El movimiento «desautoxicador» de las ciudades está creando un nuevo tipo de espacios públicos, más flexibles, desestructurados y amables con las personas que los habitan.
¿Sabes lo que es una calle-garaje? Si relacionas conceptos y vas a lo más simple, pronto llegarás a una conclusión. Te lo pregunto de otra forma: quieres comprarte un congelador, pero no te cabe en la cocina… ¿Se te ocurriría dejarlo en la calle? ¿Y entonces por qué un congelador no y el coche sí? La anécdota del congelador se va convirtiendo en un clásico en el circuito de arquitectos, geógrafos, urbanistas o sociólogos que se hacen preguntas relevantes sobre el futuro de las ciudades. La emergencia climática recrudeció el debate, y hasta la ley obliga a soltar menos humos y a que circulen menos coches por las ciudades, que han de ser sanas, seguras y habitables, porque vivir en ellas no debería ser un fenómeno tóxico.
La boina sobra y el espacio para hacer cosas felices, relajadas, cotidianas y divertidas falta. Dime cómo es tu barrio y te diré la vida que llevas. ¿Compras cerca de casa? ¿Lo haces a pie? ¿Vas a trabajar o llevas a tus hijos al cole caminando o en bici? ¿Hay cerca lugares agradables donde tomarte una caña al aire libre? ¿La chavalada juega en la calle o solo en esos parques-refugio donde los encierran para evitar que se dañen? Además de las diferencias de renta de cada zona urbana, su revalorización pasará en el futuro por la respuesta a estas preguntas, es decir, por el espacio público del que la gente disponga para hacer su vida.
El geógrafo Màrius Navazo, del grupo Gea21, suele utilizar una comparativa muy útil para describir las calles actuales frente a las que vienen: calles pasillo vs. calles salón. Si buscas un piso, ¿quieres uno con mucho pasillo? Al contrario, prefieres que tenga un gran salón, habitaciones y espacios para la convivencia, el buenrrollismo y el disfrute en familia, que es lo que se busca en una casa.
En la calle sucede igual. La calle liberada y social es una calle igualitaria, democrática, con grandes posibilidades para la vida, para la convivencia, la cultura y el deporte más allá de la realidad económica de cada persona. Navazo ha ido, incluso, más allá y se atreve a proponer que los municipios creen departamentos de vitalidad urbana al máximo nivel para gestionar todo lo que pasa en la calle, desde los tráficos hasta el comercio o el espectáculo, pues estos espacios serían grandes escenarios para múltiples actividades.
Según estos planteamientos salonificadores, las calles dejarán de ser una sucesión de pasillos circulatorios para convertirse en espacios amplios, poco estructurados, flexibles y amables con la gente, que ya no tendrá que andar con mil ojos para defenderse de las incomodidades de la omnipresencia actual de los vehículos. Hoy, los pasillos son las aceras estrechas, las líneas de aparcamiento o los carriles para los coches. Incluso los nuevos pasillos, los carriles bici, también son pequeñas autopistas para estos vehículos y los emergentes, llamados de movilidad personal.
Coexistir en la ciudad
La clave en estos nuevos modelos es la convivencia, la apertura de espacios. Las calles abiertas, como llaman en Logroño a su plan de recuperar algunas travesías para la convivencia, mejorando su utilidad social. No se trata del ya viejo concepto de peatonalizar vías comerciales para mejorar la rentabilidad de los locales o la comodidad de los clientes, o de las peatonalizaciones de barrios históricos para mostrarlos a los turistas en mejores condiciones para sus selfies. La transformación va mucho más allá.
Las nuevas calles de prioridad peatonal son calles de los barrios o del centro urbano, pero cuya misión no es economicista sino ambiental, no en un sentido que aluda a la naturaleza sino al entorno: el medioambiente urbano es el que te encuentras al salir del portal, y también es necesario defenderlo.
«Calles en las que el peatón pueda ir mirando su móvil sin peligro. En las que tengamos derecho a ir despreocupados, circulando como nos apetezca, al paso que sea, de manera longitudinal, pero también a cruzarnos improvisadamente en diagonal sin confinarnos en aceras», tal como reivindica Ana Montalbán, directora de la Red de Ciudades que Caminan, organismo que representa a más de 60 municipios en los que viven nueve millones de personas.
De hecho, a este colectivo no le gusta demasiado el término peatón, muy relacionado con la movilidad. «El peatón es quien se traslada a pie, pero no existe un término adecuado para quien está, para quien juega, para quien pasea o charla… ¿Peatones? Sí, pero mucho más: personas. Personas que tienen derecho al espacio público, a que el espacio sea un derecho como la sanidad o la educación», explica.
Así es el nuevo horizonte urbano. Así figura en la Ordenanza de espacio público y movilidad amable de Pontevedra, que define este tipo de calles como «espacios de coexistencia de usos y prioridad peatonal», con lo que trasciende el hecho de que estas sean simples vías de circulación. Sus promotores dicen que si existe un conflicto entre vehículo y peatón, la solución siempre será favorable a este último. «El coche es muy necesario para muchas cosas, pero no para tantas como para invadir las ciudades. El conductor debe percibir claramente que es el invitado, no el anfitrión, en el espacio urbano», mantiene Montalbán.
«El coche es muy necesario para muchas cosas, pero no para tantas como para invadir las ciudades»
Ana Montalbán
Calles que deben tener más bancos, más árboles, más verde, más superficies libres para el juego. Bulevares que inviten a las personas mayores a salir de casa, que faciliten la vida a quienes han de utilizar sillas de ruedas, que se conviertan en espacios de sociabilidad e intercambio.
Calles que serán cada vez más frecuentes en ciudades desautoxicadas en pos de combatir la crisis climática que, además, mejorarán la seguridad. Algunas de ellas lo harán para proteger las escuelas apoyando la revuelta escolar que, nacida en Barcelona, se ha ido extendiendo por España y que reivindica unos colegios sin tráfico motorizado alrededor para evitar atropellos.
La avenida Mistral, de Barcelona, un ejemplo de los años 90. La Alameda de Hércules sevillana. O el eje de 3,5 km que atravesará varios barrios de A Coruña. O las travesías que abundan en Pontevedra o Bilbao, ciudades en la avanzadilla de este movimiento que agita el asfalto urbano para ablandar su paisaje y ofrecer espacios comunes a toda la ciudadanía. Calles del mañana para poder vivir hoy.