Foto: Liliana Peligro
Foto: Liliana Peligro

Sergio C. Fanjul: «La desigualdad es mortífera para la sociedad»

El periodista y escritor ovetense Sergio C. Fanjul radiografía en La España invisible (Arpa) la precariedad, la pobreza y la desigualdad extrema en nuestro país, haciendo hincapié en el estigma de quienes la sufren: «Las personas que no vivimos en la calle probablemente no pensemos que podamos acabar ahí. Pero las que sí viven, probablemente tampoco lo imaginaron en el pasado».


Según los últimos datos del INE, un 26% de la población española se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social. O dicho de forma más clara: a millones de personas en nuestro país les cuesta llegar a final de mes, encender la calefacción o no tienen capacidad para afrontar un gasto inesperado, entre otros muchos problemas. Un dato que se reduce, y recrudece, si hablamos de pobreza severa (en este caso es un 10% de la población) o si nos referimos a las casi 30.000 personas que viven en la calle. Gente de carne y hueso de las que pocos se preocupan. Porque, como dice el periodista Sergio C. Fanjul, este problema se ve como algo individual, aunque sea social. Quizá para darle la vuelta, ha publicado el libro La España invisible (Arpa), un ensayo en el que analiza la pobreza desde diferentes ópticas y da voz a quien la sufre.

¿Quién es esa España invisible que da título al libro?

La idea original de La España invisible era hablar de las personas sin hogar. Pero todo se fue haciendo más grande y acabó con la pobreza en general. Me refiero a gente que tiene una casa en propiedad o puede pagar un alquiler, pero que no tiene para otras cosas. Lo que a día de hoy llaman pobreza energética, infantil y de otras formas. Pero que, por muchos nombres que le pongamos, es simplemente pobreza. Si no tienes para pagar esas cosas, eres pobre a secas. Estas son pobrezas invisibles, que no encuentras en la calle porque la gente las oculta. También añadí después la precariedad laboral y el problema de la vivienda. 

Y la meritocracia y la cultura del esfuerzo que son las que mantienen todo esto. ¿Cómo se justifican si no esas desigualdades?

Antiguamente se envidiaba a los ricos: eran las clases populares las que querían cortarles la cabeza a sus nobles, pero hoy en día se difunde que los que viven de puta madre son los pobres. Se defiende la idea de que hay gente que no se esfuerza, que es vaga, que se lo merece, que solo quiere vivir de la paguita, ocupar una casa… Lees Twitter y te dan ganas de ser pobre, cuando vivir así es una condena. 

Como dices, una de las partes de esta España invisible son las personas que viven en la calle. Te juntas con ellas y nos las haces más cercanas. Y vemos que muchas de ellas, antes de no tener un hogar, su vida era muy normal.

Las personas que no vivimos en la calle probablemente no pensemos que podamos acabar ahí. Pero las que sí viven, probablemente tampoco lo imaginaron en el pasado. Simplemente sucedió. Hay gente de todo tipo: desde las que nacieron en una familia pobre con una situación complicada, hasta uno que era profesor universitario y que durante la pandemia escribía en El País sobre la situación de las personas sin hogar, pasando por camareros, personas trans, cis, gente de todas las edades y de todas las clases sociales… Esto me sorprendió mucho.

También muestras lo complicado que es vivir en la calle, que al final no es otra cosa que luchar por sobrevivir.

Esto me lo decía el sociólogo Pedro Cabrera, que creo que es una de las personas que más sabe del sinhogarismo en España. Decía que la meritocracia se desmonta con las personas sin hogar, ya que hacen falta muchos méritos para vivir en la calle. Muchas de las personas que no viven en la calle y que tachan a los otros de vagos y maleantes, seguramente no podrían sobrevivir unos días. En la calle no hay solidaridad, hay conflictos, inseguridad… no es un sitio agradable en el que estar. Lo que genera la solidaridad es la seguridad, lo que tenemos los demás, un mundo parcelado y con normas. Hay que sobrevivir, defenderse a sí mismo y comer. Es un mundo muy complicado.

¿Cómo se ha podido llegar a aceptar que casi 30.000 personas vivan así en España?

Esto siempre ha sido así. Ahora, por alguna razón, es cuando más podemos actuar contra esa estructura. Antes estaba más justificado, porque la riqueza venía de lo divino, dios lo había dispuesto así. Eso luego se trastocó en lo que te decía antes, en alguien que es vago, Pero no es más que el neoliberalismo. Como diría Jorge Dioni, no es un error, es el modelo. Está pensado para que sea así. También hay a la vez una conciencia cívica mayor y sabemos que la desigualdad es una injusticia social, lo que ayuda a que mucha gente piense que haya que paliarlo. Esto en realidad es el nacimiento de la política: por eso existe la izquierda, para acabar con la pobreza. 

Igual que rompes muchos estereotipos de las personas que viven en la calle, también lo haces con las personas que ocupan casas. Muestras familias normales que con trabajo no les da para pagar un alquiler. No es lo que nos venden.

El tema de la ocupación se trata con una simpleza brutal. En la crisis de 2008, el problema de la vivienda se planteó de una forma totalmente distinta: la gente empatizaba con las personas que echaban de sus casas. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) era apoyada, incluso ganó algún premio europeo. Ahora, al mismo problema se le ha dado la vuelta y los que antes eran héroes, son villanos. Los héroes de ahora son los Desokupa, que son lo contrario de la PAH.

La ocupación es un problema que hay que resolver, pero no dejando a la gente en la calle. Todo tiende a un equilibrio, por lo que si hay mucha gente en la calle y muchos pisos vacíos, lo que va a pasar está claro. A las personas que no tienen techo hay que darles uno, no echarles.

Luego está la idea de que los ocupas se van a meter en tu vivienda, algo que es mentira. Van a ir a casas abandonadas, de fondos de inversión, de bancos, ya que allí les van a dar menos la tabarra y van a poder estar más tiempo. En los magazines de la mañana sacan los casos más escabrosos, de gente que tiene armas o se dedica al narcotráfico, es decir, de delincuentes. Y, por último, está la confusión entre el movimiento okupa, chavales ideologizados que se meten en centros sociales para reivindicar otra vida, y algo que no tiene nada que ver con la ocupación ciudadana de familias e individuos que no tienen dónde ir.

Muchas de estas situaciones llegan por la precariedad laboral. En algunos casos, tener un trabajo no es garantía de no ser pobre.

El trabajo tiene una función social, es decir, sirve para que la sociedad funcione y que podamos vivir de ello. Sin embargo, muchas empresas quieren que se lleve a cabo la función productiva sin darles la posibilidad de una vida digna. Muchas personas tienen un salario tan bajo que no pueden vivir de él. Esto es la mayor perversión del capitalismo, porque cae en la pura estafa. Y lo que es peor, que la gente que está más abajo compita por puestos de mierda.

Una situación que únicamente genera desigualdad. Algo que no interesa ni a las clases más pudientes, ¿por qué?

La desigualdad profunda es mortífera para la sociedad: la tensiona mucho, la vuelve de muy poca calidad y empeora la convivencia. Los países del tercer mundo se caracterizan por ser profundamente desiguales porque la riqueza está en muy pocas manos. Algo que lleva a la inseguridad, a que haya malos servicios, poca cultura, educación… todo está mal. Ahora se piensa que la desigualdad promueve la innovación, pero no tiene ningún sentido.

La pobreza, más allá de un fracaso personal, apuntas que es social. El problema es que detrás están la meritocracia, el individualismo, el coaching empresarial o el pensamiento positivo para hacernos creer lo contrario.

Es una especie de privatización de la pobreza. Como si todo lo que ocurriera fuera solo consecuencia de nuestros actos y no de lo que nos rodea también. El problema de estas ideologías son muy atractivas porque dejan nuestro futuro en nuestras manos. Unirse en un sindicato y luchar por el bien común es mucho más complicado. Es increíble ver cómo ha triunfado esto. Sobre todo en los jóvenes. Cuando era adolescente, todos éramos antisistema, pero ahora cierta parte quiere ser inversor.

¿Qué soluciones hay para paliar esta situación?

Habría que ir en el sentido contrario del que se va. Pero no siendo nostálgico del estado de bienestar del siglo XX, porque ya no existe ese movimiento obrero y hay nuevos retos como cambio climático, el feminismo o el movimiento LGTBQ+. También el tecnológico. Todos esos parámetros deben de incluirse en la nueva forma de pensar el futuro.

La clave sería unirlo y hacer políticas más redistributivas y progresivas. Acabar con los problemas de la vivienda creando vivienda pública y regulando los alquileres. Este gobierno ha ido en la dirección correcta, aunque insuficiente. Pero la dirección es la correcta. De hecho, desde que escribí el libro hasta que se publicó fueron saliendo diferentes leyes que iban tratando problemas de los que hablaba. Lo que no se puede es ir en dirección contraria. 

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