Los químicos sintéticos están presentes en lo que vestimos, lo que comemos o respiramos. Si queremos reducir su presencia, con gestos sencillos como ventilar bien las habitaciones o utilizar el jabón de siempre podemos convertir nuestros hogares en entornos más sanos para nuestra salud y para la del planeta.
Llevar una dieta equilibrada, practicar ejercicio y evitar el alcohol y el tabaco. Cualquier persona sabe, en teoría, los fundamentos mínimos de un estilo de vida saludable. El problema es que con esa teoría pasa igual que con las canciones antiguas: algunos de esos principios envejecen mejor que otros. Si los Mecano soñaban que eran aire –oxígeno, nitrógeno y argón–, se olvidaron de incluir otras peligrosas sustancias tóxicas que hoy respiramos más que nunca.Este es el caso del nocivo dióxido de nitrógeno (NO2), responsable directo de 3.300 muertes al año, según un artículo de Redacción Médica. Por tanto, lo de salir a correr al parque puede ser un hábito saludable o bien, todo lo contrario, sobre todo cuando se alcanzan niveles de concentración extremos, cosa que ya ha sucedido en grandes ciudades como Madrid y Barcelona.
Igualmente, cualquier persona puede pensar que su dieta es muy saludable porque incluye un consumo variado de frutas y verduras, y luego encontrarse con el hecho de que ha estado ingiriendo durante años todo tipo de pesticidas y herbicidas. Es el caso, por ejemplo, del clorpirifós, uno de los pesticidas más empleados en la agricultura española hasta el año 2020, cuando la Comisión Europea decidió retirarlo, debido a los informes negativos de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), que vincula este agente químico con graves daños sobre la salud humana y también sobre el medio ambiente.
Estos son solo dos ejemplos de un problema omnipresente y detectable en lo que comemos, en lo que respiramos y en muchos de los objetos que empleamos a diario. «No toda la química sintética es mala, pero sí que hay evidencia científica de que mucha es perjudicial», afirma rotundamente el periodista y divulgador ambiental Carlos de Prada, que en los últimos años ha centrado sus esfuerzos en denunciar la gravedad de la contaminación química.
Según sus denuncias, existe una brecha entre las investigaciones científicas publicadas en revistas académicas, los estudios promovidos por la propia industria y las decisiones que toman las agencias reguladoras como la europea ECHA (European Chemicals Agency) y la ya mencionada EFSA. De Prada pone dos ejemplos que demuestran hasta dónde llega el descontrol. El primero es el llamado efecto cóctel, que omiten los sistemas oficiales de evaluación del riesgo, y que se basa en determinar el riesgo para nuestra salud de que nos expongamos a un solo tóxico de manera aislada. «Eso no pasa. Nunca nos exponemos a un solo contaminante a la vez. En una sola fresa, puede haber hasta diez pesticidas al mismo tiempo», explica de Prada. «Además, se sabe que sustancias que aisladamente parecen no producir efectos, o lo hacen de manera muy residual, cuando están juntas, pueden llegar a producir un efecto negativo que puede ser cientos de veces superior», añade el periodista.
El otro ejemplo tiene que ver con uno de los contaminantes más conocidos, el polémico bisfenol A. En el año 2015, la EFSA rebajó el nivel de exposición segura a dicha sustancia desde los 50 microgramos por kilo por peso corporal y día hasta los 4 microgramos. «Ahora, la EFSA dice que ni 50 ni 4 microgramos son niveles seguros, sino que hay que rebajarlo hasta los 0,04 nanogramos. Esto es 100.000 veces más bajo que lo que decía la EFSA en el año 2015 y 1.250.000 veces más bajo que lo que nos decían antes del 2015», subraya. Y estamos hablando de una sustancia que no es nueva, sino que lleva décadas siendo objeto de estudio por la comunidad científica.
Consejos para unos hogares con menos tóxicos
De Prada no solo se dedica a denunciar el problema. También coordina la campaña Hogar Sin Tóxicos, cuyo objetivo es intentar reducir la presencia de estas sustancias en nuestra vida. Una parte de la solución depende de nosotros, de ciertos cambios que podemos introducir en nuestra rutina, mientras que la otra parte de la solución depende de otros, básicamente de quienes toman decisiones en materia de regulación.
Centrándonos en lo primero, de Prada comienza desterrando el falso concepto de que libre de tóxicos es sinónimo de caro. «Realmente, muchas veces es hasta más barato, incluso hay soluciones que son gratis», insiste. Por ejemplo, con ventilar la casa de manera regular, reducimos la presencia en el hogar de los compuestos orgánicos volátiles, un tipo de tóxicos que suelen concentrarse principalmente en espacios cerrados.
También podemos ahorrarnos mucho dinero en productos de limpieza, cuya variedad ha crecido de forma exponencial en los últimos años: desinfectantes, friegasuelos, disolventes, abrillantadores, limpia inodoros, limpiacristales… «Nuestras abuelas limpiaban la casa con vinagre, bicarbonato y limón, simplemente», rememora de Prada. Además de eso, hoy tenemos la opción de acudir a alguna ecotienda, en las que suelen ofrecer todo tipo de productos de limpieza libres de tóxicos.
Además, en su web recogen otras alternativas y consejos para solventar problemas domésticos reduciendo la presencia de productos químicos. Por ejemplo, hervir agua con vinagre y clavos de olor elimina el olor a pescado, y repartir plantas o cuencos con hierbas aromáticas ayuda a que no tengamos que usar esos sprays que las imitan de forma artificial. A la hora de limpiar, también podemos plantearnos utilizar bicarbonato sódico y agua o un jabón suave para lavar las alfombras, intentar no llevar la ropa a limpieza en seco o comprar detergentes lo más ecológicos posibles, sin fragancias sintéticas, por ejemplo. En este caso, lo tradicional, el jabón natural de toda la vida es una buena forma de reducir la presencia de componentes de este tipo en la colada.
Las opciones se amplían cuando hablamos de consumo: en el caso de la ropa, hay mucha más información que hace años, como refleja por ejemplo el especial Moda sin tóxicos: por un futuro libre de químicos peligrosos editado por Greenpeace. También se ha multiplicado en los últimos años la oferta de pinturas más ecológicas –que reducen la presencia de materiales pesados o disolventes–, aislamientos térmicos, suelos… Y productos cotidianos como los de cosmética o el aseo personal, que se encaminan cada vez más hacia los productos eco o bio, aunque haya que leer bien la etiqueta para saber cómo de natural de verdad es lo que estamos comprando.
Sin embargo, cuando hablamos de reducir las sustancias químicas en el ámbito de la alimentación, no es tan sencillo encontrar alternativas baratas. La primera solución pasa por apostar por productos con certificación ecológica, aunque suelen ser más caros que los convencionales. Cambiar eso pasaría por impulsar políticas decididas de apoyo al sector, algo que además tendría un impacto económico si tenemos en cuenta los costes que tiene para nuestra sociedad el actual modelo agroalimentario, basada en gran medida en la química sintética. «Según la FAO, por cada euro que una persona invierte en comprar un producto convencional no ecológico, la sociedad tiene que invertir otro euro en problemas que se causan al medio ambiente. Y otro euro más en problemas relacionados con la salud humana», lamenta de Prada.
La salud humana y la salud ambiental son las dos caras de la misma moneda. No es posible llevar un estilo de vida realmente saludable si nos centramos únicamente en nosotros mismos: también hay que hacer todo lo posible para que quien enferme no sea el planeta que nos da cobijo y hogar.