meryem el mehdati

Un tipo concienciado

Se había afeitado las piernas encogida en el lavabo de su cuarto de baño minúsculo de su piso diminuto en la calle de las putas. Cuando lo alquiló, nadie le dijo que aquella calle se conocía por el sobrenombre de «la calle de las putas». Se había puesto crema hidratante por todo el cuerpo para tener la piel suave, lisa, agradable al tacto. Se había enrollado cada mechón de pelo en un trozo de tela siguiendo un tutorial de YouTube en el que se explicaba cómo hacerse ondas naturales sin necesidad de plancha. Había invertido una hora de su vida en maquillarse tan bien que nadie pudiera darse cuenta de que estaba, en efecto, pintada como una puerta. Él se había presentado en chándal. Minerva no era una cínica, el mundo todavía no la había convertido en una persona que se enfrentaba a todo encogiéndose de hombros, pero aquello la había descolocado tanto que su primer impulso había sido mirarse de reojo en un espejo. Estaba preciosa: llevaba un vestido, llevaba sandalias, el pelo le caía por la espalda en un manto brillante y ondulado. Menudo bajón. Él tenía una barba de cinco días y apestaba a AXE. Esto último la animó un poco, no obstante, Kevin (así se llamaba) había hecho un esfuerzo por ella. Estaba interesado. El lugar lo había escogido él, un Dinardi de la calle León y Castillo cuya terracita daba directamente a la carretera. Apenas se entendían cuando hablaban, tenían que alzar bastante la voz.

— Intento no salir fuera de mi barrio —le explicó cuando se sentaron. Podría haber dicho cualquier cosa y Minerva habría asentido como si le entendiera y le estuviese contando la cosa más importante del mundo—. Voy a comercios locales, mi propósito es, no sé, en fin… Apoyar a mi gente.

— Sí, sí, total —dijo ella, asintiendo—. Yo compro mucho en una frutería que hay justo al lado de mi portal.

Kevin se rio.

— Pero si la fruta está carísima en las fruterías. ¿No hay un Supersaurio cerca de tu casa?

Minerva se metió un trozo de palmerita en la boca y lo masticó con cuidado. ¿Se había vuelto ella una persona muy puntillosa o el tal Kevin era un poco bobo?

— ¿Sabes la cantidad de azúcar que tiene esa palmera? —preguntó él—. Quince terrones de azúcar, mínimo.

— Bueno, ya será menos, luego lo compenso en el gimnasio —intentó bromear, pero Kevin cogió de la mesa la pajita que le habían dado para su refresco sin azúcares ni calorías y la arrugó en su puño.

— Las tortugas se asfixian en el mar con estas cosas. Ya tienes una edad para pedir pajitas, ¿eh?

Se había afeitado las piernas para nada.


Meryem El Mehdati es escritora y autora de Supersaurio (Blackie Books, 2022).

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