Saludos, igluusers,
¿qué tal estáis? Esperamos que, como los árboles, estéis floreciendo. Si en la última newsletter anticipábamos la esperada llegada de la primavera tras el invierno, con estos calores, parece que nos la hayamos merendado, como recordaban el otro día en la última campaña de los activistas de Greenpeace. Otra razón más, si es que la necesitábamos, para luchar contra la emergencia climática: bring el entretiempo back. ¡Queremos poder tomar el aperitivo al sol sin derretirnos y ver las flores en plena efervescencia!
Si las estaciones eran un ciclo que se repetía siempre y parece que ya no, ¿ocurrirá lo mismo con las modas? ¿Romperán ese eterno retorno que siempre nos devolvía las hombreras o los zapatos de punteras imposibles? No lo sabemos, pero lo cierto es que hay una que está otra vez a tope y que nos encanta: el minimalismo. Eso sí, no ha vuelto en forma de chapa ni en esa oda a la sosez y el esnobismo, sino reinventado de una forma más consciente y centrada en el bienestar y en la paz mental. ¿Para qué llenarte de cosas que no necesitas, que se acumulan con la única misión de coger polvo y que solo te aportan ruido visual? Eso sí, tampoco queremos habitar pisos con menos gracia que una lechuga iceberg: la clave es tener pisos casi vacíos, sino hogares que sean personales, que reflejen lo que somos y lo que queremos ser y que nos ayuden a estar en calma.
En este auge del neominimalismo también se ha colado cierta crítica que apunta a que es una manera de darle un brochazo chic a la vida precaria que nos rodea: hay personas que, aunque quieran tener muchas cosas, no pueden hacerlo. Esa idea, convertida por los conspiranoicos en su repetido mantra «Agenda 2030: no tendrás nada y serás feliz», esconde una realidad mucho más profunda que trae a los expertos de todas las ramas de cabeza: cómo vivir y convivir en un planeta con límites, cuando el desarrollo sin frenos de los últimos siglos en Occidente ha condicionado su éxito a ignorarlos.
La palabra de moda es el decrecimiento que, no nos engañemos, no suena bien. Sin embargo, lo llamemos como lo llamemos, la idea es la misma. «En la sociedad actual es imposible que germine la idea de decrecimiento porque los ciudadanos no estamos preparados. Hay que hacer mucha pedagogía para que la sociedad entienda que no se trata de perder calidad de vida, sino de replantearnos qué significa tener una vida de calidad», explica en Igluu Txaro Goñi, de Economistas Sin Fronteras.
Así dicho, eso de «hacer pedagogía» no queda muy sexy y no se traduce en cambios inmediatos; pero, si esperamos, da frutos, y eso es aplicable a cualquier cambio o progreso social. Un ejemplo: si en los años setenta le hubieran dicho a una joven trans que llegaría a ser directora general de una empresa, catedrática de Universidad o representante en la Asamblea de Madrid, pensaría que eso era igual de imposible que ir a la Luna.
Sin embargo, hoy, esas vidas que fueron silenciadas durante décadas son una realidad. Al igual que uno de los grandes activismos en la lucha contra el cambio climático consiste simplemente en hablar de él, sucede lo mismo con la situación de las personas LGTBI: lo que no se nombra no existe y lo que no vemos no se normaliza. Aunque aún quedan muchas cosas por cambiar y la polvoreda mediática se ha intensificado en los últimos años, la igualdad y diversidad de género está en la calle y en las empresas.
Si Bad Bunny cantaba eso de que baby, la vida es un ciclo, no hay duda de que ahora estamos en uno muy rápido. O, si fuera un ciclo de la lavadora, ahora estaríamos centrifugando. Quizá salgamos un poco mareados, pero esperamos salir oliendo un poco mejor para disfrutar del mundo en todas sus estaciones. En la que sea.
Cuidaos mucho y nos leemos el mes que viene.
Un abrazo,
PD: Os recordamos que, como siempre, en nuestra web tenéis muchas más historias que hablan de bichos, de hierbas o de risas.