Sabes cuántos metros tiene tu casa, pero ¿sabes cuánto CO2 emite? ¿Y cuánto podrías ahorrar si estuviera mejor diseñada? La arquitectura sostenible se abre camino a la hora de proyectar edificios, pero también replantea nuevas formas de vivir que pasan, sobre todo, por levantar hogares que faciliten la vida en armonía con los demás.
Vivir mejor y cuidar el planeta al mismo tiempo es posible gracias, por supuesto, a la medicina… pero también a la arquitectura. A lo largo de los últimos años, la sociedad ha aumentado notablemente su conciencia ecológica, y eso ha tenido un reflejo en la manera en la que nos planteamos dónde y cómo vivir. La presión que ejerce el consumo y las enfermedades relacionadas con la toxicidad de los materiales de construcción, además de la necesidad de tener espacios de encuentro con el resto de ciudadanos, han dado forma a un contexto en el que la arquitectura eficiente es cada vez más demandada. La pandemia causada por el coronavirus ha sido el remate. «Hemos visto que necesitamos una casa confortable y sana», apunta Pablo Rodríguez, CEO de Técnica Eco, una consultora de arquitectura técnica sostenible.
Más allá de depositar los envases en el cubo amarillo, una parte de la población busca contaminar menos, y eso no pasa solamente por el reciclaje: quieren saber el precio de la electricidad que gastan, pero también cuánta energía gasta el edificio en el que viven y cuánto podría reducirse esa cifra si estuviera mejor proyectado o aislado, por ejemplo. Esta filosofía ecoahorrativa no es nueva. Los principios de la arquitectura bioclimática —es decir, la que se adapta a las condiciones climáticas de cada lugar— sirvieron como base a principios del siglo XX para diseñar una parte de Tel Aviv conocida como Ciudad Blanca. El barrio toma ese nombre del color de las casas, que tienen una cubierta plana y lucen balcones para explotar y aprovechar las condiciones del medio desértico en el que se encuentran.
«Esa practicidad a la hora de construir se ha ido perdiendo en el momento que tuvimos acceso a la energía barata, el carbón, el petróleo y el gas, y nos basta con enchufar una máquina y consumir vatios. Hemos desligado la arquitectura del lugar», dice Iñaki Alonso, CEO de sAtt, estudio pionero en arquitectura sostenible, el primero en ser reconocido con el sello B Corp en España.
Hasta hace no mucho tiempo, nadie —o casi nadie— se preocupaba del impacto medioambiental a la hora de calentar o enfriar un edificio porque este era mínimo o, más bien, porque entre la población apenas había verdadera consciencia de cuál era el tamaño de esa huella. Ahora que sí existe y que sabemos que los recursos fósiles se agotan, hemos pasado a la época de la penalización por las emisiones de dióxido de carbono.
A nivel global, el sector de la edificación es responsable del 36% de esas emisiones, por lo que reducirlo es imperativo para frenar el calentamiento global, pero también por una cuestión económica: los impuestos de carbono se aplicarán a las energías y encarecerán su precio, algo que ya están notando nuestros bolsillos. «Esto hace que cada vez sea más necesario e interesante el diseño de edificios eficientes energéticamente, que no dependan de la energía, que incluso sean productores de ella», explica Alonso. Lo que plantea el arquitecto es que los edificios mejoren en su eficiencia energética o, lo que es lo mismo, que su consumo se reduzca prácticamente a cero. Ese es uno de los grandes retos acometidos por el sector durante los últimos años, objeto de normativas, licencias, estudios, planes y programas. Para el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), la descarbonización es una de las cuatro D que resumen el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima 2021-2030; las otras tres son la democratización, la descentralización y la digitalización.
Un equilibrio entre tres puntos: el ejemplo de Entrepatios
La arquitectura que entienden Alonso y Rodríguez se sustenta en un triple balance en el que hacen equilibrio el medioambiente, la economía y lo social. Sin esa tríada no se pueden concebir, por ejemplo, sus proyectos de cohousing (cooperativa Entrepatios) y coliving (promotora Distrito Natural).
El caso de Entrepatios es especialmente relevante a la hora de hablar de esta nueva forma de concebir la arquitectura. Se trata de la primera cooperativa eco social de vivienda en derecho de uso en Madrid, una reinvención de la vida urbana que no permite la especulación inmobiliaria, que tiene en cuenta la sostenibilidad ambiental y que basa su existencia en la comunidad creada por los vecinos, entre los que se encuentra el propio Iñaki Alonso, arquitecto del proyecto.
Como cuenta Pablo Rodríguez, Entrepatios fue concebido como un ensayo, una prueba de cómo podría ser un bloque de viviendas en la ciudad del siglo XXI. «Le dimos una vuelta a la idea de edificio para intentar que fuera uno que consumiera muy poco, en el que se pudieran relacionar las personas y potenciar el consumo local. El edificio es una especie de contenedor que permite que se desarrolle una vida comunal y colaborativa», explica. Escuchándole, sin querer uno se imagina una vida similar a la que se hacía en las antiguas corralas, donde había más interacción entre las personas, que compartían recursos, techo y penas.
Sin embargo, existe una diferencia fundamental: si quienes vivían en esas corralas del viejo Madrid lo hacían por precariedad y no por gusto, hoy quienes habitan su versión 2.0 que es Entrepatios lo hacen por elección y convicción. Porque quieren vivir en un edificio que no fuerza, sino que favorece e impulsa que los vecinos se relacionen. Porque quieren compartir con sus cohabitantes su preocupación por cuánto consume su edificio, por la huella que dejan en el entorno y en el medioambiente.
«Al final es el cliente el que te brinda la oportunidad de poner este tipo de edificios en marcha», concluye Rodríguez. El bien que más nos cuesta y que determina cómo vivimos, nuestra casa, es un bien del que normalmente apenas tenemos información. Si cuando nos compramos el coche podemos saber hasta el diámetro de la última tuerca, ¿por qué eso no pasa con las viviendas? ¿Y si comenzamos a exigirlo para cambiar la forma de relacionarnos con nuestro hogar y nuestros vecinos?