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¡Vivan las canas! La revolución gris de las mujeres

Las canas afloran para dar un nuevo significado de feminidad que abraza todas las etapas de la vida y, sobre todo, reivindica en las mujeres el derecho a envejecer públicamente desde el respeto a su identidad.


Calles y avenidas desiertas, establecimientos fantasmales, autobuses deambulando por paradas inhóspitas… La pandemia llegó a nuestras ciudades y hogares para dejarnos estampas que hubiéramos jurado imposibles. Unas de belleza particular, otras descorazonadoras y muchas revolucionarias.

Dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre, y fue durante las semanas de confinamiento cuando el portazo de peluquerías y salones de belleza impulsó a miles, a cientos de miles de mujeres en todo el mundo a dejar atrás uno de sus hábitos durante décadas: el tinte.

Entonces, las pantallas de nuestros teléfonos fueron, más que altavoces, ventanas que daban a la realidad de muchas mujeres lanzándose a la piscina de las canas, desaprendiendo costumbres, deshaciéndose de su escafandra capilar y entonando el «se acabó, porque yo me lo propuse y sufrí» que cantaba María Jiménez en idiomas propios.

La pandemia y las redes únicamente cumplieron su parte del trato: visibilizar una realidad que ya existía y, en cierto modo, que ya cansaba a las mujeres que se teñían por tradición. De hecho, las redes ya murmuraban el movimiento silver mucho antes. Incluso, algunas celebrities ya llevaban a gala el estandarte del grey power, como nuestro ejemplo y reclamo patrio favorito, Ángela Molina, pero también Lola Herrera o Jamie Lee Curtis y Jane Fonda más allá de nuestras fronteras. La actriz Andie McDowell, por ejemplo, se ha convertido en un símbolo de reivindicación de las canas, que ha defendido en multitud de entrevistas. «Creo que la edad en mi cara, para mí, ya no coincidía con mi pelo. De alguna manera, siento que parezco más joven ahora porque se ve más natural. No es como si estuviera tratando de ocultar algo», explicaba en Cannes.

Bien es sabido que no hay nada nuevo bajo el sol y las canas, por supuesto, tampoco son el caso. Siempre existieron mujeres que tomaron la determinación de dejar su melena al natural, sin embargo, esta decisión –fíjense qué paradoja–, solía estar teñida de un cierto matiz de abandono, de rendición ante el paso de los años. ¿Abandono de qué? De la juventud, la feminidad, el sex appeal. El cambio se produjo realmente en el concepto, en ese regusto amargo que acompañaba la decisión de dejarse las canas. Una actualización de significado propiciada por la tormenta perfecta: peluquerías cerradas, confinamiento, redes sociales y tiempo ocioso en casa.

La actriz Jane Fonda, en una imagen de su Twitter.

Las leyes de la belleza basadas en cánones manidos y rancios no tienen cabida en un mundo donde irrumpen hashtags como #silversistersinternational #silversisters #goinggrey #whitehothair #silverandfree. Las canas afloran para dar un nuevo significado de feminidad que abraza todas las etapas de la vida y, sobre todo, reivindica en las mujeres el derecho a envejecer públicamente desde el respeto a su identidad.

Pero en el caso de los hombres…

Las cuestiones de género no entienden de fronteras y matizan asuntos de la vida pública y privada. La estética es, de hecho, uno de los temas más sesgados en este aspecto y se puede apreciar cómo las canas adquieren una simbología distinta según la cabellera en la que paseen. Esta diferenciación se hace objetiva y tangible en cuanto se ve reflejada en el lenguaje: mientras en inglés existe un adjetivo tan elegante como silver fox –zorro plateado– para referirse a los que deciden mostrar con orgullo su pelo blanco, hay otro no tan chic para las mujeres: granny hair –pelo de abuela–.

Las canas en hombres siempre han estado ligadas a la sabiduría y experiencia e incluso al atractivo. Basta una superficial pesquisa por internet para apreciar que los resultados que aparecen junto a la palabra canas difieren según esta venga acompañada de la palabra mujer u hombre. Si son femeninas, la mayoría de resultados que nos brinda el buscador se orientan a la búsqueda de soluciones o remedios para disimularlas. Es decir, se presentan como un problema que atajar. Las canas masculinas, por su parte, tienden a arrojar resultados encaminados a representar y validar, con multitud de artículos que recopilan ejemplos de figuras públicas maduras que las lucen con orgullo por las alfombras rojas internacionales.

Empoderamiento en gris

No hay lugar para el titubeo si afirmamos que este movimiento de visibilización de las canas que sucede desde hace escasos dos años supone toda una revolución, pues persigue un cambio en el modelo imperante, busca desechar un dogma establecido y brindar libertades y oportunidades. Supone una revolución desde y hacia las mujeres, para brindarles –brindarnos– el derecho a abrazar la madurez y sacudir nuestra vejez de los polvorientos tocadores para sacarla a pasear a las esferas públicas.

En este sentido ahonda Anna Freixas Farré, doctora en Psicología y posicionada como autora de obligada referencia por sus contribuciones pioneras en el campo de la Psicología desde una perspectiva de género y, especialmente, sobre el proceso de envejecimiento femenino, abordando aspectos como la menopausia, la sexualidad y los nuevos modelos de vejez. La doctora Freixas reivindica en La revolución de las canas: sexualidades, género y envejecimiento la responsabilidad y el protagonismo de las mujeres en esta causa:

«Nadie va a venir a hacer esta revolución por nosotras, dependerá de en qué medida las mujeres no nos dediquemos sistemáticamente a ocultar los signos de la edad y de que los vivamos con dignidad, los mostremos con elegancia y viéndolos como parte de nuestro desarrollo», afirma.

El empoderamiento de las canas nos devuelve la autodeterminación de ser dueñas de nuestra imagen y portar sin remilgos la maestría que da vivir y seguir viviendo. Por supuesto, nos deja un importante aprendizaje conjunto para recordarnos que en esta conjura todos y todas somos partícipes: la belleza siempre estuvo en los ojos de quien mira y nuestras miradas han de configurarse libres, inclusivas y amables o, lo que es lo mismo, dignas de ser amadas.

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