpabilizarnos física ni moralmente, a diferencia de lo que hacen otras muchas narrativas relacionadas con la comida. «Promuevo hábitos alimentarios desde el disfrute y la consciencia, nunca desde dietas estrictas ni desde una posición moral que lleve a la autoexigencia o el perfeccionismo», explica. 

Su ambición es mucho más sencilla y real: la coherencia. «Busco que, al menos, esos hábitos de consumo sean acordes a los valores personales, adaptándolos con flexibilidad a las posibilidades de cada uno consigo mismo y con lo que les rodea», subraya. Un objetivo que brilla en medio de la obsesión por lo real y lo healthy, sobre todo en las redes sociales, llenas de recetas, dietas y consejos que, en muchas ocasiones, desembocan en conductas poco recomendables. Por eso ella huye de etiquetas como saludable o no saludable. «Podemos comernos un croissant si nos apetece, pero siendo consciente de que nuestra manera de comer cada día es lo que nos mantiene vivos a nosotros, pero también al campo y a las huertas», sostiene. 

¿Hace cuánto que no cocinas?

Aun teniendo el conocimiento y la consciencia alimentaria suficientes, ser consecuente y traducirlo a decisiones reales en un día a día frenético que nos arrolla es complicado. Tener tiempo para ir a hacer la compra, cocinar, encontrar momentos para comer sin prestar atención a otra cosa que no sea el plato que tenemos delante se ha convertido, para casi todos, en una quimera. Pero es necesario cambiarlo. «Es importante darle un valor y un peso social a todo el proceso que engloba el acto de comer. Una vez dado, por propia necesidad, se darán espacios que nos permitirán encontrar el tiempo para hacerlo», sugiere Polo.

«Nuestra manera de comer es lo que nos mantiene vivos a nosotros, pero también al campo»

Comprar, cocinar y comer son las tres patas necesarias para que nuestro taburete alimentario no se caiga, aunque a menudo no las situemos siquiera en la misma dimensión. Tomar una consciencia holística de todos los factores interrelacionados que existen para que un alimento llegue a tu estómago puede ayudar a verlo con mayor claridad. Ella lo tiene claro: «Comer es algo que va más allá de ti mismo y tu cuerpo. Es un acto que te conecta con tu barrio, con los tenderos, con la persona que trabaja en la caja del supermercado, con la vecina que te ha dado galletas». Sin embargo, hoy es un acto más individualista que nunca. Fuera del fin de semana, parece que hemos olvidado el poder mágico de objetos tan simples como una olla y una mesa. Cosas cotidianas, pero con capacidad infinita de hacer grupo para reunirnos y disfrutar sentados a su alrededor. 

Comer es un gesto que empieza y acaba en uno mismo, pero para comer con conciencia se requiere a los demás. Es un acto que necesita de personas: aquella que planta una semilla autóctona en un terreno para ayudar a su regeneración, aquella que la recoge, aquella que la acerca al consumo y te la vende. También pasa por ti, que coges el viejo recetario familiar, o llamas a tu madre para preguntar cómo se hacían las lentejas. Vivir a este lado del mundo ha hecho que necesitemos menos lenguas que en Papúa Nueva Guinea para mantener el vínculo con quienes nos sustentan, directa o indirectamente. «Hablar con la frutera de tu barrio te acerca a todo lo que hay detrás de ella, pero también a lo que hay detrás de los productos que ella vende», concluye Polo. Porque la comida nos ayuda a entendernos y nos une a los demás: es el alimento universal de la civilización humana. 

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