Ilustración de Nico Ordozgoiti

Una gata al sol

Me presentaron a Andrés en una azotea y era el amigo del novio de la amiga de alguien. No consigo acordarme y cuando lo intento noto que la cara se me frunce de aburrimiento. No habría vuelto a pensar en él si no estuviera tan claro que quiere quedar conmigo, quiere quedar conmigo muchísimo. Me siguió en Instagram y ahora me reacciona a casi todas las historias, me manda memes, me ha propuesto cinco planes en las últimas dos semanas. Me da apuro bloquearlo por si volvemos a coincidir en alguna azotea y me veo atrapada contestando breve, seca, palabras sueltas que son puro compromiso, dejando vacíos que ignora, ¿cómo es que no lo huele? No quiero a esta persona cerca, tengo mucho lío con el trabajo y estoy segura de que mis perros le enseñarían los colmillos nada más verlo, de que mis gatas se esconderían detrás del sofá al oír su voz.

Aquel día en la azotea también había perros. Yo me senté con ellos a acariciarles los mofletes y este tío se me acercó y nos interrumpió. Me preguntó qué hacía tan sola. ¿Cómo que tan sola?

Ya está. Ahora eres tú el que no quiere nada conmigo, Andrés. Adiós, Andrés. Esta noche tendrás pesadillas, Andrés.

Subo una foto de mi gata al sol y reacciona mandando una cara amarilla con corazones en los ojos. «Qué sábanas más bonitas», añade, y le hago una arcada al móvil. Podría decirle amablemente que no me interesa pero ya sé cómo se puede poner la cosa si hago eso. Le daría la vuelta, escondería la mano, me llamaría flipada. Sube una foto de un coche de caballos en Málaga y el algoritmo me la enseña. Conque coches de caballos. De repente, la iluminación. Hace tiempo que no comparto ninguna campaña para ayudar a un refugio, que no divulgo datos sobre la devastación de la industria ganadera. La gata que estaba al sol siente mi esperanza y se me acuesta en el regazo para compartir la satisfacción. Muchas de mis amigas son voluntarias en santuarios, activistas, cocineras en restaurantes veganos, bellísimas personas. Busco sus perfiles. Casi todas tienen alguna campaña en vigor. Comparto una recogida de firmas para la liberación de los patos.

«Ohhhh, qué desilusión, ¿entonces no te puedo invitar a cenar paté?», responde Andrés.

«No, Andrés». Las palabras soñadas por fin a mi alcance.

«Pues qué rollo».

Ya está. Ahora eres tú el que no quiere nada conmigo, Andrés. Adiós, Andrés. Esta noche tendrás pesadillas, Andrés. Soñarás con un sótano a oscuras, con un suelo frío, con una jaula sucia, y tal vez eso te transforme. Otro día soñarás con una pandilla de patos correteando sobre la hierba, la luz de la tarde reflejándose en un lago mientras se meten en el agua, y serás otro. Ven a mí en ese momento, Andrés, cuando seas capaz de apreciar el regocijo de una gata al sol sin mandar pullas sobre sábanas.

Un gorrión se apoya en la cornisa de mi ventana y picotea el alpiste que le he dejado. Le tiro un beso.


Elisa Victoria es escritora. Ha publicado decenas de artículos, relatos y tres novelas —Vozdevieja, El Evangelio y Otaberra— con Blackie Books.

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