Reset, en La escalera de Jacob

Viaje al centro del teatro off

Cuando se levanta el telón, el mundo se para. El teatro sirve para contar historias, pero también para conmover y movilizar hacia el compromiso social. Si estás estos días por Madrid, estas son algunas de las obras de teatro alternativas que hablan de la vida en los márgenes.


El teatro crea grietas y conmueve a quien lo disfruta o lo sufre. Si fuera un arma, sería blanca por su pureza y no por su daño. Tiene múltiples formas y muy diversos colores, y todas son capaces de acercarnos a lo profundo y hacernos reparar por unos minutos en lo importante. Sobre todo en su vertiente más comprometida.

En el caso de Madrid, son muchas las salas que acogen pases teatrales. En buena parte lo hacen a obras de teatro de pequeñas compañías o productoras humildes que tocan temas de interés general de una manera algo más íntima. A estas obras que emergen en los márgenes de lo comercial se las conoce como teatro off. Este nombre comenzó a utilizarse en la década de los 50 en Nueva York, cuando algunos artistas de muy diversas áreas comenzaron a crear bordeando lo convencional, evitando así sucumbir a las exigencias y necesidades de entretenimientos populares, alejándose de las superproducciones norteamericanas a las que el público estaba tan acostumbrado.

El teatro off trata temas muy diversos siempre desde un punto de vista comprometido y respetuoso, pero algo crudo a la vez. Los personajes de estas obras posan su intensidad en las vicisitudes ante las que se puede encontrar cualquiera. Cualquiera que desee planteárselo, claro está.

De esta forma podemos encontrar en La Escalera de Jacob obras como Reset, donde la idea de una joven entusiasta lleva a cuatro personas a retirarse al Congo, lejos de la civilización y sin la ayuda de tecnologías ni inventos creados por el ser humano. Movimiento, de Jorge Drexler comienza poniendo el fondo a esta obra que navega hacia una crítica sutil a la precariedad económica y a la inconsciencia colectiva.

Otra sala conocida por sus producciones efectivas y conmovedoras es El Teatro del Barrio. El abanico es amplio. En su cartelera se puede encontrar No soy tu gitana, obra de Pamela Palenciano y Nüll García que acerca la idiosincrasia de la mujer gitana desde el siglo XVI hasta nuestros días. Lo hace en un marco cultural de valoración y análisis de la imagen que se ha proyectado a lo largo de la historia y reivindica la realidad, muy alejada de la proyección que los hombres payos han querido hacer.

En una línea también reivindicativa y feminista, en la misma sala, la misma autora, Palenciano escribe e interpreta No solo duelen los golpes, bajo la dirección de Darío Valtáncoli. Con tendencia crítica y altas dosis de humor, la andaluza relata pasajes autobiográficos en los que el maltrato propiciado por la violencia de género es el indiscutible protagonista. También en el Teatro del Barrio, Los papeles, de Anthony Kmeid habla sobre la trayectoria cierta y sinuosa que ha de llevar a cabo para vivir y amar lejos de Líbano.

Terebrante, de Angélica Lidell.

Atención medioambiental, crítica social y garabatos generacionales que intentan dar sentido a la caricaturizada realidad actual son algunos de los ingredientes de los que disfrutamos hoy cuando nos plantamos ante los herederos de aquel Mayorga de El Astillero o aquella Angelica Liddell que, incluso autoexiliada a Francia por incomprendida, sigue helando – o haciendo hervir – la sangre de los que aún tienen el valor de ir a escucharla declamar.

Convencida de que el teatro es vanguardia y, por qué no decirlo, incomodidad, Angélica Liddell se esfuerza en recorrer los rincones más profundos de la condición humana. Allí donde nunca habitaría la belleza, el confort o el lujo, allí se posiciona la artista catalana que ganara el León de Plata en la Bienal de Teatro de Venecia o el Premio Nacional de Literatura Dramática que otorga el Ministerio de Cultura. En su última obra, Terebrante, Liddell se atraviesa con el flamenco. Dolor y delirio, figuras que parecen invocadas por una enajenación química, dosis de sangre y ritmos repetitivos que dirigen al espectador hacia el sendero de la insania.

Existencia y dolor o el devenir y la evolución del ser humano ante todo ello. De esto trata el teatro que se mete – y se compromete – dentro de las preocupaciones y procura atender a las inquietudes del uno y el otro. Un teatro que, mezclado ya no sabemos hasta qué punto con el social, o quizás dentro del mismo, compone un código y lo comparte con el espectador, esperando de alguna manera un entretenimiento combinado y entendido como la mixtura entre sufrir, reír, disfrutar y reflexionar.

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