españa vaciada
Foto: Fotograma de la película 'O corno', de Jaione Camborda.

De la elocuencia de los paisajes: La España vaciada frente a la gran pantalla

Desde que en 2016 apareciera el ya célebre ensayo de Sergio del Molino, el término ‘España vaciada’ y su concepto han suscitado interés en medios periodísticos y literarios. Incluso en el ámbito político. El cine es una buena muestra de cómo ese debate ha terminado por resultar un tema central de nuestro presente.


Cualquier tendencia, movimiento o deriva social que se precie ha sido influencia para el arte. Como espejo de la sociedad, es difícil que se resista, que mantenga una ocasional impermeabilidad y no deje paso a las problemáticas y los temas centrales de la vida pública, esos que, desde las tribunas de opinión hasta las sesiones parlamentarias o una sencilla charla de bar entre amigos, van calando poco a poco. El cine, aún a pesar de que vivamos en una época multiplataforma, sigue siendo una de las expresiones artísticas que mejor disposición tiene a la hora de incluir en sus historias toda esa serie de disquisiciones. El entorno rural, tan en boga en los últimos años, su estado y posibilidades, no podía faltar a la cita frente al patio de butacas.

No es un tema nuevo. Se pueden conocer muchos ejemplos anteriores si se revisita la historia del cine, de hecho. Pero la concienciación de esta generación acerca de lo rural es distinta. Existen hasta influencers de lo rural, más centrados en mostrar el lado cotidiano del mismo, como el soriano David Ortega o el extremeño Daniel Trenado muestran en sus respectivas redes sociales. Pero más allá del impacto mediático que se obtiene, en lo que respecta exclusivamente al cine, lo destacable es la representación del mundo rural y sus provincias por medio de las nuevas miradas cinematográficas. 

Comenta el propio David Ortega en este sentido cómo esto forma parte de esta nueva cultura rural que él mismo transmite como influencer. «Honestamente, creo que todo acercamiento al medio rural, real o ideal, es positivo y de todos ellos puede sacarse algo bueno. Suena un poco relativista y facilón, pero verdaderamente creo que todos los puntos de vista tienen cabida y todos pueden aportar algo y hacer llegar el mensaje al público en general», señala sobre la nueva ola de cineastas que se inspiran en el entorno que vive para contar historias. 

Casi todas ellas, curiosamente, son mujeres directoras las que utilizan este telón de fondo del campo para incorporarlo a sus trabajos. Cada nombre va unido a películas relevantes: Carla Simón, Alauda Ruiz de Azúa, Elena López Riera, Jaione Camborda, Estíbaliz Urresola, Elena Trapé, Elena Martín Gimeno o Isabel Coixet, con trabajos como Verano 1993 o Alcarrás, Cinco lobitos, El agua, O Corno, 20.000 especies de abejas, Els Encantats, Creatura y Un amor. 

Todas ellas han elegido y creado relatos cuyo motivo rural tiene un peso importante en la trama de sus personajes, ya sea indirecta o directamente. Su mirada cala entre los espectadores, no sólo por el espacio que como directoras han sabido ocupar después de décadas de cartelera dominadas por lo masculino, sino también por enseñar una visión que no deja de señalar alternativas, un modo de vida que pueda enderezar la imagen más dura de lo rural que otros directores pudieran haber dejado en el imaginario colectivo y filmográfico. No se trata ya tanto de lo rural en sí, sino de cómo se mira. El término que mejor lo expresa, según los críticos, es, valga la redundancia, neorruralismo

Esto tiene, con todo, sus propias problemáticas. Helena Farré Vallejo, periodista cultural, se pregunta si hay un verdadero afán en mostrar una realidad rural o si únicamente se traslada la visión urbana al campo: «Creo que también puede tener que ver con los extremos a los que nos estamos acostumbrando visualmente por los estímulos que recibimos de forma constante y que, para mantener nuestra atención, requieren cada vez de mayores extremos».

Fotograma de ‘20.000 especies de abejas’, de Estíbaliz Urresola.

La periodista apunta, en este sentido, que, parafraseando a Fitzgerald, «la prueba de una inteligencia de primer nivel es la capacidad de poder mantener dos ideas opuestas al mismo tiempo y seguir funcionando. Y esta es una capacidad que, creo, se está empequeñeciendo poco a poco. El campo es o brutal o bello, o cruel o benévolo». Los matices, en la mayoría de las ocasiones, brillan por su ausencia.  

Coincide en esta encrucijada con Ortega. «La gente que verdaderamente vive y convive en el medio rural y que lo conoce a la perfección, no suele consumir ese tipo de contenido audiovisual, que por lo general va dirigido a otros colectivos… más urbanos y modernos», opina. 

De Els Encantats a Un amor: retrato de una obsesión urbana

Si hay un rostro que encarne ahora mismo esa nueva ola de películas neorruralistas es el de  Laia Costa. Aparece nada menos que en tres de las películas citadas –Cinco lobitos, Els Encantats y Un amor. En ellas, cada directora, Ruiz de Azúa, Trapé y Coixet respectivamente, nos muestran las variaciones de algo que, en relación con la restitución del vacío de esa España abandonada, ha sido una preocupación ciudadana desde la ola pandémica que asoló 2020: elegir vivir en el campo, el comprar una casa en una comunidad eminentemente rural y comenzar de nuevo. 

Este giro vital es el motivo desencadenante en las narrativas de Els Encantats y de Un amor, principalmente. Teniendo en cuenta la desubicación de los personajes urbanos interpretados por Costa en las tramas, sacados de su medio y comodidades para irrumpir en el ritmo dispar de los pueblos que han escogido, cabe pensar que la elección del campo como nuevo decorado del mundo del cine acaba, como apuntan los entrevistados, a ser un terreno casi virgen. Uno en el que se vuelcan las nuevas obsesiones ciudadano-culturales de las protagonistas y que nuestra sociedad ha ido desarrollando de forma superficial, no tanto una ocasión para incluir verdaderamente a la España vaciada y deshacer el abandono que ha ido padeciendo durante décadas. 

El escritor y programador en la Cineteca de Madrid, Vicente Monroy, opina que, en cualquier caso, hablar de «cine rural español» es una redundancia, habiendo sido siempre nuestra cinematografía predominantemente rural, «incluso en las últimas tres décadas de fiebre globalizadora en las que se ha querido volver más estadounidense y europeo».

Fotograma de la película ‘Un Amor’ de Isabel Coixet

Monroy está, de hecho, en desacuerdo con la calificación del neorruralismo. «Ahora mismo hay muchos y muchas cineastas que hablan sobre el pueblo y el campo, pero casi ninguno deja hablar al pueblo o al campo, que creo que debería ser su objetivo. Me parece que la mayoría graban ese tipo de películas un poco por obligación (grabar en la ciudad es muy caro y muy difícil) y un poco porque se ha impuesto una sensibilidad de herencia francesa un poco rancia, del tipo Téchiné o Assayas, cineastas profundamente melancólicos que buscan mundos perdidos donde todavía es posible encontrar imágenes puras. Puras en un sentido muy burgués: el individuo frente al paisaje, el individuo contra el paisaje, la sexualidad y el dolor como expresión de la naturaleza… También me parece que las graban regular porque están muy preocupados por si les okupan sus dos pisos del barrio de Gracia, pero ese es otro tema», bromea Monroy. 

El debate, sea como sea, está abierto. El neorruralismo, una vez se definan con exactitud sus pretensiones —requerirá su tiempo—, se afrontará mediante un acercamiento paulatino y progresivo respecto a lo que quiere reflejar. Así ha pasado siempre. Tal y como resume Ortega: «Creo que el conocimiento te ata al territorio y es un proceso de retroalimentación constante. El elegir las redes sociales como medio de expresión es un deje de mi tiempo. ¿Qué otro medio mejor y con más repercusión tenía para hacerlo a mi alcance?», recalca el influencer. El cine, atento a esa marcha y evolución entre plataformas de comunicación, continúa siempre vigilando el horizonte con cada nuevo estreno. El mundo rural, a su vez, prosigue su existencia dependiendo del compromiso que uno sienta hacia su legado y así favorecer todo lo que venga después.

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