CYRIL DION

«Necesitamos que jóvenes y mayores se unan y creen una revolución»

Resistir, Adaptarse y Regenerar son los títulos de los tres episodios de Un nuevo mundo, la miniserie documental del cineasta, poeta y militante climático Cyril Dion. También son los tres ejes fundamentales de su visión de la vida: quiere contar historias esperanzadoras para imaginarse cómo puede ser el futuro. Con ese espíritu, cada vez tiene más adeptos a su causa, incluido el Papa Francisco. Su proyecto fue una de las sensaciones de la IX edición del festival Another Way Film Festival de cine documental, una cita en imprescindible para la cultura de la sostenibilidad en la que tuvimos la oportunidad de charlar con él.


Hace unas semanas, el cineasta francés Cyril Dion (Poissy, 45 años) llegaba a Madrid para participar en una nueva –y exitosa– edición del Another Way Film Festival, cita de referencia de la cultura y sostenibilidad en Madrid que reunió a cientos de personas interesadas en cómo transformar el mundo contando historias que inspiren para lograrlo. Dion era una de las figuras más esperadas porque llegaba para presentar, entre otros trabajos, Un mundo nuevo, la miniserie de tres capítulos en la que nos hace viajar a los cinco continentes en búsqueda de las principales iniciativas para regenerar la tierra y los océanos, pero también la economía, las ciudades y los sistemas políticos.

Después de que Mañana (2015) y Animal (2021) lo convirtieran en un referente del cine ecologista, en este nuevo relato el cineasta cuenta con reflexión, lentitud y belleza, cómo la ciudadanía demanda acciones coordinadas para renacer y devolver la esperanza de un nuevo mundo. Sale a la calle con su bici y su mochila y nos hace partícipes de su curiosidad: en Alemania, nos guía hasta el bosque de Hambach donde conoce a activistas que han conseguido salvar una parte del bosque, destruido en un 80% para las necesidades de una mina de grafito; y también nos traslada a Mayotte, un archipiélago del océano Índico entre Madagascar y la costa de Mozambique, para hablar con activistas de la ONG Sea Shepherd, que se niegan a que se sacrifiquen tortugas y llevan a cabo operaciones para salvarlas.

En el plano más político, aborda la salud pública a través del prisma de la restauración vegetal en Francia y Brasil, luchando contra la deforestación con métodos ancestrales. Luego viaja a Uruguay para mostrarnos regiones o países que han logrado replantearse sus fuentes energéticas, demostrando que las grandes decisiones políticas también pueden cambiar el transcurso de nuestra historia.

Has participado en muchos proyectos que están liderando la transformación social justa. ¿Siempre tuviste claro que querías dedicarte al mundo artístico?

Después del colegio, me fui a una escuela de arte dramático porque quería ser actor, tenía claro que no quería ir a la universidad. No sabía de qué manera quería crear algo, pero tenía claro que esto era lo más importante y lo que me levantaba cada mañana, empecé con 17 años a escribir poesía. Mi espíritu artístico siempre ha estado muy presente.

Cuando inicié mi carrera profesional como actor, empecé a hacer publicidad y películas malas y me aburría en los platós, lo que me hizo replantearme qué narices hacía ahí. Yo lo que quería era crear y no iba a tener el coraje de esperar años y años para que me fueran bien las cosas en este mundo. Así que continué escribiendo, lo del activismo fue un azar. Conocí a personas que trabajaban sobre el conflicto entre Israel y Palestina y empecé a organizar congresos sobre esta temática. Pasé mucho tiempo allí para entender cómo podríamos ayudar a resolver este conflicto, pero como ves no ha funcionado.

¿Por qué has optado por la vía del séptimo arte para hacer tu propio activismo?

Poco tiempo después de eso, me propusieron crear una ONG sobre cuestiones ecológicas y me empecé a apasionar por estos temas. Me di cuenta que más allá de lo catastrófico, nadie estaba contando historias de futuro. Llamé a la puerta de la directora Coline Serreau, conocida por su película de ciencia ficción La Belle Verte (Planeta Libre) para hacer juntos un documental de temática social y ecológica, y el resultado fue la creación en 2010 de Soluciones locales para un desorden global que finalmente se concentró mucho sobre la temática agrícola y no era exactamente la película que quería hacer. Tras la publicación de un estudio que anunciaba la posible desaparición de parte de la humanidad en 2100, me surgieron más ganas de escribir otras cosas, y al principio no pensaba producir nada yo mismo, pero me lancé a la aventura y tuve la suerte de cruzarme en 2015 con la actriz Mélanie Laurent para que se sumará al proyecto de crear Mañana, que se publicó apenas unos días antes de que los países firmaran en la COP21 el Acuerdo de París.

«Cuando los ciudadanos se informan son capaces de ser críticos y ofrecer soluciones mucho más ambiciosas que las de los gobiernos de estos últimos años»

¿Cómo fue el proceso?

Visitamos diez países para investigar las causas de la catástrofe y, sobre todo, la forma de evitarla a través de la agricultura, la energía, la economía, la democracia y la educación. El relato que contamos funcionó y tuvo éxito, lo que me permitió ganar dinero y ser dueño de mis propias creaciones. A partir de ahí, un nuevo mundo se abría y empecé a hacer miles de cosas, desde un disco hasta retomar la poesía. Lo que está claro es que crear es lo mío y participar en las soluciones también, así que a través del cine documental he encontrado mi espacio para hacer ambas cosas a la vez.

No solo han tenido gran acogida tus contenidos, sino que has logrado que te escuchen personas influyentes a lo largo de tu recorrido profesional.

Todo el mundo tiene que implicarse porque nuestro planeta se va a convertir en un lugar parcialmente inhabitable. Hace falta que todos nos pongamos las pilas y exijamos un cambio, pero hay que intentar poner el foco en las personas que son líderes y tienen impacto en grandes comunidades. Los artistas son un claro ejemplo de ello. En el activismo medioambiental tenemos a Marion Cotillard o a Leonardo Di Caprio, que tienen a un montón de gente que les sigue, pero también me refiero a líderes políticos, religiosos y culturales. El Papa es una autoridad moral y espiritual para casi un billón de personas en el mundo: si él dice a toda su comunidad que, como cristianos, se tienen que implicar para frenar el cambio climático sería más rápido que ir convenciéndolos uno a uno. No tenemos mucho tiempo.

De hecho, te has sentado con él para hablar del tema. ¿Qué supone para el activismo que alguien como él se sume a la causa?

Mi historia llegó al Papa Francisco gracias a mi implicación en la Convención Ciudadana por el Clima de París. Fue inédito crear una asamblea en la que 150 ciudadanos seleccionados al azar se unieran para proponer un plan que permita a Francia cumplir con sus objetivos climáticos. Pese a la falsa creencia de que la gente común no está preparada, cuando los ciudadanos se informan, hablan con expertos y tienen tiempo para reflexionar, son capaces de ser críticos y ofrecer soluciones mucho más ambiciosas de las que han ofrecido los distintos gobiernos a lo largo de estos últimos años. Esto ha supuesto un ejemplo de activación ciudadana que se ha replicado en varias ciudades a nivel local y en países como Inglaterra, Polonia y España. Fruto de nuestro trabajo, se acaba de aprobar la Ley del Clima y Resiliencia en Francia. Fue entonces cuando desde el Vaticano nos propusieron mantener una entrevista con el Papa para hablarle de iniciativas pioneras sobre cuestiones climáticas. Es una persona que escucha mucho y está muy interesado por todo lo que pasa alrededor. Cuando fuimos a verle nos compartió las mismas palabras que pronunció a la juventud en Buenos Aires cuando le eligieron: «tenemos que ir a la calle y hacer la revolución». Nos fuimos de la visita diciendo: sí, el Papa nos ha dicho de hacer la revolución.

«El Papa es una persona muy interesada por lo que pasa a su alrededor. Que él diga a los cristianos que se tienen que implicar para frenar el cambio climático es más rápido que ir convenciéndolos uno a uno. No tenemos mucho tiempo»

¿Hemos subestimado la implicación de sectores de la sociedad?

Hoy en día los jóvenes y los mayores son los únicos capaces de pensar fuera de la caja. El resto de la población está abducida por el materialismo, sumidos en una especie de carrera de hacer que la sociedad no pare. Los jóvenes y mayores, los que no están en la vida activa y que pueden ver las cosas con más perspectiva y retroceso, son los que son capaces de imaginar un mundo diferente. Necesitamos que estos colectivos de personas se unan y creen esta revolución.

En el último episodio de la serie, titulado Regenerar, hablas de un concepto disruptivo y fascinante, la economía simbiótica.

Es un concepto de Isabelle Delannoy, ingeniera agrónoma y especialista en desarrollo sostenible. Su idea es inspirarse en el funcionamiento de la naturaleza, donde la simbiosis es el proceso más potente que suma varios elementos y crea una nueva asociación que demuestra lo que es capaz de hacer por sí sola. Basándose en ese principio, la economía simbiótica busca sumar la inteligencia humana con el poder de los ecosistemas naturales y de la tecnosfera, las herramientas. Si se alcanza el equilibrio adecuado entre los tres, es posible producir sin agotar los recursos, sino regenerándolos. Su libro L’économie symbiotique (La economía simbiótica) ha sido una gran inspiración que ha impulsado numerosas técnicas e investigaciones pioneras de permacultura, economía circular, economía de la funcionalidad, economía compartida entre iguales, economía social y solidaria, etc. Cuando se combinan los beneficios de cada una de ellas, se consiguen resultados impresionantes, como por ejemplo la reducción del uso de ciertos materiales en más de un 90%, al tiempo que desarrollamos la capacidad de producción local.

¿Cómo extrapolarlo a todo lo demás?

Por ejemplo, en la permacultura se puede llegar a entender bien cómo funciona la tierra, las asociaciones entre plantas e insectos: en este tipo de agricultura, hay más lombrices, más pájaros e insectos que antes de que la granja existiera, permite crear más vida, así que es una economía que en vez de ser destructiva es regeneradora. Isabelle quiere aplicar este principio a todas las actividades económicas y propone crear ciudades autosuficientes en agua, energía y alimentos frescos, combinando edificios forestales y jardines filtrantes, ciudades digitales y jardines de invierno, autopistas ciclistas y vehículos autoconstruidos, agricultura, fab labs (espacios de experimentación en el campo de la producción) y fabricación local. En definitiva, es apostar por una teoría económica radicalmente nueva capaz de permitir que los seres humanos y los ecosistemas vivan en armonía. Ante una pérdida de sensibilidad y una crisis espiritual que hace que estemos viviendo lo que vivimos, con mi trabajo audiovisual pretendo que la gente vuelva a encontrar de nuevo ese sentido y esa conexión con la naturaleza, que salgan de la visión materialista del mundo.

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