Millennials que culpan a sus padres de prometerles un futuro que no iba a llegar nunca. Z que piensan que los boomers son unos egoístas a los que les da igual el colapso del sistema. X que piensan que nadie sabe ni siquiera quiénes son. Tras los prejuicios y bromas generacionales, al mundo le importa poco cuándo hayas nacido, pero sabe que estás aquí y que la edad no es una excusa para evitar hacer tu parte contra retos como la emergencia climática o la desigualdad.
«¡Los adultos estáis siempre dándonos órdenes!». «¡Y vosotros siempre estáis desobedeciéndolas!. «¡Nos tratáis siempre como a niños pequeños!». «¡Y vosotros como si fuésemos cajeros automáticos!». La discusión entre los adultos y los niños de Springfield, recrudecida por el hartazgo de estos últimos por cargar con las culpas de unos destrozos llevados a cabo por sus mayores, termina con una radio clandestina en la que los niños cuentan los secretos de sus padres y un número musical en el que los abuelos mandan a todos a casa. Una vez más, el dicho se cumple: todo está en Los Simpson. O, al menos, así lo aprendimos los millennials.
Aunque la familia amarilla sea piedra angular de la filosofía contemporánea, digamos que no han sido unos pioneros en la guerra de prejuicios generacionales. «¿Qué les pasa a nuestros jóvenes? No respetan a sus mayores, desobedecen a sus padres, ignoran las leyes, su moralidad decae», le atribuyen a Platón. «Nuestros padres, que fueron peores que nuestros abuelos, nos tuvieron a nosotros, aún más malos que ellos, y que hemos de engendrar hijos mucho más viciosos», a Horacio. La conclusión tampoco es nueva, y la sostuvo siglos después el escritor Aldous Huxley: cada generación piensa que puede ser más inteligente que la anterior.
Está claro que las batallas generacionales no son nuevas, pero en los últimos tiempos se han recrudecido, en buena parte por la vertiginosidad de la información, por la cultura del zasca y la polarización promovida por las cámaras de eco de las redes sociales, que va más allá del debate político y contamina hasta la conversación más nimia sobre la película del momento.
«Las alianzas serán imposibles de crear si el pensamiento generacional vago continúa nublando el juicio político»
James Chapel
«El pensamiento generacional es una gran idea que ha sido horriblemente corrompida y devaluada por un sinfín de mitos y estereotipos», sostiene Bobby Duffy, autor de libros de culto en materia generacional como The generation myth o Generations: Does when you’re born shape who you are?, sin traducción al castellano. Para él, son estos clichés los que han alimentado batallas falsas entre los quejicas millennials y los egoístas baby boomers, mientras las generaciones aún más jóvenes son acusadas de perder el tiempo en batallas de lo woke (adjetivo usado despectivamente para referirse a aquellos que insisten en problemas sociales como el racismo o la desigualdad, quizá equiparable a lo que en España llaman ofendiditos) y las mayores son acusadas de robarles el futuro a los que vienen detrás. Un spoiler: no es así.
Prejuicios, mitos y realidades
Si la familia es el núcleo intergeneracional por excelencia, el entorno laboral es quizá el espacio donde las personas de diferentes edades y condiciones deben convivir sin lazos de sangre que las unan y donde mejor se pueden ver diferencias y similitudes entre miembros del grupo de distintas edades.
«Los jóvenes y los que estamos cerca de jubilarnos somos los que más hablamos de las diferencias generacionales. Nosotros porque formamos a gente que probablemente tenga una formación académica superior a la nuestra y ellos porque nos ven casi como unos dinosaurios a punto de extinguirse», explica Inés, física, de 55 años. Para ella, sus compañeros más jóvenes se sienten más seguros de sí mismos y respetan menos las jerarquías o la experiencia de los más antiguos del lugar. A la vez, tienen una relación diferente con el trabajo, producto de la también distinta forma de ver el mundo o de relacionarse con los demás.
Por su parte, Octavio, un periodista cinco años mayor, apunta otro rasgo. «Los de cuarenta, y aún más los de veinte, son mucho más quejicas. Para nosotros, cualquier pequeña cosa era un logro tremendo, pero ahora cualquier pequeño inconveniente es una montaña enorme: lo quieren todo y lo quieren ya, y eso crea una enorme sensación de infelicidad», opina. Inés le rebate: «Más que por generación, creo que eso tiene que ver con un momento vital. Nosotros a los veinticinco también nos frustrábamos por no conseguir lo que queríamos».
En cierta manera, en sus textos Duffy apuntala esa última idea y pide desmontar grandes mitos como que los más jóvenes son vagos en su trabajo o que los mayores no se preocupan por el cambio climático. Tampoco cree que los pertenecientes a la generación Z sean soldados de la guerra cultural, sino que, históricamente, las nuevas generaciones llevan la vanguardia en asuntos relacionados con la raza, la desigualdad o la identidad sexual. Sin embargo, el experto sí que señala algunos aspectos generacionales tras esos grandes prejuicios. Los divide en tres tipos: efectos relacionados con el ciclo de vida (que tienen que ver con nuestra edad, no con el tiempo en el que nacemos), efectos de periodo (que afectan a todos los que viven en un determinado momento, por ejemplo, una pandemia) y efectos de cohorte (aquellos que hacen diferente a una generación de otras de la misma edad y que tienen su reflejo en cosas como, por ejemplo, el consumo de alcohol o el tabaquismo en diferentes entornos socioeconómicos).
«Existen diferencias reales en áreas importantes como el acceso a la vivienda, marcado enormemente por el momento de tu nacimiento. Los millennials, por ejemplo, tienen la mitad de probabilidades de ser propietarios de una casa que generaciones un par de décadas mayores», explica. Y matiza: «Los efectos del ciclo de vida son también importantes, porque hay algo de cierto en la idea de que nos volvemos más conservadores al hacernos mayores; y, por otra parte, la pandemia ha demostrado que los efectos de periodo pueden cambiar las cosas para todos».
Aunque, efectivamente, la llegada del coronavirus ha sacudido el tablero de juego global, no todos han sentido el mismo temblor. Mientras los mayores eran los más amenazados por la crisis sanitaria, la económica golpeaba de nuevo a unos jóvenes tristemente acostumbrados ya a sus embistes. Y, de nuevo, la incertidumbre. O algo peor. «La característica que nos une a los millennials es la frustración. Nacimos en democracia con todas las esperanzas puestas en nosotros, nos dijeron que estudiásemos y que podríamos conseguirlo todo, que podríamos llegar donde quisiéramos…. Y después no ha sido así. A mi alrededor solo veo desencanto porque esto no es lo que nos prometieron», apunta Miguel, psicólogo, de 30 años.
Pero ¿quién lo prometió? Millones de jóvenes se han hecho esa pregunta, y en el mero hecho de hacérsela está implícita una búsqueda de culpables que ha apuntalado otro prejuicio, pero esta vez a la inversa: que los mayores no se preocupan por el futuro, puesto que no será su problema. «Responsabilizamos a las generaciones anteriores, pero no tanto porque creamos que tengan una culpa, sino porque vivían en otro tiempo en el que todo el mundo quería un coche y daba igual cuánto contaminase. No se puede decir que sea solo problema suyo, pero es lo que hay», opina Clara, una estudiante de 21 años. «No son tan conscientes de los problemas como nosotros, porque ellos ya vivieron sus revoluciones y no consideran tan llamativo lo que estamos consiguiendo ahora, no sienten que este sea su cambio. Las próximas generaciones verán la nuestra como aquella que fue capaz de conseguirlo», añade.
¿Y si nos estuviéramos peleando por nada?
Al igual que las fronteras son líneas invisibles marcadas en el suelo, las generaciones también son difíciles de delimitar en la realidad, ya que hay debates sobre cuándo empiezan unas y terminan otras. Más allá de movimientos que tienen que ver más con la cultura pop y los referentes compartidos (por ejemplo, Yo fui a EGB para los X y el Nostalgia millennial para los nacidos en los noventa, ambos con sendos libros y gran número de seguidores), la realidad es que a la hora de identificar la generación propia hay mucha gente que no lo tiene claro. Según el IV Estudio Marcas con Valores 2022, el 32% de los ciudadanos declaran directamente desconocer a la generación a la que pertenecen y otros muchos no aciertan a decir cuál es: los baby boomers son los que mejor identifican la suya, mientras que los más jóvenes son los que menos lo hacen, puesto que casi la mitad de los Z creen ser millennials.
A pesar de esa reseñable confusión, la identificación generacional ha sido durante los últimos años una valiosa herramienta comercial y mediática, y la mitad de los expertos consultados para el mismo estudio reconoce haber utilizado ese enfoque en su estrategia de marketing y comunicación. Según la visión de Duffy, el bombardeo generacional se debe precisamente a la insistencia de las campañas lanzadas por unas corporaciones que se han subido a ese carro para obtener más cobertura mediática en sus productos «o para vender consultoría a empresas sobre cómo involucrar a sus empleados más jóvenes». «Según el Wall Street Journal, en el año 2015, las empresas estadounidenses gastaron más de 70 millones de dólares en este tipo de asesoramiento generacional, y algunos expertos se embolsaron por ello hasta 20.000 dólares la hora», escribe.
El problema es que ese juego de «asesores mllenials» no se limita a las esferas empresariales, sino que se ha trasladado, como era de esperar, al ruedo político. En noviembre de 2019, se viralizó el vídeo en el que Chlöe Swarbick, diputada neozelandesa de 25 años, respondía con un «Ok, boomer!» cuando un miembro del parlamento interrumpía su discurso sobre la emergencia climática. A partir de entonces, las búsquedas en Google sobre qué era eso de los boomers se dispararon (hasta que apareció el meme, apenas existían) y comenzó la ofensiva generacional contra ellos por parte de Millennials y zetas en las redes. Los medios de comunicación, principales generadores de conversación, aprovecharon el filón, y el clickbait provocador en los titulares hizo el resto. En la vida o line, sin embargo, la sensación es que el ruido es mucho menor.
Todos estamos (y cabemos) en el mismo barco
El resumen podría ser que, mientras el mundo y los consultores se empeñan en la guerra generacional, quienes tienen que ir al frente están a otras cosas y, memes aparte, no tienen gana ninguna de estar a la gresca entre ellos. «Creo que somos muy opuestos en ciertas cosas y que en ello está precisamente lo bonito. Es natural que yo esté siempre peleando con mis padres o con mis hijos, si es que algún día los tengo, pero convivimos y aprendemos unos de otros. No nos separan diferencias insalvables», opina Fran, sociólogo de 44 años. Casualidad o no, su generación, la X, es la gran olvidada, de la que menos se habla y la que menos participa en los debates generacionales en Twitter, según un análisis realizado para el IV Estudio Marcas con Valores.
Una vez desmontados los prejuicios, es fácil ver que existen muchas cosas que nos unen en la vida digital (por ejemplo, según este análisis, las quejas y debates sobre política o sobre el futuro de las pensiones son conversaciones comunes a todas las edades, al igual que sucede con el fútbol) y en la física. «Creo que la cultura es lo que nos une a todos: qué vemos en el cine, qué leemos, el ocio que consumimos… Aunque unos seamos más activos que otros, es algo que podemos compartir en una charla con personas de cualquier edad», opina Inés.
El 32% de los ciudadanos declaran directamente desconocer la generación a la que pertenecen
La tecnología, aunque a veces haya podido ser una barrera, en el balance final también ha facilitado los canales para que existan esos espacios comunes, también en las propias familias, mucho más conectadas a través de plataformas como WhatsApp, accesibles a todas las edades. «Compartimos más nuestros vínculos, padres, hijos, abuelos… Claro que a veces buscamos echar balones fuera y echarle la culpa al político, pero creo que ahora mismo estamos más unidos», apunta Estela, comercial de 48 años.
Independientemente del año en que hayamos nacido, estamos vivos hoy y compartimos preocupaciones como la desigualdad social, el futuro que habitaremos o la emergencia climática. Cuestiones que, por el bien común, no podemos posponer. «Todos formamos parte de un mismo grupo con un objetivo común: la propia supervivencia», apunta Fran. Ana, de 24, se muestra de acuerdo. «Es un momento de transición social en el que estamos rompiendo tabúes: sabemos que, tal y como estaban, las cosas no funcionaban y hay que cambiarlas. Hay mucha gente involucrada y eso es esperanzador, porque hace que todos sintamos que formamos parte de algo más», añade.
Todos coinciden en que crear unos lazos que unan sin asfixiar, que sirvan para tejer una red de apoyo compartido, no es posible desde la trinchera del prejuicio excluyente. Encorsetar a la población en generaciones es útil para segmentar las campañas publicitarias, pero distrae al hablar de objetivos comunes y desmotiva a la hora de movilizarse: si pensamos que los jóvenes son vagos y egoístas, no escuchamos qué les preocupa; si pensamos que los mayores son un obstáculo inservible a los que el futuro les da igual, no contamos con su experiencia y menospreciamos su valor. Y sin jóvenes ni mayores, no queda nadie para construir un sistema nuevo en el que todos podamos vivir de forma más consciente y, en resumen, mejor.
«Las alianzas serán imposibles de crear si el pensamiento generacional vago continúa nublando el juicio político», escribía el profesor James Chapel en una tribuna en New Republic. «Racismo, sexismo, cambio climático: nada de esto se solucionará con el relevo generacional. El mito de que lo hará es antiguo, enraizado en la extraña suposición de que los grupos de edad traumatizados crearán un mundo mejor. Históricamente, esto no ha sucedido, y hay pocas razones para creer que esta vez sea diferente. Si es posible un futuro mejor, no depende de los jóvenes crearlo. Depende de todos nosotros», concluía.
Entonces, ¿qué más da cuándo hayas nacido? Lo importante es el momento en el que vives y lo que haces en él para garantizar que otros puedan hacerlo mañana. Ni boomers, ni zetas, ni millennials: solo hay una generación y es la de las personas dispuestas a creer —y a crear— el cambio que quieren ser en el mundo.