Interior del edificio Walden 7, de Ricardo Bofill.

Muerte y resurrección del brutalismo: oda a la España de hormigón

El brutalismo, a menudo considerado como un estilo de edificios gigantes, desafiantes y, por qué no decirlo, feos, está más de moda que nunca. Si eres fan de esta estética entre lo retro y lo futurista, te dejamos ocho edificios ejemplares para mirar y admirar sin tener que irnos muy lejos.


«La arquitectura debe de ser la expresión de nuestro tiempo y no un plagio de las culturas pasadas». Ese era uno de los mantras de Charles-Édouard Jeanneret, más conocido como Le Corbusier, arquitecto y maestro del espacio, pensador de la ciudad y las formas de habitarla. Trabajó porque sus edificios fueran hijos de su tiempo, de esa Europa de posguerra en plena reconstrucción, con sus materiales desnudos y estructuras minimalistas, funcionales, monocromáticas, sin adornos. Dicen que la historia no se repite, pero rima y hoy, tantas décadas después, sus preceptos arquitectónicos están más vivos que nunca. Si es que alguna vez murieron.

Aunque el brutalismo nació en la década de los cincuenta, el estilo fue extendiéndose por Europa y por el mundo entero en los sesenta y setenta. Sus características están muy relacionadas con esas que promulgaba Le Corbusier, protobrutalista –abanderado del béton brut, hormigón crudo–: funcionalidad y honestidad frente a ornamentos innecesarios, ética frente a estética. De hecho, se considera no solo una corriente arquitectónica sino también filosófica: en ese continente que salía del conflicto, esta forma de pensar los edificios fue desarrollada mayoritariamente en la antigua Unión Soviética, con esos espacios sencillos, económicos e iguales para todos donde cada elemento servía a su función.

Pero no tenemos que irnos tan lejos. En España, un número de importante de edificios institucionales y educativos construidos en esas décadas bebieron de la arquitectura brutalista, monumental y gris, en contraste con los edificios tradicionales que pueblan gran parte de los cascos urbanos. Una diferencia notoria que quizá está en el corazón del rechazo que a menudo ha suscitado este tipo de edificios, considerados por una buena parte de la ciudadanía como unos enormes mazacotes de hormigón sin gracia ni valor artístico. O, simple y llanamente, feos

Sin embargo, los tiempos cambian y nuestra mirada también. Aunque siempre ha habido mucho arquitecto fan del brutalismo, hoy el movimiento está experimentando un renacimiento entre el gran público. Para muestra, un botón (cinematográfico): recientemente, la Seminci ha proyectado –y encumbrado– The brutalist, un drama de tres horas y media dirigido por Brady Corbet y protagonizada por Adrien Brody que cuenta la historia de Lászlo Thot, un arquitecto judío que emigra a América tras la Segunda Guerra Mundial. Hace unos años, el boom brutalista en la gran pantalla llegó de la mano de Last and first men, una obra de ciencia ficción narrada por Tilda Swinton y en debut como director del compositor islandés Jóhan Jóhansson, que murió poco después de rodarla.

La creciente apreciación del minimalismo y la estética industrial –¿cuántas casas con microcemento has visto en los últimos tiempos en Instagram? ¿Cuántas publicaciones de influencers posando en paredes grises de hormigón?– ha conseguido abrir el tiempo del nuevo nuevo brutalismo. Lo que antes se consideraba frío, ahora es audaz o creativo; lo que antes era horrible, ahora es una simbiosis perfecta de lo retro y lo futurista.

«Es un estilo que tiene algo de contracultural y de ir un poco contracorriente. El hecho de que haya sido tan denostado por el gran público ha hecho que ahora, al ponerlo sobre la mesa y divulgar sobre ello mucha gente empiece a comprender el verdadero valor artístico de cada obra», explicaba en una entrevista Alejandro García Alcántara, autor también del libro Madrid Brutal (Ed. La Librería) y administrador de las cuentas de Instagram @madrid_brutalism y @spain_brutalism. El aumento de repercusión de sus publicaciones demuestra que el interés por este tipo de edificios va más allá de lo #aesthetic.

La España del brutalismo, en ocho edificios

No hace falta irse a los antiguos países de la Unión Soviética para disfrutar del brutalismo: ha dejado su huella gris en diferentes puntos de España, sobre todo en grandes entornos urbanos de la mano de grandes de la arquitectura como Fisac, Bofill, Sáenz de Oiza o Higueras, que adoptaron y adaptaron con originalidad los principios brutalistas a la realidad de nuestro país. Si te quieres asomar a este estilo arquitectónico, aquí te dejamos una ruta con ocho edificios imprescindibles que tienes que conocer en tu nueva era brutal fan.

Torres Blancas (Madrid)

Quizá sea uno de los edificios más emblemáticos y uno de los más reconocibles de Madrid. Obra de Francisco Javier Sáenz de Oiza y levantado en Avenida de América en 1968, es un símbolo de la arquitectura organicista y brutalista, con sus cilindros de hormigón de 81 metros que se levantan como un gigantesco tronco gris. Formas redondeadas en los balcones, celosías de madera, una serpenteante piscina en la azotea… y un escenario de cine en el que se han rodado decenas de anuncios y videoclips.

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Walden 7 (Sant Just Desvern, Barcelona)

Inaugurado en 1975, este edificio, obra de Ricardo Bofill fue ideado por el Taller de Arquitectura, un grupo que buscaba aunar disciplinas como la ingeniería, la filosofía, la psicología y, por supuesto, arquitectura. Un experimento basado en una novela de ciencia ficción –Walden dos, de Burrhus Frederic Skinner–, en principio iba a ser un conjunto de varios edificios que se asemejasen a una ciudad en vertical, con viviendas autogestionadas, un gran número de espacios comunitarios, comercios y calles. Finalmente solo se construyó uno, con unas 446 viviendas y cinco patios comunicados a todos los niveles y de un color azul intenso que contrasta con el rojo arcilla de las paredes. Muy cerca se conservan los restos de la fábrica que Bofill reformó para crear su propio estudio y otra joya de la arquitectura industrial.

By Zarateman – Own work, CC0

Casa Carvajal (Madrid)

Otro edificio de cine es la casa Carvajal, proyectada en los años 60 por el arquitecto Javier Carvajal. La vivienda, situada en la zona de Somosaguas, perteneció en su día al arquitecto y su familia, habitada durante apenas una década. Toda de hormigón y de una sola planta, fue el escenario de la película La madriguera, de Carlos Saura en 1969 y de A mi madre le gustan las mujeres y también de decenas de campañas publicitarias o videoclips. También se rodó allí el Tiny desk de C. Tangana, que repitió con el edificio en Comerte entera. La fotógrafa Cristina Rodríguez de Acuña, que vivió en la casa, cuenta su historia en el libro Casa Carvajal: Miradas cruzadas.

La pirámide (Alicante)

Obra de Alfonso Navarro, este edificio se convirtió desde que fue construido en los años 70 en uno de los más reconocibles –y, por qué no decirlo, criticados– de Alicante. Con 25 pisos y casi 200 viviendas, el Edificio Montreal, nombre oficial del complejo, se proyectó para albergar el máximo número de hogares. Su forma triangular y sus gigantescas proporciones en relación al entorno lo convirtieron en objeto de burlas que han llegado hasta nuestros días: está habitualmente en los primeros puestos de los rankings de edificios más feos de España.

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By Zarateman, CC0

Instituto de Patrimonio Cultural de España (Madrid)

Conocida como La corona de espinas por los grandes picos de su cornisa y situada en Ciudad Universitaria, Fernando Higueras y Antonio Miró recibieron el encargo a mediados de los años sesenta. Con su planta circular y construida de hormigón armado, actualmente es la sede del Instituto del Patrimonio Cultural de España. Fue declarado Bien de Interés Común (BIC) en 2001.

Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense (Madrid)

Que muchos de los estudiantes que pasan por allí lo conozcan como «el búnker» ya permite hacerse una idea de cómo es la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM. Alimentan esa idea muchas de las leyendas urbanas que circulan por los pasillos, como que se levantó siguiendo los planos de una cárcel o de un hospital psiquiátrico. Proyecto de los arquitectos José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña a principios de los 70, el hormigón y los patios interiores son las señas de identidad de un edificio también muy cinematográfico: allí se rodó Tesis, la ópera prima de Amenábar

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By Plumafina – Own work, CC BY-SA 4.0

Iglesia Nueva de la Santa Cruz (Oleiros, A Coruña)

Obra de Miguel Fisac y construida a finales de los años 60, se levantó siguiendo los principios del Concilio Vaticano II que acababa de celebrarse. Hecha de hormigón armado y con una planta que recuerda a las conchas de los peregrinos, es uno de los templos más vanguardistas del brutalismo del norte de España. Aunque de brutalismo en A Coruña van servidos, con un campus completo y decenas de edificios pertenecientes a ese estilo, como el edificio Trébol, una torre de viviendas de 90 metros y uno de los edificios más altos de Galicia.

Foto En busca del Sol / Flickr

Torre de Valencia (Madrid)

Con 97 metros y 27 plantas, la Torre de Valencia es uno de los edificios más altos de Madrid –de hecho, entra en el top 20 del skyline de la capital–. Situado muy cerca del Retiro, en la calle O’Donnell, fue construido en los años 70 y proyectado por Javier Carvajal entre una enorme polémica: la torre es mucho más alta que los edificios aledaños y tenía un enorme protagonismo en la perspectiva de la vista desde Cibeles hacia la puerta de Alcalá. Hoy, sigue teniendo un uso de viviendas y oficinas.  

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