verano

Diez tips para un verano feliz

Como lo que más nos reclama el planeta es contención, podría parecer que el verano no es la mejor época para reconfortarnos con él. Pero tras el invierno, las largas incertidumbres de estos tiempos, las mascarillas, los distanciamientos, los confinamientos, la pesadez de lo cotidiano o el horror bélico televisado, cada persona tiene a mano una fórmula propia para evadirse.


Bienvenida sea la vida al aire libre, los refugios naturales, las ciudades vaciadas, el buen tiempo, el caloret, la poca ropa. Los tópicos del optimismo estacional. Si bien la influencia de los precios en la economía doméstica dejará a alguna gente sin excesos, muchas personas se limpiarán las telarañas buscando el paraíso. Un paraíso. Cualquier paraíso. Y hablando de paraísos, tan propios de los sueños de verano, empezamos con una palabra que será recurrente e imprescindible para mantener un comportamiento eco de verdad: la proximidad.

1. El paraíso cercano

Encontrarlos no siempre es difícil, porque buena parte del entorno reside en nosotros mismos, no tanto en lo que nos rodea. Cada persona debe decidir si viajar lejos está sobrevalorado o no, pero moverse en un ámbito que no necesite traslados en avión parece una buena fórmula para unas vacaciones conscientes. Se estima que un viaje en avión es ambientalmente tres veces más caro que uno en coche, si bien se trata de comparaciones que requieren muchos matices, como índices de ocupación del vuelo o la viabilidad del traslado.

Lo cierto es que el turismo es una de las grandes industrias de nuestro país y de gran parte de la Europa occidental, donde ya no fabricamos cosas y producimos menos alimentos. Hoy nuestra economía está muy ligada al ocio y al bienestar de muchas zonas con estructuras industriales débiles. El Camino de Santiago, por ejemplo, al menos en dirección a Compostela, produce cero daño al medio, ya que se hace caminando. Después, regresar a tu casa ya depende de tus planes.

2. Playa o montaña

Hay tal variedad de destinos que vamos a centrarnos en los aspectos que más pueden afectar al medioambiente: el cómo llegar. Es difícil que a aquella playa desierta que buscas en Asturias o a ese maravilloso hotel de la sierra de Gata puedas llegar en transporte público. El coche es para ti un aliado fundamental. Pero conviene desdibujar algunos tópicos: es mucho más terrible para el planeta utilizar un autobús que nunca se llena que un turismo con dos o más personas.

Si prefieres otro tipo de turisteo, otra cuestión: ¿es más eco una playa en plena naturaleza o una urbana a la que llegas caminando? Solo piensa una cosa: Caparica, Barra o Caños de Meca tienen una enorme capacidad de atascar sus accesos con enormes filas de coches, ya que el transporte público es pírrico. Mientras, La Caleta, Riazor, La Concha, San Lorenzo, El Bajondillo y Poniente hacen de Cádiz, A Coruña, San Sebastián, Gijón, Torremolinos y Benidorm destinos a los que te acercan con facilidad tus propios pies o el transporte público. Tú dirás lo que te parece mejor.

3. El mar

Es pura sensación de libertad, y tratarlo bien cuando nos relacionamos con él es algo que debemos recordar todo el año. Por ejemplo, ten en cuenta que la alcantarilla de tu calle es el principio del océano, como recuerdan las campañas de limpieza de algunas ciudades. Mantener un comportamiento cívico con los residuos ni es exclusivo del verano ni de las actitudes eco, pero es imprescindible para que no sean necesarias esas campañas que nos bombardean con absurdos cucuruchos de plástico para tirar colillas en la playa. Cada persona fumadora —o productora de residuos similares— tiene recursos de sobra para deshacerse de la colilla, pero la educación, el civismo y la armonía no están de más.

4. La botella

Entre otras cosas, amar el planeta consiste en no sobreexplotarlo y, sobre todo en estos meses de calor, el agua es sinónimo de verano saludable. Tener a mano tu botella es fundamental: vivimos en un país con una muy aceptable agua del grifo y, aunque hay ciertos matices en su sabor, todas son aptas para nuestro cuerpo. Por eso tu café, tu agua fresca o tu combinado casero puede valerse de esos objetos nada reñidos con lo cool. El mercado te ofrece cientos de opciones de aluminio u otros materiales con estéticas variadas y duraciones casi infinitas, como le mola a la tierra.

5. El shopping

Allá donde vayas, a poco que te esfuerces, vas a encontrar objetos o productos para ti o para regalar con ciertas garantías de proximidad. No se trata de perderse en los turistódromos comprando imanes de nevera con motivos locales o sudaderas de Altea University, no. Porque, además, casi seguro que vienen de Asia. Hablamos de manufacturas de empresas locales. Son productos no siempre fáciles de localizar de los que, por desgracia, casi nunca tenemos la capacidad de seguir su trazabilidad geográfica, ambiental y social –materia prima, lugar y condiciones laborales de su fabricación, gastos de transportes hasta el punto de venta, etc–.

A poco que busquemos, comprobamos que el país está lleno de posibilidades de regalos ambientalmente aceptables, y con el valor añadido de la singularidad y artesanía. Muchas ciudades celebran en verano eventos comerciales con artesanos y artesanas locales en las que el olfato —e internet— pueden ayudarte a diferenciar el producto de importación del fabricado cerca.

6. La gente

La Tierra es diversidad, culturas y personas. La mirada del viajero o viajera eco tiene mucho que ver con la humildad y el respeto, ya que las personas son también parte de la naturaleza. Ir con la mente llena de prejuicios o dar lecciones de cómo hacer determinadas cosas es jugar sucio con el medio, ya que frena la empatía y dificulta la hermandad. El viejo refrán castellano «allá donde fueres, haz lo que vieres» cobra todo su sentido en la era global. Cada país tiene sus ritmos, sus coordenadas, las circunstancias que le trajeron a ese momento concreto. En tu mano está entenderlo, para no juzgar y hablar con orgullo de lo que has visto. Y, de paso, para aprender cosas nuevas.

7. El tupper

Aunque ha sido demonizado en los últimos años, el plástico no siempre es dañino, sobre todo cuando hablamos de objetos que se reutilizan una y otra vez. Un ejemplo de ello es el tupper, una evolución de la mítica fiambrera de aluminio que llenó las escapadas de los años 60 y 70 del pasado siglo. La comida casera en tupper es, sin duda, la forma más eco —y sana— de alimentarnos en el campo o la playa.

Con el tupper se evitan las bolsas de plástico llenas de bocatas envueltos en más plástico o papel de aluminio, con frutas a veces también envueltas por unidad sin justificación alguna. Otra alternativa, por supuesto, es el chiringuito, con toda su carga emocional y simbólica, que va desde Georgie Dann hasta el olor a espeto.

8. El helado

La dificultad de conocer la trazabilidad de los productos —más cuando los tomamos por ahí— hace que sea más frecuente de lo que parece comer marisco escocés en Galicia, carne argentina en Castilla, anchoas sudamericanas en Cantabria o cerveza polaca en Cataluña. Aunque la apariencia a veces dista de la realidad, lo ecofetén es consumir lo más próximo. Una buena pista para conseguirlo: echa un vistazo a las denominaciones de origen del lugar al que vayas, que normalmente están reguladas por consejos fuera de toda sospecha. Una opción green de la buena.

También existen cientos de marcas basadas en la explotación amable de su entorno. El país está lleno de empresas de proximidad que tienen soluciones para ti sin recurrir a jabones producidos en Indonesia o fruta recién llegada de Israel, con los gastos energéticos que ello supone y el escaso compromiso del mercado con la comunidad local. Tres ejemplos para disfrutar: Soria Natural, productos para estética elaborados con recursos del campo convertidos en cremas, lociones, etc. Bico de Xeado, la apuesta de una cooperativa gallega de vacuno que se puso a fabricar helados para no malvender su leche. Y Vermú Miró, de Reus, el dulce destilado de la Cataluña fabril.

9. Lo gastro

La mejor gastronomía está relacionada con los productos de cercanía o de mercado local. Disfrutarla es una buena forma de percibir la esencia del lugar que has elegido para tus vacaciones. Ten en cuenta siempre que todo va relacionado con el precio. Comparemos dos casos con un peso relativo de los fogones en el pack turístico: un viaje en el Transcantábrico resulta mucho más respetuoso con el planeta que una semana por el Mediterráneo con 7.000 personas más en una de esas ciudades flotantes de la Royal, llenas de buffets libres, colas y turnos para comer y cenar en medio del mar, con personal que te implora que les des propinas porque constituyen buena parte de lo que cobran. En el tren turístico pagas más y no te ponen jacuzzis ni verás números de circo, pero visitarás espléndidos restaurantes del norte peninsular.

10. El sexo

Los amores de verano son otro de los mitos vacacionales. Hagan el amor donde quieran, donde les apetezca o donde les pille, con su pareja de siempre, con desconocidos o con su médico de cabecera. Pero si es en el exterior, recojan sus restos de placer. Da mucho asco ver cómo acaban el verano alguno de los escenarios más sugerentes y concurridos para los encuentros esporádicos. Dejemos un poco de amor también para el planeta, que todo nos lo da.

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