Desde hace algunos años se ha puesto de moda el calzado barefoot, que intenta promover una pisada más respetuosa y libre desde la primera infancia. ¿Qué beneficios aporta y por qué es tan importante en edades tempranas?
En el año 2017, Jorge Drexler sacaba a la luz el videoclip de su nuevo single Movimiento. El artista uruguayo acostumbra a retrotraerse a los aspectos más esenciales de lo humano para componer sus canciones. En este caso, como su propio nombre indica, a un primer paso, a los primeros bípedos, aquellos que hace millones de años comenzaron un movimiento que llega hasta nuestros días. «Apenas nos pusimos en dos pies / comenzamos a migrar por la sabana / siguiendo la manada de bisontes / más allá del horizonte / a nuevas tierras, lejanas».
En el vídeo donde se presentaba el tema, la protagonista era Lorena Ramírez, una atleta mexicana, corredora de fondo y ultramaratón perteneciente a la etnia rarámuri, y que la cámara perseguía mientras corría a lo largo de los algo más de tres minutos de duración de la canción. Lo llamativo en el caso de Ramírez es que todas sus carreras las corre, por un lado, con el característico vestido tradicional de su comunidad y, por otro, con las sandalias huaraches, típicas de los rarámuri. Estas últimas están dentro del género de los ahora tan de moda calzados barefoot. Un tipo de zapato que simula la sensación de ir descalzo.
El caso de la atleta y su trascendencia mediática es solo un ejemplo de cómo la filosofía de una vuelta a las raíces en cuanto al calzado hace años que se ha colocado en el foco. Una perspectiva que tiene que ver con la preocupación cada vez acuciante de los consumidores con su salud y, al mismo tiempo, con un debate abierto entre los falsos mitos creados sobre un ámbito desconocido por el común de los ciudadanos como es el de la podología.
El auge de las llamadas zapatillas minimalistas o calzado respetuoso no se entiende sin la transformación paulatina de la forma de estar en el mundo de los consumidores, cada vez más conscientes y demandantes en cuanto a la acción de las empresas y a la protección de la salud. Si la sostenibilidad de lo que compramos en su producción es ya una exigencia casi estandarizada, también lo es cómo afecta directamente al propio bienestar del consumidor, más en un tema tan delicado y básico como es el calzado.
Las marcas de zapatos barefoot, que presumen de ser prácticamente la ausencia de calzado, cumplen comúnmente con el primer punto, el de la producción sostenible, por su mera filosofía corporativa. Cuando hablamos de calzado barefoot, de hecho, es normal que destaquen igualmente la composición del zapato, con suela fina a menudo hecha con cuero vegano, cáñamo o caucho natural. En cuanto al segundo, la salud de los consumidores, los alicientes para la mejora de la calidad de vida de sus usuarios tienen que ver, no tanto con el zapato en sí, como con la posibilidad de dejar atrás el impacto negativo que ha dejado el uso de otro calzado, quizás estético con la moda de décadas anteriores, pero en muchos casos lesivos para nuestros pies.
Una revolución desde el primer paso
La divulgación en redes sociales por parte de podólogos y expertos en salud es unánime en este sentido: el zapato ha sido en no pocas ocasiones un enemigo de la salud de nuestros pies. Desde que nacemos y nos ponen el primer calzado, nuestros pies van tomando forma y hábitos conforme al zapato que usamos. Cambia nuestra pisada, comprimiendo al pie, modificando nuestra forma de caminar y de correr.
La aparición del modelo barefoot hace ahora más de una década, ha supuesto un debate abierto en el campo de la podología, no tanto por la noción de los efectos nocivos de un determinado tipo de calzado, algo que llevan desde el sector denunciando desde hace años con posicionamientos claros contra los zapatos de tacón o las zapatillas con plataforma alta, sino en la transición que supone para los adultos.
Una vez que nuestra salud podológica es deficiente tras toda una vida maltratando nuestros pies, con consecuencias que van desde los juanetes a la artrosis o la flexión del tobillo, rodilla o cadera, reaprender a caminar con un calzado barefoot con una suela tan fina que prácticamente tiene contacto directo con el suelo exige paciencia, tiempo y adaptación progresiva.
Esa transición al calzado barefoot cuando se es adulto, señalan los expertos, ha de hacerse siempre consultando previamente a especialistas que valoren cada caso. A menudo tenemos muy poca idea del estado de nuestros pies y pasar a un calzado plano puede dar problemas graves si se hace de forma repentina.
La podóloga Neus Moya, cuyo contenido de divulgación en redes tiene miles de seguidores, insiste en muchas de sus publicaciones en la misma idea: «Claro que si hemos llevado siempre tacón y puntera estrecha, de repente nos ponemos barefoot y caminamos mucho, pues nos podemos dañar. De la misma forma que se puede lesionar alguien que lleva años con una vida muy sedentaria, y de repente, se planta en una clase de crossfit», apunta Moya en una de sus reflexiones más recientes sobre el tema.
En el caso de los más pequeños, sin embargo, al ser, precisamente, el inicio de ese aprendizaje en el caminar, el calzado barefoot se entiende como una excelente opción por parte de los expertos. Es por esto que la moda, más allá de los mitos, se ha extendido entre madres y padres a la hora de elegir calzado para sus hijos y que se adapten, directamente, a este tipo de práctica. Los beneficios que trae de cara al futuro son ingentes, como son la mejora muscular o el llamado patrón de marcha óptimo, esto es, un correcto patrón cíclico de movimiento que ocurre en la acción de caminar. Se puede optar también por la utilización de zapatos con poco grosor de suela. El objetivo es crear hábitos que, a la larga, posibiliten un correcto desarrollo en la salud podológica del niño o la niña.
La vuelta a una suerte de raíces del funcionamiento de nuestros pies, como en el caso de los rarámuri, no siquiera una moda, tal y como insiste Moya, sino un desaprendizaje de hábitos negativos y productos no basados en nuestra salud en los últimos años. La transformación cultural es progresiva y tiene que ver, sobre todo, con una correcta educación y prevención de los problemas que los adultos acarreamos. Es por ello que pueden ser quienes están aprendiendo a dar sus primeros pasos quienes nos ayuden a cambiar los nuestros.