El fútbol factura miles de millones al año y mueve una cantidad similar de emociones. Puede sacar lo peor de las personas, pero también lo mejor: clubes, organizaciones, instituciones y plantillas trabajan para hacer del deporte rey un espacio más seguro, justo e inclusivo con todas las personas.
El día que Diego Armando Maradona colgó las botas, dejó un discurso para la posteridad. Tras años con luces en el campo y sombras fuera de él, acusado de abusos y consumo de drogas, el astro argentino intentó redimirse. «El fútbol es el deporte más lindo y sano del mundo. Porque se equivoque uno, no tiene que pagar el fútbol. Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha».
La historia del deporte rey es una historia de éxitos, pero también de manchas antiguas y recientes. Aún resuenan esas declaraciones homófobas de Jesús Gil –«iba a fichar a un jugador importante y me he enterado de que es maricón; a ese no le meto en el vestuario»–, las denuncias de vejaciones por parte del exseleccionador nacional femenino Ignacio Quereda, las risas de Kylian Mbappé y Christophe Galtier cuando le preguntaron por qué tomaron un avión para un trayecto de apenas dos horas de tren o los gritos racistas contra jugadores como Eto’o, Vinicius JR o Iñaki Williams. Situaciones impensables en la grada durante un partido de tenis, pero tristemente normalizadas en los estadios, profesionales o no. La ira y el rencor son características que se les suele atribuir a los aficionados al fútbol: un estudio del Gobierno vasco destacaba que un 25% de los encuestados cree que la agresividad de los padres y madres es uno de los motivos más importantes dentro de los actos violentos que se producen en el deporte escolar.
Dentro de toda una galaxia de manchitas, la elección de Catar como sede para el Mundial 2022 es, quizá, la más grande de la historia reciente. Un país sin una cultura futbolística arraigada y con un dudoso historial de respeto a los derechos humanos o a las condiciones laborales de sus trabajadores: según The Guardian, cerca de 6.000 obreros murieron durante la construcción de las infraestructuras. En medio de la polémica, algunas selecciones anunciaron su intención de lucir mensajes, brazaletes o banderas en apoyo del colectivo LGTBI, duramente perseguido en el país. La FIFA las prohibió tajantemente y anunció sanciones deportivas para los jugadores que lo llevaran a cabo, bajo el pretexto de que no se permitirían «expresiones políticas» durante el torneo.
Para cualquier aficionado al fútbol con conciencia social, ver o no el Mundial era un dilema. Pese a los llamamientos al boicot, este no llegó a producirse: tres de cada cuatro españoles lo vieron en algún momento y alrededor de 5.000 millones de personas en todo el mundo interactuaron de una u otra forma con el evento. «Los aficionados no son consumidores o clientes, son fieles. Y no lo son de marcas sino de instituciones superiores, que incluso están por encima de sus propietarios. Los clubes de fútbol pertenecen a los aficionados y a los vecinos», explica Diego Barcala, director de la Revista Líbero. Meses antes, en su editorial sobre el tema, dejaba clara su postura: «ya nos han hecho que celebremos un Mundial en el invierno europeo, en un país que no respeta los derechos humanos, pero no les vamos a dejar que nos lo roben».
The beautiful game
Conscientes de que en la pelota existen, hoy, muchas manchas, hay quienes llevan años empeñados no solo en limpiarlas, sino en demostrar que el fútbol es una herramienta clave para generar un impacto positivo en la sociedad y nuestro entorno. Una manera de reinventar el impacto social a través de ese jogo bonito, participativo, asociativo y vistoso que popularizó Pelé.
Un ejemplo perfecto de ello es Fútbol Más España, una fundación nacida hace quince años, con sede en nueve países. Ellos utilizan el fútbol como herramienta de transformación social. «Buscamos promover el bienestar físico y emocional, así como la inclusión y la educación, de niños, niñas, jóvenes y sus comunidades que viven en contextos con altos índices de vulnerabilidad», explica Aitor Hernández, su director ejecutivo.
«Los clubes de fútbol pertenecen a los aficionados y a los vecinos»
Diego Barcala, director de la revista Líbero
Trabajan con profesionales del área deportiva y psicoeducativa para fijar indicadores de éxito e impacto centrados en un desarrollo de las personas y sus entornos más que en el resultado deportivo –por ejemplo, la tarjeta verde sustituye a las tradicionales rojas y amarillas con el objetivo de premiar y reforzar lo positivo–. También han conseguido llevar sus propuestas al fútbol profesional y fomentar iniciativas como el Círculo De Honor, donde los jugadores de ambos equipos forman una circunferencia abrazándose antes de comenzar el partido. Además, su tarjeta verde fue levantada por los hinchas del partido entre Chile y Bolivia durante la celebración de la Copa América 2015 mientras sonaba el himno del equipo contrario en señal de respeto.
Con este tipo de iniciativas, quieren transmitir a los más pequeños que lo más importante es el juego. «Los niños y niñas quieren divertirse, sentirse bien, disfrutar y aprender. Somos las personas adultas las que presionamos para que compitan y se centren en los resultados, cuando lo más importante de las diferentes etapas de desarrollo de la infancia y la adolescencia son los procesos. Por eso nosotros modificamos las normas para rebajar la competitividad de nuestras actividades y convertimos en los partidos en una instancia educativa y de convivencia», sostiene Hernández.
La Fundación ya cuenta con historias personales de éxito relacionadas con la reducción de la violencia y el fomento de la inclusión. Su gran caso de éxito es Deporte por refugio, un proyecto coordinado por Fútbol Más España, la Fundación del Real Betis Balompié y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) que se desarrolla en los barrios sevillanos de Torreblanca, Pajaritos y la Macarena y que ha conseguido transformar la realidad de más de 1.700 jóvenes. También, por supuesto, ha mejorado la vida de sus familias.
Juega como una chica
Aunque el primer partido oficial de dos equipos de mujeres data de 1895, el fútbol ha sido catalogado como un deporte de hombres y para hombres. Sin embargo, como expresa la campaña de la selección femenina de fútbol, ellas siempre han estado ahí, y ahora se las ve más que nunca. ¿Ejemplos? Más de 87.000 espectadores acudieron a la final de la Eurocopa femenina 2022 en Wembley, tres mujeres arbitraron un partido del mundial de Catar y Alexia Putellas se ha llevado dos Balones de Oro, un hito que no ha conseguido ningún jugador varón español en la historia.
La jugadora catalana, junto a compañeras como Megan Rapinoe, Alex Morgan, Marta Vieira da Silva o Vero Boquete son ya grandes referentes en el mundo del fútbol. Muchas de ellas son, además, caras habituales a la hora de involucrarse en causas sociales: Rapinoe o Boquete son, de hecho, socias de la plataforma Common Goal, a la que donan el 1% de su sueldo para impulsar proyectos de impacto de la organización.
«Además de mostrar ejemplos de mujeres dentro y fuera del campo, es importante que las nuevas generaciones de niñas tengan más participación y les facilitemos el acceso a los terrenos de juego» remarca Elvira González, Head Of Brand & Advocacy de Common Goal. Esta ONG, fundada por Jürgen Griesbeck e impulsada por el futbolista español Juan Mata, apoya causas sociales y medioambientales que promuevan el impacto positivo, gracias a la financiación que obtienen a través de las donaciones por parte de futbolistas, entrenadores, clubes, sponsors, comunidades y aficionados.
Uno de sus compromisos más firmes es fomentar el fútbol femenino. Para ello, la organización cuenta con el programa y el marco Global Goal 5 Accelerator, con el que pretenden aumentar el liderazgo, la representación y la participación de niñas y mujeres en el fútbol. Pero, a pesar de la tendencia al alza, sigue faltando que el tirón de ambos sea el mismo. González se pregunta si no es un círculo vicioso: el fan no se emociona al mismo nivel porque no hay la misma cobertura, no hay la misma cobertura porque no se generan los mismos ingresos y no se generan los mismos ingresos porque no se proporcionan los mismos recursos. «La pregunta debería ser cómo vamos a generar los mismos ingresos si no se invierte el mismo esfuerzo. Por ejemplo, este año la gente no ha interiorizado que también hay otro mundial, el femenino, y que perdérselo es perderse otro espectáculo», subraya la experta.
«Es importante que facilitemos el acceso de las niñas a los terrenos de juego»
Elvira González, Head Of Brand & Advocacy de Common Goal
Si hablamos del propósito del deporte, el fútbol femenino ejemplifica mucho más que su homólogo masculino hacia dónde debería ir el deporte en términos de valores o progreso. «Es lo más cercano al tipo de fútbol inclusivo que nos gustaría ver», reconoce González. Un ejemplo claro es el caso de la comunidad LGTBI: está mucho más normalizado que una jugadora salga del armario que lo haga un jugador.
Con el programa Play Proud, Common Goal trabaja para hacer de las comunidades y los estadios un espacio más seguro para ellos, haciendo mentorías para que existan aliados en los lugares de trabajo y en los estadios, trabajando con clubes, aficionados y organizaciones de las comunidades locales. Con él, ya han capacitado a entrenadores en más de diez países, y ahora trabajan con un objetivo ambicioso: que el de 2026 sea el mundial más inclusivo posible.
Un fútbol mejor, una sociedad mejor
Cada cierto tiempo, el racismo vuelve a ser el triste protagonista de la agenda mediática. Sin embargo, quienes acuden a los estadios pueden dar testimonio de que, por desgracia, siempre ha estado ahí. En estos últimos años, decenas de jugadores han visibilizado esta causa a través de discursos, campañas y mensajes en redes sociales. Adama Traoré es un ejemplo de cómo recurrir a la moda para abanderar la lucha contra la discriminación racial. Además de aportar el 1% de su sueldo a Common Goal y a su programa antirracismo, el futbolista ha desarrollado junto a la ONG y la marca de streetwear The Fabulous Gang la primera colección cápsula contra la xenofobia.
El fútbol ha llegado a transformar también ciudades, barrios y evolucionar toda una comunidad de una manera radical. El club catalán Ramassà, que más adelante se convertiría también en ONG, transformó el equipo del barrio en un núcleo formativo que favorecía la inclusión a través del juego y la educación con valores para niños y jóvenes en riesgo de exclusión social.
«Los niños quieren divertirse y aprender. Somos los adultos quienes los presionamos para que compitan y se centren en los resultados»
Aitor Hernández, director ejecutivo de Fútbol Más España
No solo las organizaciones y los jugadores están cada vez más implicados en hacer del fútbol un juego con impacto positivo. Fuera de nuestras fronteras, el emblemático Reading FC inglés, uno de los equipos con mayor tradición en la Premier League, se convirtió en el primer club en alertar de la emergencia climática a través de su equipación; y el Grimsby Town FC fue el primer club del mundo en anunciar que aspiraba a convertirse en una B Corp, incorporando los valores de las mejores empresas para el mundo.
También los clubes españoles están trabajando en ello. El Sporting de Gijón ha sido el primer club de la liga en estar en Common Goal y el cuarto a nivel mundial. Su iniciativa Marea Rojiblanca trabaja para impulsar cuestiones como los derechos de la infancia, la equidad de género, la salud mental, la acción climática o la lucha contra la despoblación, algo especialmente grave para las zonas rurales de Asturias. Ayudar a frenarla es uno de sus principales objetivos de impacto social, transmitiendo a sus aficionados que los problemas que afectan a la comunidad también afectan al club.
«No importa lo difícil que sea. Solo tenemos dos opciones: o permitimos que la ira nos paralice y la violencia siga, o lo superamos y damos lo mejor de nosotros mismos para ayudar a los demás». Con esa frase de Andrés Escobar, asesinado tras encajar un gol en propia puerta durante un mundial, comienza el prólogo de Radical Football, la biografía de Jürgen Griesbeck, fundador de Common Goal. En ella, cuenta cómo su historia le inspiró a impulsar el football for good, una manera de ver el deporte que Griesbeck resume en un principio inquebrantable: «el fútbol puede hacer más, así que nosotros debemos hacerlo». ¿Cómo? Tomando partido para que la pelota no se manche.