Con sus luces, sus sombras y sus contradicciones, Lola Flores consiguió pintar de lunares un país en blanco y negro y convertirse en un eterno icono pop con su perdido pendiente de oro, su «si me queréis, irse» o esa peseta que le pedía a cada español. Cien años después de su nacimiento, en Flores para Lola: una mirada queer y feminista sobre la faraona (edición de Carlos Barea, Dos Bigotes), diferentes autores repasan la figura de una mujer que fue, sobre todo, libre.
Lola Flores es algo muy cercano a un referente para mí. Qué repelús me da la palabra referente y qué apuro encasquetársela a Lola, tan orgullosamente imperfecta y que tan a disgusto habría ocupado ese lugar en un tiempo como el nuestro, lleno de ídolos exprés de internet. En el contexto actual, los referentes se manufacturan a toda prisa, son incontestables y se colocan en bandos estancos, de contornos definidos, en los que no caben matices, incoherencias, traspiés ni debates. No es de extrañar que los ídolos caigan al mismo ritmo que se forman; no es culpa de los ídolos, angelitos míos: ¿qué culpa va a tener una youtuber de maquillaje de veintiún años de no ser un faro moral e intelectual? La culpa es de una turba digital apasionada y anónima que no admite flaquezas ni contradicciones ni negociaciones ni respuestas complejas. Cuanto más conozco sus dinámicas, más me atraen los referentes discutibles, como Lola.
A mí, defensora de la redistribución de la riqueza, me fascina Lola, evasora de impuestos. A mí, antifascista incontestable, me fascina Lola, que tuvo sus complicidades, probablemente irremediables en su momento, con la dictadura. A mí, turbopolítica en todos los aspectos de mi vida, me fascina Lola, que se escaqueaba sistemáticamente de responder cualquier pregunta sobre su adscripción ideológica porque ella era del partido del arte, del partido de las divas que hacen lo suyo, en democracia o en tiranía.
Lola es la incoherencia viva: una empresaria de sí misma con un control férreo sobre todo lo que ocurría en sus actuaciones que decía que en su casa mandaba su marido; promiscua, ambiciosa, competitiva, negocianta, pero tradicional de cara a la galería; una españolaza conservadora que dijo no solo públicamente, sino en el protorreality El coraje de vivir, que se había prostituido. Una fiera.
Cuando hablaba, era una productora industrial de titulares. Lo de Lola no eran zascas: eran aforismos de los que hacen cosquillas en el cerebro. Algunas frases de Lola son genuina autoayuda, útil para navegar por su tiempo y por el nuestro.
(…) Hablemos de poderío. No de belleza, no de habilidad, no de empoderamiento: de poderío. El poderío no tiene que ver con el físico ni con el talento, sino con el carisma y la comodidad; es una manera de estar en el mundo como si el mundo fuera el salón de tu casa. Lola es uno de los mayores exponentes de este concepto tan arenoso. Sobre su indiscutible poderío se justifica su falta de técnica en el baile y en el cante. Lola pertenece a ese género de artistas que se pueden permitir un lenguaje al margen de los cánones, sostenido por su singularidad.
El poderío, como el brillo de los ojos, no se opera ni se aprende, no se entrena, no sabemos si se hereda, desde luego no se compra, no está en el cuerpo; lo más cerca que ha estado de ser tangible ha sido en aquella sentencia de Lola Flores. En una de sus largas entrevistas, Jesús Quintero le enumera a Lola, capciosamente, algunas artistas de su quinta que han recurrido a la cirugía estética, a lo que ella responde: «¿Sabes por qué yo estoy guapa? Porque el brillo de los ojos no se opera».
Este es el body positive que me interesa. Nadie lo ha explicado mejor. Los cánones de belleza han supuesto una tiranía para las mujeres de todas las épocas y en los últimos tiempos desde el feminismo se han hecho grandes esfuerzos para desterrarlos de nuestras preocupaciones. Andamos atareadas en la celebración de todos los tipos de cuerpos: grandes, menudos, pálidos, peludos, incompletos. Y creo que la tarea está siendo tan ardua que nos está restando energía para atender a otras cualidades que están más allá de lo físico.
«El brillo de los ojos no se opera».
Me gusta utilizar esta frase para recordarme a mí misma y a los demás que el cuerpo es sobre todo una locomotora que nos conduce por el mundo, receptor de placeres y dolores según la suerte de cada cual. Que la plenitud, la inteligencia, los valores con los que cada cual decida comprometerse, el brillo de los ojos, el poderío, no se operan. (…)
«¿Es usted hemosesuá… o mariquita?»
Algunas de las mejores frases de Lola, al no ser sintácticamente correctas, se han usado para dar vía libre al clasismo más rancio cuando entrañaban más sabiduría, empatía e inteligencia que todos los libros de autoayuda de nuestro siglo. ¿En cuántas situaciones de agobio no ha aparecido en nuestra cabeza su totémico «Si me queréis, irse»? Gramaticalmente defectuoso, impecable en el fondo.
El brevísimo vídeo en el que Lola le pregunta a su entrevistado si es «hemosesuá o mariquita» ha circulado como un chiste con el título Lola Flores y la corrección política cuando en realidad es una lección de urbanidad. Con delicadeza y humildad, Lola admite ante su interlocutor que no sabe muy bien cómo entrarle. ¿Cuántos conflictos individuales y colectivos se resolverían o sencillamente no llegarían a estallar si esta actitud vital estuviera más extendida?
Quienes están en el lado cómodo de las inercias sociales llaman a este acercamiento de puntillas al otro, al que es distinto a ellos, al que ha estado siempre en el lado malo del chiste, «corrección política». Les molesta mucho llevar la empatía a la práctica, les da pereza. Su defensa de lo «políticamente incorrecto» es tan feroz que cualquiera podría pensar que el racismo o los chistes machistas están en peligro de extinción y hay que salvarlos, como a las belugas.
Nunca he visto un chiste en la pregunta de Lola, sino un gesto de cuidado, un reconocimiento de la propia desorientación y una voluntad tierna de entenderse. Una Lola contemporánea te preguntaría tus pronombres sin mucho drama, estoy segura.
Este es un fragmento de Flores para Lola: una mirada queer y feminista sobre la faraona (edición de Carlos Barea), publicado por Dos Bigotes. Cuenta con los textos de Carlos Barea, Lidia García, Noelia Cortés, Nerea Pérez de las Heras, Daniel María, Carlos Carvento, Fernando López, Pepa Blanes y Álex Ander. Hazte con el libro y sigue leyendo.