Mientras todos estamos esperando las vacaciones, Greta Fernández (Barcelona, 1995) dice que sería feliz si la llamasen para pasar el verano rodando. No lo suelta con la boca pequeña, sino con la convicción de quien verdaderamente ama su trabajo. Quizá por eso no para de estrenar: en enero fue El frío que quema; en los próximos meses serán Cuckoo y Teresa. Ahora le toca a Unicornios, dirigida por Álex Lora y coescrita por Pilar Palomero, en la que interpreta a Isa, una urbanita millennial algo perdida que no entierra su lado adolescente y se enfrenta a la vida con rabia. Una actitud que a Greta solo le suena ya al eco de otros tiempos. Habla con tranquilidad y optimismo de su amor por Madrid, de las ganas de escribir, de coger al vuelo todas las oportunidades que atisbe.
Isa es una joven que está en un momento complicado de su vida, llena de dudas y vaivenes. ¿Cómo ha sido meterte en su piel?
Todos los personajes te aportan algo, pero es algo que no sabes hasta que estás en el rodaje. Ahí analizas qué cosas has hecho en determinados momentos de tu vida y lo ves de otra manera. Isa tenía las emociones bastante bloqueadas, retraídas y escondidas. Es muy interesante trabajar un personaje así. Me ha hecho tocar emociones o formas de mirar de una adolescente, algo que no había interpretado hasta ahora.
¿Te ves reflejada en ella?
En cierto modo, me recuerda a mí hace unos años. Tenía muchas ganas de interpretar a una chica más joven, con sus problemas del primer mundo, perdida, con rabia, celosa, enfadada con sus padres… Al final son cosas que yo he vivido o vivo, pero su manera de lidiar con ellas es muy diferente a la mía.
Es una cinta muy generacional en los temas que trata: poliamor, crisis laboral, conflictos con los padres, pagar el alquiler… Normalmente se tiende a pensar que las caras conocidas estáis un poco fuera de ello y vivís la cara más brillante del éxito.
Hay mucho mito. Es curioso porque, mientras se dice eso, no paran de estrenarse películas y documentales donde se cuenta cómo es la vida de gente famosa y se ve esa parte de sufrimiento. Son casos aislados o no tanto: hay muchos artistas que, por mucho que estuvieran en el momento más álgido de su carrera, eran profundamente infelices y convivían con mucho dolor. Como en todas las profesiones, hay de todo: hay gente a la que le va bien, a la que no, que es más feliz, que tiene menos ambición… Pero creo que está bien que se comience a desmitificar esto y a hablar de lo que nos pasa. Hay una serie maravillosa en Filmin, Selftape, de las hermanas Mireia y Joana Vilapuig que aborda la frustración de querer ser actriz y que no te salga. Es algo con lo que la mayoría podemos conectar. Muchos nos dedicamos a esto por amor, y es terrible ver que alguien se esfuerza y desea algo así y no lo consigue.
El pasado enero estrenaste El frío que quema, una película que te llegó después de un tiempo de parón en los rodajes. ¿Cómo llevas la incertidumbre de esperar esa llamada?
Vas aprendiendo. Pasas por muchas fases: te pones triste, te olvidas, te planteas que podrías hacer algo más, te agobias… Y luego, cuando llega el trabajo, lo valoras y lo coges con muchísimas ganas. Esa es la parte bonita. No todos tienen ese momento de parón, pero creo que la mayoría los tenemos, y son parones largos. Cada uno lo lleva como puede; en mi caso, creyendo mucho en mí. No me queda otra que confiar en que son rachas y que, con un poco de suerte, no volverá a pasar y llegará la estabilidad. Pero empiezo a pensar que eso solo le pasa unos pocos, así que aprendes a tener paciencia y a ahorrar [ríe].
Ahora, la otra cara de la moneda. Cuando el teléfono no para de sonar, ¿cómo es lidiar con el éxito?
No tienes mucho tiempo para pensar. Eso en parte es algo bueno, pero también hay que tener cuidado cuando esa fase se termina. Todas las subidas tienen sus bajadas, y uno tiene que ir con cuidado de no ir muy arriba para que la caída no sea demasiado grande. La primera vez es difícil controlarlo, y siempre tiendes a emocionarte o a ponerte nervioso. Pero al final asumes que el éxito es efímero, que nada es para siempre y que nada te asegura nada.
Es muy interesante cómo se retrata a Isa como mujer joven, la relación con su cuerpo, las relaciones de pareja… hace no tanto no había películas con una mirada así.
Me parece maravilloso que hayan hecho una película con una protagonista como ella, que es bastante petarda. Es antipática, borde, egoísta, un poco superficial, está obcecada con algo que no entiendes muy bien o que no compartes… Está perdida y no estamos acostumbradas a ver a personajes femeninos así.
¿Que haya mujeres creando ha permitido una visión nueva, quizá más imperfecta, de los personajes femeninos?
Seguramente sí. Ahora el ojo está muy puesto en nosotras y parece que, por las quejas de algunos, todo lo que hagamos tiene que ser excelente, y eso no es justo. Tenemos que reivindicar nuestro derecho a ser mediocres, a no ser tan buenas siempre en todo. Se da más espacio a las mujeres ahora para intentar paliar una desigualdad, y quien no quiera entenderlo, que no lo entienda. Pero las mujeres somos humanas, hacemos cosas malas, absurdas, mediocres y que no merecen tanto la pena. Y está bien que sea así.
¿Te ayuda tu propia mirada feminista a la hora de enfocar papeles como el de Isa?
Puede haber gente que no se defina como tal, pero creo que, si no eres machista y entiendes la desigualdad que sufrimos las mujeres, eres feminista. La gente que más quiero y respeto lo son. Sin ir más lejos, mi padre, en su momento, quizá no decía que era feminista –ahora sí, por supuesto–, pero siempre ha tenido esa mirada a la hora de trabajar y entender los personajes. Para mí, es una manera de entender la vida. Interpreto a Isa sin juzgarla, buscando que la gente conecte con ella y, a su manera, la quieran un poco.
Ahora que hablas de él… ¿Crees que ya te has quitado la etiqueta de hija de Eduard Fernández?
Creo que sí. La gente me dice siempre que les encanta mi padre y a mí me parece maravilloso, porque a mí también me encanta. No tengo ningún problema con ello y casi nunca lo he tenido, no me ha pesado en absoluto. Salvo cuando empecé, que era inevitable, tampoco siento que se me haya relacionado demasiado con él. Yo estoy tranquila y siento que, cuando se me da la oportunidad, demuestro lo que hago, lo disfruto.
«Está bien transformarse. No hay que tener miedo a cambiar de opinión»
¿No te afecta salir en los artículos que hablan de los nepo babies en España?
Me hace gracia, porque noto que no va nada conmigo. Cuando lo leo, no lo siento en absoluto un ataque. Tengo una relación buenísima con mi padre que va mucho más allá de este oficio. Nunca lo he visto como Eduard Fernández a secas: es mi papá. Soy su hija, quise dedicarme a esto porque lo veía en casa, pero podía haber empezado y darme cuenta de que no me gustaba. Pero me apasiona y me divierte por mí, porque lo siento así. Que tu padre tenga una empresa no significa que tú quieras trabajar en ella. Te puede gustar o no, y si sigo aquí es por mí.
Crecer en ese mundo te ayuda a saber cómo funciona el oficio de antemano.
Tanto mi padre como la gente de la que me he rodeado me han aportado mucho. Empecé a estudiar interpretación desde muy pequeña y ahí conocí a Anna Castillo, a Iñaki Mur… Que siguen siendo muy amigos míos. Cuando me mudé a Madrid, empecé a conocer a más gente. Tener amigas que se dedican a esto –y también algunas que no– te ayuda a tener mucha perspectiva. Ves a gente que está como tú, aprendes a gestionar, a no tener envidias, a no ser un espejo. Actuar es un trabajo continuo de amor.
¿Sigues feliz en Madrid?
Madrid es una ciudad muy fuerte en la que tienes que encontrar tu sitio. En ella todo el rato ocurren cosas y yo estoy enamorada. Tengo una relación preciosa con Barcelona, pero la veo como un lugar de otra etapa de mi vida, una ciudad de adolescencia en la que me sentía perdida. Tuve una pareja durante diez años, lo dejamos al poco de trasladarme a Madrid y ahí empezó una vida nueva conmigo misma. Hay una parte de mí que ha crecido aquí y ha sido un proceso muy bonito.
Parece una ciudad que siempre permite volver a empezar.
Sí, y me he cambiado de piso muchas veces, que eso también ayuda. [Ríe]
Además de tu faceta de intérprete, en Instagram también muestras tu pasión por la fotografía. ¿Qué es lo que te aporta esa mirada tras la cámara?
Cuando era más pequeña era una forma de comunicarme que disfrutaba muchísimo. Ahora soy más crítica con mis fotos porque tengo mucho respeto por las profesiones. Así como en la interpretación tengo una gran fe en mí, veo mejoras y me gusto en las decisiones que tomo, con la fotografía me cuesta más. Ahora estoy intentando retomarla de vez en cuando, pero tengo más ganas de volver a escribir. Es un lugar en el que me reconozco más.
¿Darías el paso a escribir guiones?
A veces lo intento, pero me cuesta mucho. Soy más de prosa poética, poemas cortos… Estoy en momento de búsqueda y tengo ganas de compartirlo con la gente, reflexionando sobre qué tipo de libro hacer. Llegará.
«Actuar es un trabajo continuo de amor»
Hablando de compartir, ¿cómo llevas la exposición en redes sociales?
Tengo una relación bastante libre y sana. Me expongo lo que quiero. Creo que la vida es tomar decisiones, cambiar, volver atrás… Está bien transformarse. No hay que tener miedo a cambiar de opinión. Hay gente que me dice que me muestro mucho más seria de lo que soy, pero al final yo subo lo que me apetece cuando me apetece. Tengo una relación bastante libre y sana.
¿No sientes presión o miedo a la polémica?
Generalmente, no. Alguna vez sí, sobre todo con temas políticos, he tenido miedo a no expresarme bien. Me parece que es muy difícil ser preciso a veces, no tanto porque se malinterprete sino porque hay cosas que quizá no se acaban de entender y prefieres evitarlo.
Además de ese libro, cuéntanos qué tienes en tu lista de pendientes para el futuro.
Tengo muchas ganas de estrenar Unicornios, de que la gente vaya al cine y se vea mogollón, y que la estrenen en una plataforma y eso ayude. También tengo ganas del estreno de Cuckoo, que es una peli que rodé en Alemania con Tilman Singer. También estreno Teresa, de Paula Ortiz… Me encanta trabajar. Si me dices que este verano me quedo sin vacaciones por rodar, sería feliz.