Bosques comestibles, viñedos urbanos, azoteas y otras plantaciones que desafían al hambre y la desigualdad, juntan personas y movilizan comunidades, mientras provocan cambios culturales y reverdecen el espacio público. Frente a la evidente crisis ecosocial que afecta a niveles globales, los huertos urbanos son una potente iniciativa que revela la solidaridad entre las comunidades y su preocupación medioambiental. Así lo desvela a nueva obra del sociólogo José Luis Fernández Casadevante ‘Kois’, Huertopías. Ecourbanismo, cooperación social y agricultura (Capitán Swing), donde ahonda esas prácticas que buscan fomentar y asentar el esfuerzo de una sociedad más justa y entrelazada con la naturaleza.
¿Qué es lo que te llevó a lanzarte con este libro?
Mi propia experiencia. La pandemia, el huerto comunitario de mi barrio, el hecho de conseguir movilizarnos y obtener el salvoconducto para ir a cosechar los alimentos una vez que ya confinados. Si lo recordamos bien, una vez pasada la fase romántica de las primeras semanas del confinamiento, emergiendo la parte más social de la crisis, comenzaron a surgir también aquellas redes de ayudas vecinales. Fue entonces cuando se nos ocurrió la idea: coordinamos con los servicios sociales de la Junta del distrito y a partir de ahí articular un protocolo para que se pudiera replicar en otros huertos de Madrid. En total resultaron veinte y pico huertos, y proseguimos durante siete meses con este trabajo de mantenimiento y donación periódica de las cosechas en un proyecto que se llama Cosechas Solidarias. A raíz de todo esto me pregunté qué estaría pasando en otros lugares en relación con la agricultura urbana, puesto que es un fenómeno que recurrentemente aparece en contextos de crisis, ya sean económicas, urbanísticas, geopolíticas, etc.

¿Por qué se ha convertido la agricultura en una herramienta frente a la crisis ecosocial? ¿Qué rol cree que jugará en el futuro de las ciudades?
Hay que tener en cuenta algo: en contextos adversos, la agricultura siempre reaparece y gana importancia y centralidad. Durante la pandemia, observé que en cada país en el que se decretaba un confinamiento se disparaban las búsquedas en Google sobre cómo cultivar en casa o cómo arrancarse con los huertos urbanos, y fui testigo del agotamiento de ventas de semillas en ese sentimiento de emergencia bastante generalizado. En realidad, la agricultura sufre un proceso de arrinconamiento cuando llega la normalidad y la variable que lo cambia todo es la introducción de la crisis ecosocial. La singularidad de nuestro momento histórico es estar enfrentándonos a una crisis inédita de la humanidad, y por ello la agricultura urbana no va a ser flor de un día, sino una herramienta con la que necesariamente se debe contar si queremos encarar desde las ciudades los desafíos de mejora relacionados con el cambio climático y la adaptación a contextos ecológicos adversos para vivir con menos recursos, con menos energías y en entornos ambientales más hostiles. Con estas certezas, la agricultura podrá movilizar a comunidades enteras y abordar multitud de cuestiones que tienen que ver con dinámicas de educación ambiental, de repensar el funcionamiento del sistema alimentario, la planificación urbana, estrategias de renaturalización… Posee mucha versatilidad para sus distintos objetivos, y creo que ha venido para quedarse. Se están dando vueltas en serio a cómo maximizar las potencialidades que tiene y que hasta ahora habían estado en un segundo plano.
«El suelo urbano sigue siendo un campo de disputa: decidir entre un parque, un huerto o nuevos pisos implica debates técnicos, políticos y sociales»
El patrimonio biótico de las ciudades —huertos, parques—, ¿solo es atendido cuando peligra o cuando se quiere hacer un uso indebido del mismo?
Está claro que los ciudadanos han sido quienes más han defendido, a nivel histórico, las zonas verdes de los entornos urbanos. Son quienes las han tenido cuidadas, sostenidas, vigiladas, y por eso han permanecido. El «No a la tala» ejemplifica la sensibilidad creciente de la presencia de la naturaleza en lo urbanístico. En las grandes ciudades, son de las políticas que mayores consensos sociales obtienen de forma transversal. Pienso en Madrid, en su renaturalización del río Manzanares; en Berlín y Londres, con las estrategias más ambiciosas de rewilding urbano, con tasas de apoyo ciudadano que rondan el 70%. Está claro: esa reconexión con la naturaleza es muy apreciada por la sociedad. Otro tema es que algunos alcaldes, algunos políticos, no se tomen esto en serio. Siguen pensando que lo verde es un ornamento y no entienden la complejidad ecosistémica y cómo satisfacen muchas necesidades humanas esenciales.

¿Ha llegado quizás el momento de recuperar el espíritu rebelde de los “jardines de guerrilla” de los años 90? ¿Podría la agricultura urbana volver a ser un acto de desobediencia creativa, como lo fue el caso inspirador del Prinzessinnengarten en Berlín?
Si tomamos en serio el potencial de este tipo de agricultura, si encontramos los lugares adecuados, se puede desarrollar. En las ciudades, el suelo es un elemento de disputa y de conflicto sin final; lo ha sido a lo largo de la historia, lo sigue siendo. Que el destino de una parcela es montar un huerto, un parque o seguir edificando pisos es un debate social pero también profesional, técnico y político sobre qué entendemos acerca de una planificación urbana dentro del contexto actual que mencionaba. Hay que mirar de forma no reduccionista. El caso del cementerio en Berlín es bastante ilustrativo y en el libro lo referencio junto a huertos en estadios, en mercados, hospitales, colegios, centros de salud y centros de arte. En definitiva, la agricultura es una herramienta que ayuda a mejorar y enriquecer el funcionamiento de un montón de equipamientos y de dotaciones colectivas. Habría que pensarlo más intensamente, como la recuperación de azoteas, que no es tan complicado de imaginar si se pusieran más esfuerzos y miradas ambiciosas en todo este movimiento que sigue teniendo su rémora por la etiqueta de “emergente”.

En Huertopías aludes igualmente a las terapias hortícolas. ¿Qué destacarías de sus aplicaciones terapéuticas?
Hay una parte de la terapia hortícola que tiene que ver con la rehabilitación más física, con los trabajos de ocio saludable con personas mayores, y es la más evidente en cuanto al trabajo motor. Pero la que para mí tiene más relevancia es la que tiende a cuestiones que abordan la soledad no deseada, ansiedades y depresiones. Tomando el ejemplo de Reino Unido, donde el sistema de prescripción social te posibilita ir al médico y que te receten ir al huerto, está completamente normalizado porque se ha evidenciado que los huertos son lugares que ofrecen una actividad que combina momentos reflexivos individuales, grupales, y surgen los paralelismos de restauración personal con el de otro ser vivo como es una planta. Es una actividad que invita a generar vínculos sociales entre barrios y entornos más convivenciales.
«La naturaleza tiene un valor terapéutico contra la soledad, la ansiedad y la depresión»
¿Y qué papel juega la gentrificación en el desarrollo de innovaciones dentro de la agricultura urbana?
Es un riesgo que está ahí, pero no lo confundiría con la causa. Realmente, la causa es el conjunto de procesos mercantilizadores del espacio urbano, y también la deriva en la que los derechos se convierten en mercancía, principalmente el derecho a la vivienda y sus dinámicas agresivas por falta de regulación y políticas sociales. ¿Qué sucede? Estas zonas, los huertos y los parques y las zonas verdes, no son en sí mismos elementos gentrificadores, pero en los lugares en los que el mercado ya tiene echado el ojo y ya se inician estos procesos de expulsión de población y sustitución por gente de mayores recursos, el hecho de implantar huertos o zonas verdes acelera y agrava estos procesos. No son acríticos. Poner un huerto no es una acción neutral, pero tampoco es el elemento determinante. La gentrificación no es un factor omnicomprensivo: quedarse en eso lleva a la parálisis y, así, cualquier mejora que hagamos se convierte en un elemento que gentrifica, y eso lleva a no hacer nada para no agravar dichos procesos. Lo que hay que cuestionar es la omnipotencia del mercado y demandar medidas sociales que acompañen la estrategia de renaturalización o de mejora de las condiciones de vida de los barrios populares.
«En las ciudades, el suelo es un elemento de disputa sin final; lo ha sido a lo largo de la historia, lo sigue siendo»
Tu ensayo está atravesado de citas y referencias culturales. ¿Qué obras te han inspirado?
No me habían hecho aún esa pregunta. Destacaría el valor que han tenido las obras peores en términos literarios. Todas las que tienen que ver con lo utópico. El libro tiene una pulsión de haber recorrido la literatura de ese subgénero, desde Tomás Moro hasta la ciencia ficción, salvando las obras más actuales de este género, como Kim Stanley Robinson o Ursula K. Leguin, grandes referentes, de mucha sensibilidad ecológica y elementos de esperanza hacia el futuro. Pero el resto de la literatura utópica son obras, literariamente muy mejorables, escritas por gente que asumía el desafío de escribir sobre ello porque nadie lo hacía y ofrecer relatos sobre futuros alternativos que aspiraban a una revolución, una reforma y unas transformaciones sociales sustantivas. Aquellas que no serían candidatas al Nobel, pero sí socializarían relatos y narraciones ausentes. Esos libros.