Si tuviera que definirse con tres palabras –como ella misma pide a quienes se sientan a charlar en su pódcast–, se definiría como entusiasta, contradictoria y curiosa. Basta escucharla unos pocos minutos para saber que no miente. Tras el nombre de Coco Dávez se encuentra Valeria Palmeiro (Madrid, 1989), artista de alma todoterreno y estilo inconfundible: los retratos sin cara la catapultaron al éxito, pero ha llenado de color paisajes, botijos, mochilas, camisas o papeles para la pared. Entre sus invitados de Participantes para un delirio se encuentran desde Andreu Buenafuente a Pablo D’Ors, pasando por Milena Busquets, Sandra Barneda o Palomo, y acaba de ilustrar ¿Y si fuera feria cada día?, la adaptación infantil del libro superventas de Ana Iris Simón. Junto a Helio –un perro casi tan alegre y curioso como ella– nos recibe en su estudio, un refugio tecnicolor en el corazón de un Madrid lluvioso.
Fotografía: JavieRomán
Estilismo: Lara Ontiveros
Maquillaje y peluquería: Alice Crue
Pintabas de niña, pero lo dejaste de adolescente. ¿Cómo descubriste que te apasionaba pintar?
Fui a clases hasta los trece años, pero no llevaba bien que me dijeran todo el rato qué tenía que pintar. Cuando la obligación se mezcla con la pasión empiezas a poner excusas: que si tengo que estudiar, que si me han puesto un trabajo… Mi padre me dijo que me las pagase yo, porque si no iba a las clases y suspendía todo sería que no estudiaba tanto. (Risas) Mantuve mi dignidad diciendo que no me gustaba, pero lo cierto es que me pasé toda la adolescencia pintando sin decirlo.
Finalmente regresaste a los pinceles.
Los adolescentes son muy impacientes, así que me apasioné por la fotografía, que me daba resultados al instante. Me fui a Londres a trabajar como asistente, pero sentí que no era lo que me esperaba. No es que me desilusionase, pero la fotografía de moda, que era lo que hacía en ese momento, no me atraía como la de viaje, por ejemplo. Es curioso: en pintura me muevo en retrato, pero en foto necesito el paisaje. Ahí me di cuenta de que echaba de menos pintar.
¿Qué habrías hecho si no te hubieras dedicado a ello?
Si el dibujo no se hubiese cruzado por medio y hubiese ido a la universidad, creo que habría estudiado Psicología. Aunque fui muy mala estudiante –o precisamente por ello– también creo que me hubiese encantado la enseñanza. Hace unos días me dijeron que quieren poner mi nombre al aula de Bellas Artes de un instituto de Tenerife en el que di una charla en 2019… Desde luego, algo que nunca me habría esperado de adolescente. Es muy bonito para mí.
Corría el año 2015 cuando un día decidiste borrar con color la cara de uno de tus retratos. Así, casi de casualidad, nació Faceless. ¿Imaginabas entonces que esa mancha iba a llevarte tan lejos?
Nunca. Durante los cinco años anteriores quería ser dibujante y me daba igual que se reconociera mi trabajo, que me pidieran cosas que no me gustasen… Con Faceless es la primera vez que realmente sentí que me divertía pintando, era un juego para el espectador que adivina el personaje. A partir de ahí mi carrera empieza a dirigirse a otro lugar: ya no me pedían algo concreto, sino que querían que pintase algo que ya hacía en mi tiempo libre. Jamás pensé que sucedería esto.
¿Te molesta que te encasillen en los retratos sin cara?
Un poco. Más que molestarme, me frustra que eclipse al resto de colecciones. Siguiendo las palabras de mi gran amigo Alejandro Simón Partal, creo que los proyectos deben alumbrar y no deslumbrar. Faceless me ha dado y me sigue dando cosas preciosas, pero tiene un punto que deslumbra. Han pasado casi nueve años y hay gente que todavía me pregunta «¿qué es lo próximo?». Ostras, es que en este tiempo he hecho varias colaboraciones y colecciones cápsulas de moda, botijos, un pódcast que va por los setenta y pico episodios… Como artista, eso frustra un poco.
«La moda es una rama natural dentro del diseño. Me divierte y apasiona»
Todos esos proyectos tienen un denominador común: el color.
Para mí el color es un lenguaje. Es la traducción de un montón de información que aprendemos sin darnos cuenta. Por ejemplo, desde muy pequeños sabemos que el rojo nos dice algo importante: puede ser alerta, pasión, freno…
Aunque en la ropa tendemos a los tonos que nos hacen pasar desapercibidos, tus colaboraciones con marcas llevan tu sello colorista. Has creado mochilas, pañuelos, camisas…
Hay gente que no se atreve a llevar un color enérgico o potente porque no quiere que la miren. En Londres o en Berlín es muy moderno ir de negro, pero es ya casi un uniforme. Me encanta la moda y la veo como una rama natural dentro del diseño. Es lo mismo crear un estampado para un objeto que ponerlo en una prenda. De hecho, no hay cosa que me haga más feliz que ponerme un estampado que me gusta. Es algo que me divierte muchísimo.
En las propias calles ganan los grises, lo neutro.
Creo que en los lugares en los que hay mucha luz tendemos a eso. En México o en Londres te encuentras casas de tonos muy vivos, y aquí o en las ciudades del sur de Europa no tantas. Ikea, por ejemplo, no trae las colecciones en la paleta completa porque no se vende, pero en los países nórdicos son más valientes con el color. Allí les funcionan los rojos, amarillos, azules…
Hace unas semanas, enseñabas en Instagram un trabajo muy interesante: una postal pintada tras preguntar a la gente con qué color asociaban la nostalgia.
También en eso tiene que ver mucho la luz. Curiosamente, en los países que tienen menos horas de sol la vinculan a colores cálidos. Yo elegí el amarillo, pero en España ganaban por mucho los tonos fríos.
«No hay nada que inspire más que una conversación»
¿Te consideras nostálgica?
Sí, pero para bien. Creo que aquí en España no la terminamos de entender, tendemos a confundirla con la melancolía. Por ejemplo, ¿para ti qué es la nostalgia?
Querer volver a un momento del pasado.
¿Pero desde un sentimiento de pena o de alegría?
Desde la alegría, pero creo que sobre todo desde cierta idealización: quiero volver a cuando era niña porque considero que era feliz, que no tenía nada por lo que preocuparme.
Es que la línea es muy fina. Para mí es un recuerdo de un momento al que me alegra volver, pero no pienso en que antes estaba mejor. Ahí es donde la melancolía y la nostalgia se mezclan: hay gente que dice «uf, estoy de un nostálgico, estoy fatal»… y a mí me sucede lo contrario. Tengo una colección de paisajes de lugares donde fui muy feliz, y la nostalgia es lo que me hace sacar piezas nuevas, porque cada vez que los veo vuelvo a ese instante.
Las preguntas sobre la niñez o la adolescencia son habituales en las entrevistas de tu pódcast, Participantes para un delirio. ¿Cómo decidiste lanzarte a este formato?
Me encanta la radio desde niña. Mi abuela siempre la tenía puesta y escuchaba de todo, ya fueran entrevistas o fútbol, aunque no le gustase, porque decía que le acompañaba. Cuando nació el pódcast fue un sueño hecho realidad: no solo puedo crear un contenido similar al de la radio, sino que además cualquier persona del mundo va a poder escucharlo. Además, veníamos de una pandemia en la que yo me moría por estar con gente. Al principio me planteé hablar en primera persona de mis crisis creativas, quizá el tema recurrente de mi vida, pero después me pareció mucho más interesante reunirme con gente a la que admiro para que me contasen cómo viven las suyas.
En él haces entrevistas largas, profundas y para escuchar con calma. Es paradójico que arrase este tipo de formatos cuando parece que vivimos con el x1,5 puesto por defecto.
Creo que triunfan precisamente por eso. Cuando lo digital arrasa, de repente volvemos a lo analógico. Estamos tan acostumbrados a formatos tan rápidos e inmediatos que es normal echar de menos las charlas largas. Mi gran escuela es el archivo de Televisión Española, aprendo mucho escuchando esas entrevistas de los años ochenta o setenta… Son oro puro. Cuando las ves, te preguntas cómo puede ser que en los últimos veinte años esas charlas desaparecieran ya no solo del prime time sino de la televisión en general. Ahora han vuelto con programas porque el cuerpo nos pide calma, no se puede conocer a nadie en cinco minutos.
¿A quién te gustaría invitar a delirar?
A muchísima gente. Bromeo con que ojalá supiese francés para poder entrevistar al escritor Emmanuel Carrère, que es mi última obsesión. Pero me encantaría también traer a Manuela Carmena, a Maruja Torres, a Miguel Milá, a Rodrigo Cuevas…
Todas las entrevistas, ya sean a personajes más o menos conocidos, traslucen admiración: haces que quieras saber más de ellos cuando termina el episodio.
Para mí la admiración lo es todo. Faceless al final es un tributo a mis referentes y, de hecho, para mí es un motor inmenso saber que la lista nunca se acaba porque no dejo de descubrir a gente nueva.
¿Qué te inspira?
Hablar. No hay nada como una conversación. Mi podcast ahora mismo es una fuente de inspiración constante porque me da la oportunidad de sentarme durante una hora y media con alguien a quien admiro y preguntarle lo que quiera.
La pregunta del millón: cómo superar un bloqueo creativo.
Después de 75 capítulos, creo que no he dado con la fórmula mágica y asumo que no lo voy a conseguir nunca, pero he descubierto que para mí es muy importante estar con gente. Cuando tengas el típico día de mierda, oblígate a salir a la calle y a tener una mínima interacción, aunque sea solo saludando al panadero. Cuando lo haces, algo cambia. La soledad es fundamental y sufro mucho cuando no la tengo, pero no he encontrado en ella lo que me da el charlar con alguien.
Como artista, me fascina porque me abre puertas a mundos que no sabía ni que existían. La IA generativa me permite hacer realidad cualquier cosa que imagine. Aún no somos del todo conscientes de las posibilidades que nos da.
«El gran poder del arte es que te hace sentir menos solo»
Con todo el debate sobre si va a sustituir a los ilustradores, ¿su uso te genera dilemas?
No creo que nos vaya a quitar puestos de trabajo per se, nos los quitará la gente que sepa utilizarla. Siendo crítica, sé que puede traer cosas peligrosas, pero no hay que temer a la inteligencia artificial sino a las mentes que están tras ella. Internet puede ser maravilloso y puede ser un peligro, y con esto sucede igual.
Uno de esos lugares que pueden ser un cielo o un infierno son las redes. Como alguien que tiene una comunidad grande de seguidores, ¿sientes presión por la manera en que te muestras?
Siempre las he utilizado como un escaparate de mis trabajos. No me exponía demasiado personalmente, más allá de recomendaciones sobre libros, exposiciones, viajes… Son un altavoz muy potente, pero reconozco que me cuesta abrirme en Instagram. Para mí el lugar donde hacerlo es el podcast, porque es donde me siento acompañada: en redes llego a todo el mundo, pero allí siento que me escucha quien me quiere escuchar, las personas que son afines y buscan mi contenido.
¿Te afectan los comentarios negativos?
Instagram es una red bastante amable, pero el año pasado me pasó algo que me coartó bastante. Tuve una depresión y me agobiaba el hecho de mostrar un arte muy enérgico y positivo cuando por dentro sentía lo contrario. Me sentía como un payaso, no estaba a gusto con lo que estaba enseñando, y decidí contarlo. Entonces, alguien hizo un comentario tipo «ahora toda la gente tiene problemas de salud mental, cómo se nota que es el tema que da likes». Era una tontería, pero me hizo sentir muy insegura. Estaba en un momento muy vulnerable y lo que menos quería era que decirlo se percibiera como una estrategia de marketing.
También es cierto que el propio Instagram y su uso está cambiando.
TikTok tiene muchísima fuerza. El otro día estaba con una adolescente de trece años que decía que los millennials ya éramos como los boomers, que nuestras redes eran un aburrimiento. Le enseñé mi Instagram y le pedí que me dijera qué pensaba… Y su conclusión fue que no estaba mal, pero que se quedaba con los posts hechos con IA (Risas). Lo importante es ser realista y saber hacia dónde te diriges, porque las modas son modas. De momento, sé que a mi público le interesan más mis obras y mi podcast.
¿Qué sueño te queda por cumplir?
Me encantaría ser madre. Hace un año tenía muchas dudas, pero ahora he perdido el miedo. Como autónoma, lo que más miedo me daba es que, si paraba, no había ingresos y sin ellos no se puede mantener a una criatura. Nos han vendido que el tren solo pasa una vez, que tienes que aprovechar el buen momento laboral, pero yo pienso que ese tren es un Cercanías que pasa cada veinte minutos. Además, tengo la inmensa suerte de poder trabajar desde casa o de traerme a un bebé al estudio igual que ahora vengo con mi perro. Creo que es el momento. Me apetece vivirlo.