Fotograma de la película 'Verano, 1993', de Carla Simón.

¡Vivan las verbenas!

Las nuevas generaciones quieren, cada vez más, volver a los pueblos, también en su forma de divertirse incluso en la ciudad: las verbenas vuelven a estar de moda. Un modelo que, reinventado y en su forma tradicional, puede ser ejemplo de celebración sostenible, intergeneracional y regenerador de la España vaciada.


Jarana, farra, juerga, guateque, parranda, francachela, bulla, cachondeo. Irse de picos pardos, o lo que es lo mismo, de verbena. Es complejo discernir si la lengua española tiene tantísimas palabras para denominar la misma acción –festejar en compañía y, si puede ser, de noche–, por una cuestión de esencia o de insistencia. Si la cabra tira al monte o es, por el contrario, el monte el que se le cae encima, casi sin querer, a la pobre cabra. Pero lo cierto es que, de una manera u otra, lo que es una buena verbena, no pasa de moda. Incluso podría decirse que está más viva que nunca.

Durante mucho tiempo quedó denostada, pues el nuevo milenio la relegó al lugar de lo hortera y lo kitsch hasta hace algo menos de una década. Con todo, aquello que permanece en la lengua, en esas mil y una formas de nombrar el festejar y el encontrarse, permanece. En un mundo absolutamente globalizado, estandarizado y mediado por las redes sociales, la generación de contenido o las marcas personales, las identidades locales y el arraigo a la tierra, a lo analógico, a lo que comprendes, han emergido como una fuerza cultural cada vez más evidente.

La verbena, sea por eventual, sea por moda vintage o por el diagnóstico sociológico que uno guste, hace tiempo que se esboza como un plan preferido por muchos frente a la fiesta en la discoteca o el pub. Sin luces estroboscópicas ni reservados, sin palco VIP ni cócteles de colores, del pasodoble a la copla, del hit dosmilero al reguetón antiguo, lo popular, valga la redundancia, se está popularizando.

Es ahí, en el maquineo en los coches de choque, los bocatas y las cervezas, la charanga y el bailoteo hacia donde tiende cada vez más una juventud atravesada por la ciudad y sus desgastes económicos, la precariedad y la incomodidad de cada trayecto. Tras la experiencia del confinamiento derivado de la pandemia, el cambio de escenario también en el ocio es una realidad palpable. Siempre en la reactualización del asunto verbenero, pero ahí anda codeándose toda una generación que, según las estadísticas, está más interesada que nunca en una vuelta los pueblos, a las raíces, una tranquilidad y un ocio que parecía, comenzaban a perderse, sobre todo en las zonas rurales.

Una cultura impulsada también por las marcas

Si bien es cierto que verbenas monumentales como la de San Isidro en Madrid siempre han gozado de salud, otras zonas del país ven cómo los jóvenes, y no tan jóvenes, abarrotan cada cita. Viene de lejos. La recuperación de la tradición de las fiestas populares es un valor que marcas como Estrella Galicia o Mahou llevan cosechando con mimo en la última década.

La marca gallega lleva desde 2022 con su proyecto A nosa verbena, que busca recuperar verbenas y fiestas perdidas por la despoblación, el envejecimiento y el olvido de decenas de zonas y municipios rurales donde, el paso del tiempo, ha hecho mella en sus tradiciones. Repitiendo por tercera vez en este 2024, el proyecto elige cada año varios pueblos a petición de los propios vecinos para impulsarlas de nuevo.La iniciativapermite, por un lado, poder mantener viva una tradición arraigada en el rural gallego y, por otro, un beneficio socioeconómico para el pueblo que la celebra y las localidades vecinas que sirve de granito de arena para revitalizar estas zonas.

Galicia es, de hecho, uno de los símbolos nacionales de esa recuperación espíritu verbenero. Ya antes de la pandemia, en 2019, la Asociación Galega de Orquestas celebró una verbena ininterrumpida de 48 horas en el municipio de Mondoñedo para convertir la verbena como tal en patrimonio cultural. No se llegó a conseguir la denominación política, pero ahí quedó el intento. Al fin y al cabo, las verbenas –y las orquestas– forman parte de la identidad gallega de una forma tan íntima que hay incluso rivalidades al más puro estilo futbolero: hay quien es de Panorama y quien es de la Paris de Noia con un fervor tan encendido como la afición del Depor o del Celta.

Ese movimiento tectónico, en todo caso, también ha derivado en campañas como la de Mahou en este 2024, donde se pone en el centro las verbenas y fiestas populares en el centro del relato.

Un espacio intergeneracional y regenerador

Quizás una de las cuestiones más importantes de la verbena tenga que ver con su capacidad de unir redes entre generaciones. En una verbena, igual puede uno encontrarse un corrillo de niños jugando que a dos abuelos bailando un pasodoble que los muchachos en los puestos de feria con escopetas de feria para ganarse algo en la tómbola.

Mientras que a menudo políticos y empresas de eventos se comen la cabeza buscando la sostenibilidad o la trasversalidad generacional de sus proyectos culturales, la verbena cumple todas esas funciones, una a una, con el simple hecho de ser y que la dejen ser.

Con sus días tradicionales, como un 15 de agosto –donde hasta 1.205 municipios de todo el país celebran fiestas patronales–, hasta la recuperación de otros festejos en fechas y zonas menos mediáticas, la reivindicación de estos espacios tradicionales se supone crucial para zonas vaciadas y prácticamente abandonadas.

Según un estudio de la Red de Áreas Escasamente Pobladas del Sur de Europa, la esperanza de vida de más del 40% de los municipios españoles ya queda limitada a la de sus actuales y probablemente últimos habitantes. Es a través de la cultura, de este tipo de arraigos a lo local, donde, se está demostrando progresivamente en cada verbena que se revitaliza, esa vida puede alargarse en el tiempo… a ritmo de Paquito el Chocolatero.

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