¿Volveremos a ver un cielo con estrellas?

La luz es un elemento que percibimos como signo de seguridad. Tanto, que hemos hecho que invada nuestras ciudades para que nunca estén a oscuras. La contaminación lumínica ni se oye, ni se huele, pero supone un grave problema para nuestra salud y para el medio ambiente. Por suerte, hay formas de volver a conectar con la noche.


La constelación de Orión, cuyo nombre proviene de la mitología griega, es una de las más populares y fáciles de reconocer en el cielo nocturno. Según apuntan los estudios, el conocido como cinturón de Orión posee unas de las estrellas más brillantes del universo nocturno. Pero, como apunta un estudio de la revista Science, la contaminación lumínica del mundo está ahogando a esta y a otras constelaciones: hoy vemos menos de la mitad de las estrellas que veíamos hace 18 años.

El desaparecido brillo del cielo nocturno es el síntoma perceptible de la contaminación lumínica, un problema que causa graves efectos en el medio ambiente y en nuestra salud. Es este resplandor de luz al que se refieren los investigadores el responsable de la erosión de nuestra capacidad para ver las estrellas. El atlas mundial del brillo artificial del cielo, publicado en 2016, ya mostraba cómo el 80% de los habitantes del planeta vivía bajo cielos nocturnos contaminados. Al menos un tercio de la población mundial no puede ver la Vía Láctea, porcentaje que se dispara hasta casi el 100% en zonas como Europa o EEUU.

Estas investigaciones se suman a las crecientes preocupaciones sobre cómo la luz artificial daña también la vida silvestre. El brillo del cielo, que aumenta cada año alrededor de un 9,6%, es capaz de conducir a ciertas aves migratorias a la muerte al interrumpir las interacciones depredador-presa, alterar sus hormonas e interferir con otros procesos biológicos, según señala otro estudio publicado en la revista Science.

Hay muchas especies que se ven afectadas por la contaminación lumínica, sobre todo aquellas que tienen hábitos nocturnos. Cuando los humanos hacemos que la noche se convierta en día, sus procesos biológicos se ven alterados. Por ejemplo, en el caso de las luciérnagas, la luz blanca dificulta el encuentro sexual entre el macho y la hembra, ya que realizan este mediante señales luminosas y, si este no se produce, se reducen las poblaciones de luciérnagas. Pero la especie humana también sufre sus consecuencias.

Cuando las ciudades no duermen, nosotros tampoco

«Si nuestro reloj biológico percibe que la luz del día permanece, extendiéndose hacia la noche, se vuelve loco, produciéndose lo que se conoce como cronodisrupción y que puede derivar en enfermedades cardiovasculares, diabetes y otras dolencias», señala Coque Alcázar, ingeniero y autor conceptual de la filosofía Slow Light, una joven asociación española que promueve el uso responsable de la luz y promulga los principios básicos esenciales para una nueva cultura de iluminación. Un cambio de enfoque necesario hacia la sostenibilidad global que permita recuperar la noche en las ciudades respetando el medio ambiente.

Los peligros de la luz blanca no solamente afectan a los animales, sino que también tienen graves consecuencias en la salud humana. Según un estudio publicado en Pubmed, la luz artificial en la noche reduce la producción de melatonina, una hormona que, entre otros, frena el desarrollo de células cancerígenas en determinados tipos de cáncer. Cuando hay luz, la melatonina no se segrega, con lo que se pueden producir desequilibrios en nuestro organismo. «La contaminación lumínica es una gran desconocida. La ciudadanía no es consciente de que el uso de una iluminación artificial en la noche, aunque sea en pequeñas dosis y poca intensidad, es algo no natural que distorsiona el medio y nuestra propia salud», recalcan desde Slow Light.

estrellas

No es un problema actual, pero sí es una situación que se ha agravado en las últimas décadas. Con la popularización de la electricidad a finales del s. XIX, la luz comenzó a usarse como un elemento de progreso y desarrollo que la convirtió en un agente contaminante. Proteger la oscuridad de nuestro cielo es imprescindible no solo para el medio, sino también para nuestra propia salud y la de las especies. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible tienen la meta de conseguir mejores ciudades a través de la luz, contribuyendo a reducir el grave problema medioambiental de la contaminación lumínica, favoreciendo la transición energética hacia una descarbonización de la economía y un uso responsable de los recursos.

Con ese fin, iniciativas como Slow Light cuentan con ingenieros y otros perfiles técnicos para dar asesoría y que el alumbrado público de las ciudades, las personas y las empresas privadas cambie. «La noche es uno de los elementos olvidados de la gestión pública. Es hora de pensar en nuestro espacio nocturno. Porque hicimos la luz, pero perdimos la noche. Algo que además, puede ser un gran atractivo turístico si somos capaces de recuperarlo», señala Coque.

Culturalmente, la oscuridad siempre ha tenido connotaciones negativas, como el miedo o la inseguridad, cuando en realidad, también lleva consigo belleza, calma, momentos de reflexión y recarga en lo oscuro. «Tenemos un miedo innato a la oscuridad. Cuando tenemos todo iluminado, esto nos produce una sensación de seguridad. No se trata de apagar las ciudades, se trata de hacer un uso de la luz más sostenible y racional»,  comenta la ambientóloga Alicia Pelegrina.

Determinar qué, cómo y cuándo iluminar es la clave para terminar con la contaminación lumínica. El objetivo final es que volvamos a ver las estrellas en nuestro cielo. Algo que dábamos por hecho y que, sin darnos cuenta, prácticamente ha desaparecido. ¿Conseguiremos que vuelvan a brillar?

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