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Es tu mercado, amigo: así funcionan los supermercados cooperativos

Ser cliente y propietario del supermercado para impulsar nuevos –y más conscientes– modelos de consumo. Ese es el principio de los supermercados cooperativos, que están empezando a llegar a España. La Osa, en Madrid, es uno de ellos… y funciona así.


Imagina que nuestra relación con el supermercado fuera más allá de que en uno la pechuga de pollo está unos céntimos más barata o que en otro la fruta sale mejor y aguanta más. Imagina que un día compartes esta idea loca con más gente como tú, y empezáis a pensar en cómo sería ese ultramarinos ideal, el que os da los mejores alimentos, tiene de todo y además encaja mejor con vuestro estilo de vida. ¡Ah! Y que te permite meter en la cesta de la compra, por supuesto, los principios y valores que consideráis más justos. Estaría genial que esa tienda tan guay existiera, ¿verdad? Pues tenemos una buena noticia: más o menos, ya existe. Y se llaman supermercados cooperativos.

Por supuesto, abrir uno de ellos no es una tarea sencilla. Al contrario, el camino está lleno de dificultades e incertidumbres, pero es posible alcanzar la meta. Y de ello hay ejemplos tan tangibles como el local de 800 metros cuadrados ubicado en el distrito madrileño de Tetuán que acoge el supermercado cooperativo de La Osa.

«Contamos con más de 3.000 referencias de productos. De ellos, el 80% corresponden a productos ecológicos, de cercanía y sostenibles; el restante 20% lo conforman productos convencionales. ¿Qué buscamos con esto? Que se pueda hacer toda la compra en un mismo espacio» explica José Antonio Villarreal, más conocido como Villa, uno de los socios cooperativistas del supermercado madrileño.

No se trata de un supermercado al uso abierto a todos los consumidores. Para comprar en él hay que hacerse miembro de la cooperativa, que incluye realizar una aportación única de 100 euros al capital social. Además, formar parte de La Osa implica, como toda cooperativa que se precie, un trabajo. En este caso, es necesario dedicar tres horas cada cuatro semanas a las diferentes tareas del supermercado: por ejemplo, trabajar como cajero o reponedor, limpiar el supermercado, recibir la mercancía, atender a otros socios…

Sin embargo, para quienes simpaticen con el proyecto, pero no quieran asumir este compromiso, que vivan demasiado lejos o tengan otras circunstancias, existe también la figura de la persona agregada, aquellos que no son cooperativistas pero tienen permiso de compra. Ese permiso solo puede ser concedido por un socio de la cooperativa, que puede designar hasta un máximo de cinco personas agregadas.

La materialización de la consumocracia (y de sus dilemas)

Todas estas particularidades se explican muy bien en las reuniones de bienvenida, en las que pueden participar todas las personas interesadas en conocer el proyecto y sus ventajas. Los cooperativistas son, en realidad, los gestores de su propio supermercado, que funciona de manera democrática. Dicho de otro modo, en las asambleas se vota qué tipo de productos estarán en el lineal… y cuáles no.

«Tenemos una heterogeneidad de productos para una heterogeneidad de públicos» destaca Villa, que reconoce que esa diversidad de perfiles ha hecho que a veces surjan los dilemas. «Hay perfiles muy ecologistas que no comprende cómo en La Osa pueden tener cabida determinadas marcas, por ejemplo. Pero tenemos personas que aún se están iniciando en el consumo consciente y que necesitan que les ofrezcamos esos productos porque son parte imprescindible de su compra», explica.

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La Osa, en Madrid.

Sin embargo, el socio subraya que la principal apuesta de La Osa es por los alimentos ecológicos, de proximidad y de temporada, idealmente con esos tres requisitos a la vez. De este modo, se quiere evitar el impacto ambiental provocado por los productos llegados desde cientos o incluso miles de kilómetros que, además, suelen responder a procesos de elaboración más industriales, por mucho que incluyan la etiqueta bio. De hecho, otro de los objetivos es promover el desarrollo local y con la máxima proximidad. «Influye mucho la cercanía y el sistema de producción. El pequeño productor cuida mucho más su producto y, cuanto más cerca esté, mejor. Hay que tratar de apoyar a los productores locales y buscar un precio justo, bueno para el consumidor y bueno para el proveedor», señala el cooperativista.

De hecho, en estas cuestiones y dilemas radica gran parte de la dificultad a la hora de gestionar de forma participativa un supermercado cooperativo que, además, no ofrece el mismo producto que cualquiera de las grandes cadenas del sector. Tampoco puede competir en precios con ellas.  La comparación más exacta, si tenemos en cuenta la calidad del producto, sería entre La Osa y los supermercados prémium o gourmet aunque, en este caso, el supermercado sí sale ganando claramente.

Márgenes, inflación y guerra

Si ya de por sí es complicada la autogestión de un supermercado, imaginemos además asumir el reto en plena pandemia porque, en el caso de La Osa, abrió sus puertas en diciembre del año 2020. Después, cuando lo peor parecía haber pasado, llegó el más difícil todavía: la guerra de Ucrania y la subida estratosférica del precio de los alimentos. Como respuesta ante la inflación desbocada, las personas socias de la cooperativa decidieron bajar los márgenes de los precios un 3% a finales del pasado 2022, medida también destinada a reconocer y de premiar el esfuerzo y el trabajo de los propios cooperativistas.

Para conseguir precios todavía más bajos, desde La Osa han lanzado una campaña para aumentar el número de socios y pasar de los 1.300 cooperativistas actuales a los 3.000 socios. También se está trabajando en la compra conjunta de mayores volúmenes de alimentos con otros supermercados cooperativos. De hecho, las alianzas son uno de los fundamentos de la Red de Supermercados Cooperativos, conformada por La Osa y otros diez supermercados más. Entre todos suman más de 100.000 personas consumidoras repartidas en trece municipios de todo el país.

Entre los supermercados miembros, es muy interesante destacar el proyecto barcelonés Food Coop, que evoca el documental del mismo nombre y en el que se cuenta la historia del primer supermercado cooperativo. Hablamos del neoyorquino Park Slope Food Coop, que abrió sus puertas hace la friolera de 50 años, en 1973, y que cuenta actualmente con más de 17.000 miembros activos.

Esta es sin duda una de las principales referencias para los supermercados españoles, así como el parisino La Louve, abierto en 2016. Hace cuatro años, varios miembros de La Osa lo visitaron para inspirarse y aprender sobre su coordinación y gestión antes de aterrizar en Tetuán. Como explican, se trata de un paso habitual en el mundo del cooperativismo: la cooperación llama al trabajo con otras cooperativas, valga la redundancia, que también tienen ese modelo, lo que permite tejer redes más fuertes y compartir aprendizajes.

En la era de interdependencia entre salud humana y ambiental, quizá esta filosofía colaborativa sea una de las claves para resistir y superar mejor los tiempos de crisis. Es cooperar y pensar en el bien colectivo lo que permite, gracias a la implicación y el trabajo de sus socios, que La Osa abra todos los días.

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