Hay libros que nos hacen viajar metafóricamente y no tan metafóricamente. Sin salir de España, puedes seguir los pasos de autores como Miguel Delibes o Rosalía de Castro, pero también sentirte Don Quijote… o hasta Frodo Bolsón.
La buena literatura siempre es un viaje. Un viaje imaginario, ciertamente, pero por mundos que a veces son descritos con tanto detalle y maestría que adquieren una presencia casi física. Por eso no es tan extraño que, cuando algunos libros llegan a la gran pantalla, experimentemos una especie de déjà vu porque, en cierto modo, ya los habíamos contemplado en nuestra mente.
En otras ocasiones, el relato transcurre por lugares reales pero que adquieren una nueva dimensión a través de la palabra escrita. Así sucede con nuestro gran clásico español y universal, El Quijote. Proponemos a continuación un viaje por esos universos literarios, tanto los completamente imaginados como los basados en localizaciones reales. Pero no hablamos en sentido metafórico: este es un viaje con todas las de la ley, con la mente y con los cincos sentidos, que es lo que nos pide el cuerpo en verano.
Sentirse Frodo en la sierra de Madrid
La primera parada la haremos en la famosa trilogía de Tolkien. El Señor de los Anillos es uno de los más apabullantes y complejos mundos salidos de la mente de un escritor. Mundo imaginario que desde la Fundación Laudato Si, dependiente del Arzobispado de Madrid, se han propuesto llevar a la realidad a través de El Camino del Anillo. Se trata de un recorrido de 122 kilómetros a pie inspirado en este clásico literario y que transcurre por los parajes de la Sierra Norte de Madrid.
«Esto es un soplo del espíritu, que un día nos dijo que teníamos que seguir a Tolkien. Y lo seguimos por la sierra, a través de 122 kilómetros, porque los paisajes se parecían mucho», afirma Pablo Martínez de Anguita, coordinador de esta iniciativa.
Martínez de Anguita destaca que tardaron seis años en diseñar el trayecto. «En este camino se recorren las etapas que hizo Frodo. Desde Hobbiton, que ahora se llama El Berrueco, a Buitrago, que viene de Bree: de Breetrago a Buitrago de Lozoya. Después, se sube a la Cima de los Vientos, o como le dicen ahora, el Cerro Piñuécar. Desde allí se llega a La Hiruela, antaño Rivendel, con sus bosques. Entonces hay que atravesar Caradhras, que ahora se llama La Tornera, porque es donde Gandalf se tuvo que tornar, porque no pudo pasar por ahí. Por eso se baja al valle de Moria, donde está el pueblecito con el mismo nombre (Puebla de la Sierra), con gente maravillosa que nos recuerda un poco la cultura de los enanos. Incluso tienen un herrero».
Martínez de Anguita prosigue: «Llegamos al espejo de Galadriel, que obviamente es el pantano de Elatazar de los elfos o, como se dice ahora, El Atazar. Y después saltamos a las tierras rohirrin de Patones. De ahí pasamos a Gondor o Torre-la-Gondor, ahora Torrelaguna, donde, en la fachada catedralicia, se haya el árbol de Valinor».
Al más puro estilo compostelano, son ocho etapas en total, aunque también existe una versión reducida del Camino del Anillo de cuatro días, así como varios itinerarios pensados para tan solo una jornada. Además, es posible completar la experiencia añadiendo multitud de actividades adicionales, tales como charlas, exposiciones, películas o juegos.
Como entidad católica, la Fundación Laudato Si desarrolló esta iniciativa pensando inicialmente en los grupos juveniles de las parroquias, pero, poco a poco, trascendió a otro tipo de público laico: hoy es habitual ver a familias con hijos y turistas que buscan algo original en sus escapadas, o grupos escolares. «De ser una cosa para jóvenes, hemos acabado admitiendo gente de 3 a 99 años. Pero hacemos excepciones con el resto», resumía divertido, el coordinador del Camino del Anillo en esta entrevista en TVE.
Tras los pasos de Don Quijote
Pero si hablamos de viajes donde se unen los paisajes reales y literarios, no necesitamos irnos a las lejanas tierras de Mordor teniendo a nuestro ingenioso hidalgo y la Ruta de Don Quijote, aunque quizá debamos utilizar el plural, pues las opciones son múltiples. En el año 2005, con motivo del cuarto centenario de la publicación de la primera parte del nuestro gran clásico, el Gobierno regional de Castilla-la Mancha lanzó una ruta ecoturística de 2.500 kilómetros, divididos en diez tramos –divididos, a su vez, en varias etapas–, que permite recorrer a caballo, en bicicleta o a pie gran parte de la geografía castellano-manchega, incluyendo lugares y entornos tan emblemáticos como los de Toledo, Villanueva de los Infantes, Almagro o los campos de Calatrava y Criptana.
La Ruta de Don Quijote cuenta incluso con algún spin-off, como la Ruta de los Molinos de Viento, que nos permite conocer de cerca estas icónicas construcciones manchegas que todavía quedan en pie en localidades como Consuegra (Toledo), Campo de Criptana (Ciudad Real) o Mota del Cuervo (Cuenca).
Finalmente, otra posibilidad es emprender esta aventura copiando los pasos del protagonista a lo largo de las tres salidas narradas por Cervantes en las dos partes del libro, con punto de partida en Argamasilla de Alba, considerada la posible patria de don Quijote.
Lugares dignos de ver (y de leer)
España es sin duda un país repleto de autores enamorados de su tierra, sea cual sea, a la que han sabido cantar en sus obras. Las rutas que aúnan literatura y naturaleza son abundantes a lo largo de nuestra geografía, y merece la pena disfrutarlas.
Aunque posiblemente nos dejemos algunas en el tintero, destacamos, por ejemplo, la Ruta de los poetas de Soria, por donde pasaron Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer y Gerardo Diego. También es muy interesante las seis Rutas de Delibes que propone la Diputación de Valladolid, y que se basan en sendos libros del célebre escritor, periodista y académico de la RAE.
Igualmente recomendamos la Ruta Rosaliana, que recorre algunos de los lugares más singulares en la vida de la poeta gallega Rosalía de Castro. Sin salir de Galicia, también se han dedicado varias rutas a la vida de la célebre Emilia Pardo Bazán.