Un relato (climático) de Luis Aguilar.
En casa de los López Cuesta, como todos los años una vez al año, Pepe López y Lola Cuesta, convivientes maritales desde ni se acuerdan ya, abren todos los cajones, compartimentos, despensas y huecos del hogar con el objetivo de avivar la memoria, deshacerse de lo que ya no les hace falta –si es que alguna vez les hizo– y bajar a la esquina de la calle los trastos que, según anuncian los carteles que todos los años cuelgan en el portal, el servicio de limpieza del ayuntamiento se llevará a no tienen muy claro dónde.
El trabajo más arduo es el de las habitaciones de unos niños que ya no lo son tanto y que, por ello, hace años que no viven allí. Aunque Pepe López opine todo lo contrario por la cantidad de cosas que siguen acumulando. «¿Por qué el niño sigue teniendo esta camiseta de Quintos 1998?», se pregunta en alto siempre que entra en la habitación de su hijo. Ambos cuartos, que todavía mantienen los pósteres que colgaron de adolescentes, los escritorios con el flexo apuntando sobre el centro de la madera y las fotografías de fin de curso en el colegio, se han convertido en los trasteros de sus pisos de independizados. Bastante tienen con que entren ellos, un salón-cocina y la cama que huele a lo que cenaron la noche anterior.
–Hijo, ¿no echas de menos nada?– le pregunta, preocupada, Lola Cuesta a su hijo al teléfono.
Ha estado abriendo cajas junto a su marido y en una de ellas solo hay ropa con un par de usos o, en algunos casos, hasta con la etiqueta colgando. A estrenar.
–Pero, ¿cómo voy a regalar esta rebequita? ¡Si está nueva! –le recrimina a su hijo cuando la intenta despachar rápidamente al otro lado del auricular– ¿Con qué te lo pones? –le viste mentalmente–. Con la gabardina que te regaló tu padre el año pasado… me dirás que no vas bien para la oficina.
–¿Qué dices, Loli?– le pregunta su marido, que no deja de sacar de la misma caja mocasines, suéteres, una chaqueta vaquera, camisetas largas por si refresca a la noche–. Ojalá me entrase a mí algo de esto…
Disgustada, Lola Cuesta cuelga el teléfono y tira dentro de la caja de su hijo el pañuelo que lleva al cuello. También se quita unas sandalias cuya vida ha alargado usándolas con calcetines por el encuentro tan repentino entre un verano que no quería acabar y un invierno que llegó sin llamar a la puerta.
–Que guardemos todo– le dice a su marido con resignación.
–Pero…
–Ni peros ni peras. Tu hijo tiene razón. El cambio climático nos ha quitado el entretiempo y, de momento, no tiene pinta de que vaya a volver.
Luis Aguilar acaba de publicar Crónica de una suerte anunciada, su primer libro. Puedes hacerte con él aquí y puedes leer algún relato como este en su Instagram.