Buceo

Un match entre ciencia y ciudadanía para evitar que el Mediterráneo se tropicalice

Las consecuencias de la emergencia climática son especialmente palpables en los océanos. En el caso del Mediterráneo, la subida de temperaturas está afectando gravemente a los ecosistemas dependientes de la posidonia o las gorgonias rojas. Así actúan los Observadores del Mar, ciencia ciudadana al servicio de la protección del entorno marino.


Un verano constante, sol todo el año, baños en el mar, piel morena, el olor de la sal en el pelo… ¿Quién no quiere vivir en un swing tropical que nos invite a gozar, como dice Nickodemus en su canción? Aunque a nosotros nos guste la idea, que el Mediterráneo se esté tropicalizando no es nada bueno.

El Mare Nostrum sufre un sobrecalentamiento, una grave consecuencia del cambio climático que desencadena muchas otras. Si el mar sufre cambios, también los sufren quiénes lo habitan. «Aumentan las temperaturas de zonas que previamente eran más frías y esto causa una reordenación de las comunidades y de las especies, toda una reorganización del ecosistema», cuenta Joaquim Garrabou, coordinador de la organización Observadores del Mar, una plataforma de ciencia ciudadana del CSIC (Centro Superior de Investigación Científica) que promueve la investigación y conservación marina. 

En España contamos con unos 8.000 kilómetros de costa que acogen a más de 14.000 especies. Aunque todos los océanos están experimentando un progresivo aumento de la temperatura, el Mediterráneo se está calentando por encima de la media. ¿Conseguirán las especies adaptarse a las nuevas temperaturas? Aunque los efectos del cambio climático son estudiados por científicos desde hace décadas, Garrabou insiste en que los resultados «deben transferirse a la sociedad y administraciones para que tomen decisiones adecuadas sobre cómo prevenir los problemas que nuestras actividades están causando en los ecosistemas». 

En este punto entra en juego la ciencia ciudadana, la razón de ser de Observadores del Mar que, con el apoyo del proyecto LIFE INTEMARES de la Fundación Biodiversidad y el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, unen la participación y la ciencia en una solución conjunta. «Lo que para muchos es una afición, disfrutar en el mar, acaba teniendo una relación directa como parte de la solución a estos problemas», confirma Joaquim. Así, la ciencia ciudadana se convierte en una herramienta real y eficaz para estudiar los efectos del cambio climático sobre la vida marina pues multiplica la capacidad de observación, impulsa la sensibilización y, además, genera una comunidad entre los diferentes actores implicados, desde la ciudadanía a los centros de buceo o las administraciones. 

En este caso concreto, ya son más de 5.400 personas y casi 500 entidades las que observan el mar y recopilan datos para los 17 proyectos de la plataforma, cada uno gestionado por su propio equipo científico que analiza los efectos particulares en las aguas mediterráneas.  

El daño a los jardines marinos

Una de las consecuencias más palpables de que el Mediterráneo se vuelva más cálido es, según los estudios del CEAB (Centro de Estudios Avanzados de Blanes), el aumento de mortalidad de los bosques de gorgonias rojas. Jordi Boada, científico del centro, incide en que su papel es fundamental para proteger la biodiversidad marina y lo compara con el de los árboles, pues «permiten que haya muchas otras especies de animales conviviendo en un ecosistema». Si desaparecen, lo harán muchas otras de la zona, algo que ya está sucediendo: según los datos que maneja el equipo de Garrabou, el aumento de temperaturas ya ha provocado la pérdida casi el 60% de la biomasa de las colonias de gorgonias a más de 20 metros de profundidad. 

Los efectos en la reproducción de las plantas es otro de los puntos fundamentales de sus investigaciones. Por ejemplo, la posidonia oceánica es una planta marina que, como todas, florece y genera frutos. Por lo general, se reproduce de forma asexual, así que verse obligada a lo contrario supone un sobreesfuerzo energético enorme que compromete su supervivencia. Y es lo que ya pasa.

Esta sobrecarga implica que la planta no tenga capacidad de realizar otras funciones y que la floración masiva sea ineficaz, ya que genera frutos más pequeños, menos fuertes y que flotan más, con lo que a menudo son incapaces de germinar y terminan perdidos en las playas. Los expertos también hablan del caso de los blanquizales o desiertos submarinos, rocas que antes acogían ecosistemas y comunidades marinas y que ahora se han quedado peladas. Los motivos están interconectados: el desplazamiento de especies conlleva la llegada de especies invasoras potentes herbívoros que entran por el Canal de Suez e impactan directamente en los bosques de algas. Entre los culpables también se encuentran los temporales, también vinculados al cambio climático, y que cada vez son más frecuentes y de más intensidad. 

La amenaza de los desiertos submarinos es paradójicamente su estabilidad. Boada asegura que algunos de ellos que existen desde hace 30 años siguen igual. No se han regenerado: si no hay peces, se pierden los bosques de algas y la capacidad de recuperar esas poblaciones de peces. Una vez más, la ciencia ciudadana es importante, pues los Observadores del Mar informan a los científicos cada vez que topan con la existencia de un blanquizal para así estudiar su origen, extensión, características… 

Hay que seguir observando

Ignacio Torres, subdirector de la Fundación Biodiversidad y director del proyecto LIFE INTEMARES, explica que, además de ser esencial para investigaciones científicas y avanzar en la construcción de conclusiones, «la información que emerge de este programa también se recoge en el mayor repositorio de información estatal, el Banco de Datos de la Naturaleza del Ministerio».

La naturaleza es muy compleja y se necesitan muchos datos para poder establecer conclusiones certeras. Los Observadores del Mar no desisten en seguir registrando información y comunicando los cambios que perciben. De primeras, parece ser que cada vez hay más especies tropicales, pero estamos en el proceso de recogida de datos: aún no sabemos hasta dónde vamos a llegar, la temperatura que vamos a alcanzar o las especies que van a poder soportarlo. Pero lo que sí sabemos es que para sacar conclusiones se necesita observación y colaboración entre la ciudadanía y la ciencia. Como dice Jordi Boada, «hay veces que un solo dato sobre una especie es la chispa que motiva toda una investigación científica». 

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