comic sans
Ilustración: Raúl Izquierdo

Viva la Comic Sans: por un diseño gráfico accesible (y chulo)

Aunque no siempre lo veamos, el diseño gráfico está en todas partes. Puede hacernos la vida más fácil o convertirla en una gymkhana constante, y es una herramienta muy poderosa para que la información llegue a todas las personas, sean como sean, estén donde estén. Las posibilidades de integrar criterios de inclusión son casi infinitas: para gustos –y diversidades–, los colores. Y las tipografías.


Cuando en 1999 el diseñador japonés Shigetaka Kurita creó los emojis, posiblemente nunca imaginó el impacto que tendrían en la manera en la que los humanos nos relacionaríamos. En apenas unos trazos, somos capaces de decir o callar mucho. Seleccionarlos correctamente es un arte: a quién no le ha dolido alguna vez recibir un lacónico pulgar hacia arriba después de enviar un tochazo en WhatsApp.    

Estos rostros tan expresivos son ya imprescindibles en nuestra comunicación digital. Nos acompañan en mensajería instantánea, redes sociales e, incluso, en los correos electrónicos de trabajo. De hecho, según el 2022 Global Emoji Trend Report realizado por Adobe, el 91% de las personas utiliza emoticonos con el objetivo de hacer una conversación más amena o divertida, y el 72% considera que su uso en el ambiente laboral influye directamente en lo bien que les cae una persona.

Atinemos más o menos con ellos, los emojis son el perfecto ejemplo del poder de un buen diseño gráfico: una expresión sintética y visual de las emociones, capaz de aportar valor añadido a la conversación y reforzar los mensajes de forma sencilla y comprensible para todas las personas con independencia de su idioma. 

Aunque, para ser justos, el invento de Kurita es efectivo, pero no especialmente novedoso, y basta mirar a los códices medievales o a los capiteles de los templos románicos y sus historias para saberlo. En sus múltiples campos, el diseño gráfico es, desde hace siglos, una herramienta para proyectar ideas y experiencias a través del contenido visual y textual. Está en todas partes, desde los documentos que firmamos a las imágenes publicitarias que colorean las calles, y es capaz de evocar, relatar y, sobre todo, comunicar a la velocidad de la luz. 

Leer para pensar, diseñar para comprender

Un buen diseño visual es capaz de llegar a donde otras formas de información no alcanzan. Un caso reciente lo tenemos en la pandemia: los murales graffiteados con imágenes de personas llevando mascarilla ayudaron a concienciar a poblaciones con bajas tasas de alfabetización en países como Senegal o India, y las infografías fueron clave para que la ciudadanía comprendiese cómo se propagaba la enfermedad. En España, de hecho, Un salón, un bar y una clase: así contagia el coronavirus en el aire, un reportaje publicado por El País donde se explicaba cómo el virus se propagaba por aerosoles, recibió en 2021 el premio Kavli, considerado el Pulitzer del periodismo científico, por su capacidad de trasladar la información de forma efectiva, rigurosa y entendible. También se convirtió en la pieza más visitada en la historia de la web del diario. 

Ya sea en cuestiones de salud pública como en decisiones cotidianas, el gran reto del diseño gráfico es combinar forma y fondo: mantener la claridad del mensaje sin renunciar a la estética. Un punto que no está exento de fricciones. «Existe una tentación de priorizar lo artístico y lo sorprendente a lo comprensible que va en detrimento de que el mensaje llegue a la audiencia», explica Diego Areso, director de arte de El País y responsable del diseño de suplementos y revistas en papel del periódico, como ICON o S Moda. La elección de tipografías o colores o el juego de tamaños de texto son clave a la hora de trasladar la información a la maqueta, priorizando siempre cómo va a percibirlas el lector. «Mi trabajo es tomar el contenido creado por los redactores y ponerlo en página de una manera comprensible, atractiva y, a poder ser, con un punto de interés artístico. Para mí, lo primero es lo más importante: prefiero una cosa comprensible y fea a una cosa muy bonita, pero que la gente no pueda entender», mantiene. 

«Existe una tentación de priorizar lo artístico del contenido a lo comprensible del mensaje»

Diego Areso, director de arte de El País

Un ejemplo ilustrativo de esa dicotomía podemos encontrarlo en una de las tipografías más populares y, sin duda, una de las más odiadas: la Comic Sans, diseñada por Vincent Connare en 1994. De ella se ha dicho de todo –cursi, infantil, hortera… y, sobre todo, fea–, tiene un ejército oficial de haters que crearon un movimiento para prohibirla y es chascarrillo habitual entre diseñadores. Pero lo cierto es que es mucho más que eso. 

En 2012, fue la tipografía elegida por el CERN para la divulgación del descubrimiento del Bosón de Higgs, uno de los hitos científicos más cruciales de las últimas décadas. Una elección impopular que fue trending topic de inmediato: según las redes, algo tan relevante para la humanidad merecía una letra más glamurosa. Sin embargo, quizá su uso permitió a muchos comprender mejor el significado de esa diminuta partícula: según un estudio de la Asociación Británica de la Dislexia, los trazos irregulares de la Comic Sans facilitan la lectura a las personas con dificultades de comprensión, ya que sus trazos irregulares permiten identificar mejor los caracteres. 

Ilustración: Raúl Izquierdo

En los últimos años se ha producido un movimiento para intentar resignificar esta tipografía, pero también para pensar en el diseño con una perspectiva mucho más vinculada a la accesibilidad. «A los diseñadores se nos enseña que nuestro mensaje tiene que llegar, pero la realidad es que hasta hace poco no era un parámetro que se reclamase en los proyectos», explica Ausias Pérez, director creativo y fundador de Tot Studio. Y añade: «Por ejemplo, nosotros trabajamos bajo la perspectiva design thinking, es decir, poniendo en el centro al usuario y a sus posibles contextos, para intentar que entienda lo que queremos contarle y le ayude a solucionar algún tipo de problema. Eso pasa por no ser elitista: no hay que hacer diseños para diseñadores, sino para todo el mundo». 

El tamaño (y el color) importa

Las posibilidades actuales son muchas para diseñar claro sin renunciar a diseñar bonito, tanto en papel –con limitaciones físicas impuestas por el propio soporte– como en el universo infinito de posibilidades que ofrece el entorno digital. De hecho, crear elementos entendibles por todos es uno de los principios irrenunciables desde los albores de la era tecnológica: cuando Alan Kay diseñó el primer escritorio de ordenador para el modelo Xerox PARC en 1973, lo hizo teniendo en cuenta los accesorios que cualquiera tendría en su mesa, así cualquiera sabría para qué servían los iconos de una carpeta o una papelera. 

Más de cincuenta años después, la cuestión es más compleja que dibujar un clip, pero también existen más herramientas para trabajar la accesibilidad. ¿Cómo asegurar que todas las personas puedan acceder a la información de la red? ¿Cómo ayudar a alguien con problemas de visión a buscar fotos en Google? Parte de las respuestas se encuentran en las Pautas de Accesibilidad para el Contenido Web, un código pensado para estandarizar los criterios para la comprensión de los contenidos online. En ellas se incluyen cuestiones como la inclusión de texto alternativo en las imágenes –descripciones que explican qué se ve–, la adaptabilidad a diferentes formatos sin que exista pérdida de información, el establecimiento de una jerarquía visual que destaque el contenido más relevante o el uso adecuado del color para facilitar la lectura a personas daltónicas.

Este último punto es una buena muestra de cómo algo que puede pasar desapercibido para la mayoría, como la selección de una gama cromática, puede cambiar –y mucho– la accesibilidad de un texto o una web. Según datos de la Universidad de Granada, en España hay casi dos millones de personas con dificultades para percibir los colores. Una de las alteraciones más comunes es la deuteranopia –dificultad para distinguir el verde–, que afecta a un 6% de los hombres. Diego Areso es uno de ellos. 

Como cuenta, eso le ayuda a incorporar otros criterios a la hora de diseñar; por ejemplo, para repensar la lógica de los tonos semáforo (rojo, naranja, verde) en las infografías. «Hace unos días diseñamos una pieza para hablar de la calidad del aire y cambiamos el verde por el azul, porque el contraste entre ambos es mayor. Mantiene la lógica y la jerarquía del semáforo de siempre, pero los daltónicos lo vemos mucho mejor», explica. Como diseñador de textos en papel, otro de sus criterios imprescindibles es, en la medida de lo posible, tender a cuerpos de texto un poco más grandes para mejorar la legibilidad entre las personas con presbicia, sobre todo ahora que estamos acostumbrados a leer en pantalla. 

«No hay que hacer diseños para diseñadores, sino para todo el mundo»

Ausias Pérez, director creativo y fundador de Tot Studio

Si tenemos en cuenta los más de cinco siglos que han pasado desde la invención de la imprenta, el diseño en papel no tiene ya demasiados campos por explorar, al contrario de lo que sucede en digital. Hallar una tipografía legible en mobile que sea capaz de adaptarse a los distintos tamaños de pantalla sin perder estética o estructurar una web sin que la publicidad se confunda ni interfiera en el contenido son algunos de los puntos que aún tienen margen de mejora. 

Por fortuna, ya estamos en ello: basta comprobar en LinkedIn cómo se han multiplicado en los últimos años los perfiles especialistas en UX (user experience) y cómo se ha ampliado la concepción de que los usuarios son cada vez más diversos. «El diseño tiende cada vez más a poner al usuario en el centro. Consumimos cada vez más contenido, y eso significa que tenemos una mayor competitividad: el peor diseño se convierte en invisible, mientras que el mejor es capaz de llegar a más gente», apunta Ausias Pérez. 

En su frase más célebre –al menos, la más repetida en todas las facultades de comunicación del mundo–, el filósofo Marshall McLuhan decía aquello de que «el medio es el mensaje». El diseño gráfico es la expresión firme de ello: la elección de una fuente tipográfica o un color puede cambiar la forma en la que percibimos una historia, una declaración de amor o un eslogan publicitario. De puntillas y a menudo sin hacer demasiado ruido, nos impacta, nos emociona y nos ayuda a comprender mejor el momento que vivimos. Sabemos que el mundo está cambiando… y diseñarlo bonito y para todos está en nuestras manos.

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