Ya se lo preguntaba el bueno de Freddie Mercury allá por 1986 y, aunque su respuesta era algo más filosófica –para siempre es hoy–, el ansia de vivir eternamente ha sido uno de los sueños del ser humano desde que tenemos consciencia de nuestro envejecimiento y existencia finita. Hoy todavía no podemos hacerlo, pero gracias a la ciencia estamos cada día un poco más cerca de, al menos, acercarnos.
Aunque el ser humano esté diseñado con obsolescencia programada, gracias a la mejora de las condiciones de vida a nivel global hemos conseguido ganarle terreno a la muerte: en el año 1909, hace poco más de un siglo, la esperanza de vida era 25 años más corta de lo que es hoy, y dentro de poco el envejecimiento de población hará que, por primera vez en la historia, haya más personas mayores de 65 que niños menores de cinco años.
Sin embargo, no se trata de vivir más a cualquier precio, sino hacerlo mejores condiciones. Todo está diseñado para que muramos –millones de células de nuestro organismo lo hacen cada día– pero, si entendemos los procesos biológicos que nos programan para envejecer y morir tendremos más fácil estirar el chicle de nuestra vida. Los propios científicos tienen dudas sobre hasta dónde seremos capaces: el biólogo Steven Austad y el demógrafo Stuart Jay Olshansky apostaron públicamente si, para el año 2150 habría al menos una persona que llegase a vivir 150 años –actualmente, el récord lo ostenta Jeanne Calment, que vivió hasta los 122–. El primero dijo que sí; el segundo, que no.
En la actualidad, se cree que son ocho los procesos que acaban con nosotros lentamente y que obstaculizan ese camino que nos acerca a la inmortalidad. La inestabilidad genómica, la erosión de los telómeros, el mal funcionamiento de la detección de los nutrientes… Te los cuenta todos Sergio Parra en este reportaje.